Cada mes de septiembre las aulas de Primaria se llenan de futuros delincuentes
¿A qué padre y madre le tocará ver cómo sus pequeños y pequeñas del alma terminarán siendo un delincuente o una víctima? Me parece súper injusto que todos estos niños y niñas de tres años que entran, con toda su inocencia, a un colegio se vayan convirtiendo poco a poco, durante su proceso de socialización, delante de nuestros ojos, en lo peor de la sociedad. ¿Y qué hacemos cuando esto ocurre? Por supuesto, siempre se intenta reorientarlos, a costa de mucho sufrimiento por parte de todas las partes educadoras (padres, madres, profesorado, etc.).
Sin embargo, también en muchas ocasiones se mira para otro lado; en otras, se tira la toalla y se les da por perdidos. A veces, muchas en última instancia, se les lleva a terapia. No es justo que vayamos viendo, claramente, cómo van dando sus primeros pasos hacia el camino de la delincuencia, del maltrato a otros niños y niñas, del consumo de alcohol y de drogas, del robo, de cómo unos se convierten en verdugos y otros en víctimas. ¿Y qué hacemos para evitarlo?
Me pregunto: ¿por qué debemos esperar a que se tuerzan estas criaturas? ¿Por qué no trabajamos de una vez por todas en la prevención? Si cuando cuidamos nuestras plantas las tutorizamos desde que las plantamos, precisamente como medida preventiva para que no se tuerzan, ¿por qué con nuestros niños y niñas no tutorizamos mejor también de forma preventiva?
¿Por qué debemos esperar a que se tuerzan estas criaturas? ¿Por qué no trabajamos de una vez por todas en la prevención?
"¿Qué hay detrás de todos esos comportamientos disruptivos que tanto sufrimiento generan a las familias, al profesorado, a las personas del entorno y a la sociedad en general? Detrás de un comportamiento disruptivo siempre hay una emoción mal gestionada y una falta de otras conductas alternativas. Casi siempre, y sobre todo en la época de la adolescencia, que es cuando más conductas disruptivas aparecen, lo que hay detrás es querer ser aceptado por los iguales o llamar la atención.
Aunque cada vez hay más voces que piden que en el sistema educativo se enseñe Educación emocional y habilidades sociales, aún quedan otras muchas que opinan que esto se debe enseñar en casa, por los padres y las madres. Si tenemos en cuenta que España es el país número uno en Europa de consumo de psicofármacos, como ansiolíticos y antidepresivos, es muy probable que muchos de estos padres y madres formen parte de la población consumidora de estos medicamentos.
¿Y por qué las personas consumen psicofármacos? Una de las respuestas más habituales es que se encuentran en una situación de crisis emocional, de estados de ansiedad y de estrés, provocados por conflictos, la mayoría de tipo relacional (problemas de pareja, con los hijos, en el trabajo, en los estudios, con otras personas). Todo esto trae consigo un sufrimiento emocional para el que, muchos, necesitan recurrir al consumo de los psicofármacos porque no tienen otros recursos personales. Es decir, se recurre a tratar la sintomatología que genera el problema, en lugar de ir a su origen y aprender a resolverlo. ¡Qué súper contentos tienen que estar los laboratorios farmacéuticos! Gran parte de estos problemas se resolvería aprendiendo a gestionar nuestras relaciones sociales y nuestras emociones, mediante técnicas psicológicas que han demostrado con creces su eficacia.
En la etapa de la adolescencia, que es cuando más conductas disruptivas aparecen, lo que hay detrás es querer ser aceptado por los iguales o llamar la atención
"Lo triste de todo esto, vuelvo a ello, es que hay cantidad de padres y de madres que consumen este tipo de psicofármacos para poder afrontar el día a día, en su mayoría, porque no tienen recursos personales para gestionar sus relaciones ni sus emociones. ¿Cómo podemos pedir que estos padres y madres enseñen a sus hijos recursos para gestionar sus emociones y afrontar sus relaciones sociales si ellos mismos no los tienen? Nadie puede dar lo que no tiene; nadie puede enseñar lo que no ha aprendido.
Cualquier padre y madre podría enseñar a sus hijos e hijas a leer y a escribir, a sumar y a restar. Cualquier padre y madre podría enseñar a sus hijos e hijas muchos de los aprendizajes que obtienen en el colegio, porque son recursos que han aprendido en su etapa escolar. Sin embargo, en lugar de enseñárselo en casa, les llevan a centros educativos para que el profesorado les enseñen, porque son personas que se han formado específicamente en sus materias y saben cómo transmitirlo para que el aprendizaje se quede fijado.
¿Cómo podemos pedir que padres y madres enseñen a sus hijos recursos para gestionar sus emociones y afrontar sus relaciones sociales si ellos mismos no los tienen?
"Por esa misma razón, ¿por qué los conocimientos psicológicos no se imparten en el sistema educativo por profesionales de la psicología? Está más que justificado, porque es difícil que esos padres y madres puedan aportarles dichos conocimientos, ya que muchos de ellos y de ellas no los tienen. Insisto: nadie puede enseñar lo que no ha aprendido. Y es sabido que el rendimiento está muy asociado al estado psicológico: puedes tener grandes talentos, pero si estás sufriendo emocionalmente, de nada sirve el talento. Las emociones fuera de control pueden bloquear toda la parte cognitiva, nuestro prefrontal, la región que nos hace más humanos.
Se dice también que el colegio es necesario para socializarse. Pero, ¿dónde está la asignatura que les dote de recursos para aprender a socializarse? Porque, seamos realistas, muchos de los contenidos que se aprenden en los colegios e institutos, y hasta en las universidades, no se van a utilizar en la vida. Sin embargo, todos los días de nuestra vida nos estamos socializando con el resto de la gente y la mayor parte de nuestros sufrimientos viene producida por los conflictos que tenemos con las personas de nuestro entorno. Nos faltan recursos sociales y emocionales. Es ilógico, por tanto, que estas materias, las emociones y las relaciones sociales, que nos van a acompañar hasta el último día de nuestra vida, las tengamos que aprender a través del ensayo y el error, a través de golpes emocionales. “La letra, con sangre, NO entra”.
Por eso, se hace necesario que la Educación Psicológica, de la mano de la neurociencia, entre en las aulas como una asignatura más. En todo el sistema educativo, desde las escuelas infantiles hasta la universidad. En una segunda entrega, hablaré sobre ello.