¿Quiere usted matar a alguien?
Hay momentos en los que el ejercicio del magisterio se vuelve extraño y complicado, pero no por la indisciplina o la disrupción en el aula, sino porque las respuestas de los alumnos pueden llegar a comportar un serio problema de conciencia. La pregunta del título le sirvió a este su seguro servidor como cuestión de debate en el espacio de la materia de Filosofía y aun en el de Psicología, ambas impartidas en Bachillerato. Uno pretendía, al menos en la segunda de las citadas, comprobar el grado de adquisición de los fundamentos de la asignatura, el que comprendieran la tarea básica de la ciencia criminológica y hallaran, en su consecuencia, un mínimo perfil de la personalidad psicopática. En el caso de Filosofía, sólo se trataba de sondear el componente moral de los individuos que atendían en clase. Sus respuestas son la base del presente y, en cierto modo, también explican sucesos como las recientes muertes producidas entre pandilleros de muy corta edad.
En Psicología, no hubo un mayor distanciamiento de lo normalizado, de lo socialmente aceptado. Es más, me congratulé con el tono y el sentido último de los pronunciamientos de los muchachos. Ni uno de ellos pensó en acabar con la vida de otro ser humano, salvo en las situaciones propiciadas por la legítima defensa. Repito, nadie fue capaz de elaborar un discurso, fríamente razonado, acerca de la ideación de la muerte de un semejante. Sin embargo, en la materia de Filosofía, la respuesta de algunos chicos me puso los pelos de punta. De los agrupamientos de mi directa responsabilidad pedagógica, resultó que, en uno de ellos, hasta siete alumnos confesaron abiertamente su íntimo deseo de provocar la muerte de una tercera persona. Llegaron, incluso, a manifestar el cómo y el cuándo. En punto a esto, lo que me sorprendía, aparte del número de adolescentes que acariciaban la idea de matar o asesinar, era la frialdad de su actitud, la completa ausencia de un freno moral en sus conductas.
Aparte del número de adolescentes que acariciaban la idea de matar o asesinar, era la frialdad de su actitud, la completa ausencia de un freno moral en sus conductas
Ante la declaración de los muchachos, opté por el silencio, a la espera de que reflexionaran por sí mismos, a que sometieran sus fantasías sobre un posible crimen a la validación moral. Aunque era una estrategia meditada, no conseguí ni por asomo el objetivo que me había fijado como meta. Por el contrario, me vi habitando un mundo cruel de desinterés por la conciencia, el valor de la vida y por la importancia de la enseñanza ética. Fue una experiencia impactante, a la par que reveladora, de lo que una parte significativa de la juventud de hoy piensa sobre el asesinato y su refrendo moral y social.
Mi conclusión, que someto a su juicio y valoración, es que la excesiva permisividad en los comportamientos y, por ende, la insana supresión de los necesarios límites en la infancia y en la adolescencia han generado esta dura realidad. Y, en otro aspecto, explica muchas de las noticias que, de vez en cuando, se difunden sobre la muerte de padres a manos de sus hijos o la de menores por parte de sus iguales. Una de dos: o sigue teniendo razón Rainer María Rilke cuando escribía, en marzo de 1913 y en una preciosa carta dirigida a Katharina Kippenber, que “en España se encuentra uno totalmente a merced de lo extraño” o bien algo se está haciendo rematadamente mal en la educación.