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El cero educativo

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En España se está produciendo una involución en el sistema educativo, una vuelta atrás en la consideración del valor del conocimiento. Es un fenómeno sobre el que pocos se han parado a pensar, más preocupados por el discurrir de las enseñanzas que de un juicio en profundidad acerca de lo que se está haciendo con la educación. En pocas palabras, la ideología, de manera progresiva pero implacable, se está imponiendo al conocimiento como tal; lo subjetivo sobre lo científicamente acreditado, la opinión sobre la ciencia, como diría Platón. Un panorama de oscuridad al que nadie quiere dar la oportuna respuesta, salvo algunos que se enfrentan al rodillo doctrinario con apenas apoyo social. Ya lo avisó Félix Ravaisson, en El hábito (1838), uno de los autores del llamado “positivismo idealista”, o el “eclecticismo místico” como también es recordado, en la que una simple página recoge lo que hoy se vive en la Educación española: “sólo en la conciencia podemos descubrir el hábito; sólo en la conciencia podemos esperar comprobar la ley aparente y descubrir el cómo y el porqué, penetrar su generación y comprender la causa”. Justo es esto lo que debemos hacer para obtener una idea clara de lo que pretende el gobierno de Sánchez con la reciente publicación de los currículos de Secundaria y Bachillerato. No se trata del conocimiento, ni mucho menos de transmitirlo, ni tan siquiera de acompañar al alumno, como repite una y otra vez el pedagogo de guardia, en el descubrimiento de los avances de la ciencia.

El francés, filósofo de formación e inspector de Educación –y es importante este apunte histórico en estos momentos–, aclara que la conciencia es la clave para entender la realidad, ese hábito que concibe como el estado de las cosas. Y, de este modo, la Educación termina por ser un correlato ideológico al servicio de la extensión de una determinada opción política, que actúa casi como un credo religioso. Aquellos que pensaron que la enseñanza era la transmisión de una serie convencional de conocimientos y valores tienen los días contados. Es más, aquellos que entregan su vocación al progreso de la ciencia y la difusión de los saberes tradicionales entre los jóvenes están trágicamente equivocados. Para el socialismo que nos gobierna, la Educación no es otra cosa que ideología, y el que piense lo contrario está condenado al ostracismo.

A partir del curso que viene, apenas unos meses del calendario, asistiremos a un cero educativo en los centros escolares de España, una suerte de apagón del conocimiento en pos de las pantallas ideológicas

A partir del curso que viene, apenas unos meses del calendario, asistiremos a un cero educativo en los centros escolares de España, una suerte de apagón del conocimiento en pos de las pantallas ideológicas. La luz, esa maravillosa metáfora platónica, en alusión a la episteme, quedará dramáticamente oscurecida por el fulgor de la nueva pedagogía, fiel escudera de la implantación  de una enseñanza de conciencia, pura ideología de partido. Ravaisson nos indica el cómo y el porqué como elementos primordiales para entender este hábito que se quiere imponer en las aulas del país.  Este cómo comenzó  con la Logse de los años 90 y viene a culminar con esta fastidiosa Lomloe, en apariencia, porque es sólo eso, simple apariencia de una ley de inspiración moderna. El porqué es la cláusula de conciencia, el buscar modificar los hábitos de las nuevas generaciones hasta llegar al adoctrinamiento. Por otra parte, los efectos de esta abusiva ideologización del entorno educativo hace décadas que los estamos sintiendo. Desde la pauperización del conocimiento hasta la completa desaparición de la autoridad del profesor en su espacio de trabajo. Con el último de los actos conocidos de este Gobierno radical, la suerte está echada. En pocos años, si la situación no cambia, se habrá de volver a las épocas oscuras de la humanidad, a una medievalización del conocimiento, puesto que éste será el dominio exclusivo de unos cuantos privilegiados, auténtica paradoja de la apuesta supuestamente universalista de los defensores de la nueva enseñanza competencial.

El mal acecha en las aulas en forma de catecismo laico, imponiendo unas doctrinas sobre otras, limitando la libertad de cátedra y, cómo no, la libre expresión de las ideas tanto entre los profesores como entre los mismos alumnos. Pésimos tiempos para la escuela y para el ejercicio del magisterio. Costará deshacer lo que ahora se está implantando, aunque la fe sobre el valor del conocimiento y la propia libertad sea inquebrantable. E, incluso así, los hay que, como uno, no pierden la esperanza en que la figura del profesor, más amenazada que nunca por la doctrina gubernamental, se alce como la única garantía en la continuidad de la necesaria labor docente. Como siempre, serán los maestros los que salven a los chicos, a España vale decir, de caer en el abismo de la ignorancia.

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