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Mar Romera: "El sistema educativo castra y solo premia al mediocre"

El sistema educativo español "únicamente premia al mediocre" e impide "ser diferente y desarrollar talentos", explica la controvertida psicopedagoga Mar Romera, que acaba de publicar un nuevo libro, "Educar sin recetas".
Nahia Peciña (Efe)Lunes, 5 de septiembre de 2022
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En una entrevista con la agencia Efe, la presidenta de la Asociación Pedagógica Francesco Tonucci lamenta que en la actualidad siga vigente un sistema implantado hace siglo y medio, que no da respuestas a las demandas de la sociedad actual. En Educar sin recetas (Destino), la psicopedagoga habla de las diferentes carencias del sistema educativo, entre ellas la formación del profesorado, «tanto inicial como continuada». «Está mal formado, sin estímulos y escasamente considerado», además de «mal adaptado a los nuevos tiempos».

«Si yo soy educadora y no soy una persona apasionada por la lectura no puedo hacer que mi alumnado lea», por lo que «se necesita un profesorado bueno, motivado, crítico, creativo y diferente» y será entonces cuando «nuestro sistema educativo cambie», añade la autora. En estos momentos, el Ministerio de Educación y las comunidades autónomas están debatiendo el diseño de una nueva carrera de profesión docente con el objetivo de mejorar y modernizar el sector.

El secreto de la Educación: cambiar el verbo

Una de las «recetas» que aporta el nuevo libro de Romera es sustituir el «eres una desordenada» por «la habitación está desordenada». Algo tan simple como cambiar el verbo y no realizar sentencias lapidarias hace que no se le adjudique «un título» al niño, destaca. Esto también es extrapolable a los calificativos positivos, ya que, tal y como indica la pedagoga, «decir que va a ser bailarín cuando es arrítmico puede acabar frustrando». Romera explica que hay que diferenciar entre autoestima y autoconcepto, «ya que la primera idea es la valoración de la segunda, siendo el autoconcepto lo que realmente soy».

La cuestión de la muerte

«El hámster no se ha ido a ningún lado, ha muerto, punto», y aunque puede sonar duro, «el niño tiene que entrar en contacto con el ciclo de la vida y, por consiguiente, en el de la muerte», sentencia Romera. Los tiempos han cambiado y con ello nuestros hábitos. Hemos sacado a los muertos de las ciudades y los hemos llevado a los cementerios del extrarradio, además de haber abandonado nuestra antigua cultura que celebraba la muerte en casa, donde la persona moría en su cama y el velatorio se realizaba en el propio salón.

«Intentamos evitar el dolor a los niños porque cuando muere alguien el menor llora, y es normal, ya que si no llorara estaríamos construyendo un psicópata», recalca la pedagoga, que también subraya que los niños «tienen una resiliencia tan intrínseca a su propia naturaleza que media hora más tarde están jugando con otra cosa y no pasa absolutamente nada».

Mis sentimientos

Manifestar los sentimientos en la vida adulta es algo tan básico que uno no se para a pensar si siente tristeza, enfado o angustia, pero ¿qué pasaría si no hubiésemos aprendido a diferenciar estas emociones? Esto ocurre –agrega– en las edades más tempranas donde un torbellino de emociones se aglutinan en el niño y no sabe qué hacer con cada una de esas sensaciones, una situación muy típica en la adolescencia.

«Para saber qué sientes tú y poder entenderte, primero tengo que saber qué siento yo, cómo se llama lo que siento, y además cuándo lo siento», señala la autora de La escuela que quiero. Es aquí donde entra la alfabetización emocional –poner nombre a lo que se siente–, la conciencia emocional –saber qué circunstancias condicionan mis respuestas emocionales–, y la socialización emocional –cómo debo interactuar con las personas–. Pero una vez que se es capaz de diferenciar cada emoción hay que clasificarlas en «positivas» o «negativas», que la sociedad obliga a esconder «creando prejuicios que no nos permiten evolucionar». Romera achaca esta situación a la cultura judeo-cristiana, donde impera «una cultura patriarcal y machista donde la mujer puede llorar, pero si lo hace el hombre se ve mal».

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