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Dossier Espacio para el análisis y la reflexión

Soy un privilegiado

Entregar toda una vida a la enseñanza para que luego esta entre en una vorágine de autodestrucción no es plato de buen gusto. Y, sin embargo, algunos dicen que estamos a las puertas de un cambio de paradigma.
Juan F. Martín del CastilloLunes, 20 de febrero de 2023
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Ni esfuerzo, ni talento, ni responsabilidad, ni conocimiento: esta es la línea pedagógica que ha triunfado | © 2ragon

Me imagino que debe ser un privilegio estar en el momento exacto de un cambio de rumbo en la historia. Por ejemplo, me imagino a Arquímedes, plenamente consciente, del hallazgo de los principios de la hidrodinámica. Me imagino a Euclides disfrutando del conocimiento de los elementos básicos y fundamentales de las Matemáticas. Por seguir con la idea, me imagino incluso a un Sócrates, o a un Platón, o a un Aristóteles, como pioneros de la Filosofía, degustando los placeres de la reflexión y la teoría de la argumentación. Y, por qué no, me puedo hasta imaginar el famoso “milagro griego” de Wilhelm Nestlé como un instante en el que la humanidad rozó la excelencia como colectivo. En definitiva, me imagino tantas cosas, tantas oportunidades, que no concibo situarme en un momento de crisis o de decadencia.

A estas alturas, la degradación de la Educación española ya nadie la pone en duda. Es más, la gente se solaza cuando se airea la publicación de una carta o un informe de un profesor distinguido de la universidad en los que se evidencian sin ambages los males del sector. Pero, los que vivimos a pie de aula esta decadencia estamos invadidos por la desazón, la incertidumbre y la inquietud. Entregar toda una vida a la enseñanza para que luego esta entre en una vorágine de autodestrucción no es plato de buen gusto. Y, sin embargo, algunos dicen que estamos a las puertas de un cambio de paradigma, de un cambio global de la concepción de la Educación. Tal vez sea así, que las cosas se hacen con buena intención.

Los alumnos, por su parte, muestran que la afirmación anterior es falsa de todo punto. En general, no entienden lo que leen, ni saben redactar cuatro líneas con sentido y sin solecismos en la construcción gramatical; e incluso han perdido el hábito de estudiar, si alguna vez lo tuvieron. No hace más de una semana, un chico de Bachillerato, por lo demás aplicado y despierto, pronunció unas palabras que todavía bullen en mi conciencia. Se me acercó y me dijo: “Profe, siempre le recordaré como el único que me ha hecho estudiar”. Como tenía que responder –quién no lo haría ante una declaración de tal fuste–, salí del paso con otra frase también para el recuerdo: “Es el mayor honor que me podías hacer”. 

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Después de todo, para algunos soy un privilegiado por vivir en directo el ocaso de la Educación, privilegio del que uno desearía ser privado

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Sin embargo, enseguida me di cuenta de la ausencia, una vez que supe librarme del contenido personal del mensaje. El muchacho me estaba confesando que, hasta la fecha, nadie le había exigido en su rendimiento, que nadie había provocado en él la necesidad de estudiar. Una confesión que me dolió en lo más profundo, porque hablaba bien a las claras de la desidia, la pérdida y la decadencia del sistema educativo, vencido por la ignorancia y el poder de los sofistas de la enseñanza. Amargura fue poco, sentí un hondo pesar, no tanto por mí como docente, como por la Educación en sí misma y los valores que la sustentan.

Ni esfuerzo, ni talento, ni responsabilidad, ni conocimiento: esta es la línea pedagógica que ha triunfado, cumpliéndose el aciago presagio del Protágoras de Platón: “En verdad, digo, el conocimiento es el alimento del alma; y hemos de cuidar, amigo mío, que el sofista no nos engañe cuando alaba lo que vende, como el mercader que al por mayor o al menudeo vende alimento para el cuerpo; porque ellos alaban sin discriminación todas sus mercaderías, sin saber lo que es realmente beneficioso o dañino”. Y este, curiosamente, es el prometido cambio de paradigma, la claudicación de los elementos esenciales y definitorios de la enseñanza.

Después de todo, para algunos soy un privilegiado por vivir en directo el ocaso de la Educación, pero hay privilegios de los que uno desearía ser privado. Los jóvenes de España se merecen algo mejor que la indigencia intelectual y pedagógica que se percibe en las aulas de hoy en día, propiciada por el abusivo imperativo tecnológico de última hora, el mismo que ya denunciara Erich Fromm en su Ética y psicoanálisis: “El hombre ha llegado a ser el amo de la naturaleza y al mismo tiempo se ha transformado en el esclavo de la máquina que construyó con su propia mano”.  Pero es que ahora ni las manos emplean los chicos para escribir, sumar o restar: todo lo hace la pantalla que se muestra ante ellos, cual becerro de oro de la moderna pedagogía.

Pronto, muy pronto, serán decenas los alumnos que lleguen a la universidad sin saber leer ni escribir de corrido, comenzando por las autonomías donde más se regalan los títulos… Y, por fin, podremos proclamar que el socialismo lo ha conseguido. Todos iguales y todos ignorantes

  • Juan Francisco Martín del Castillo es doctor en Historia y profesor de Filosofía
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