El mito universitario
Finalizas la EBAU, no ha salido tan mal como esperabas. La nota de corte no supone ningún problema, los números cuadran. Has conseguido entrar en tu carrera soñada, felicidades. A partir de ahora comienzas a estudiar lo que de verdad te apasiona (o no). Se acabaron las largas noches de estudio y los quebraderos de cabeza con asignaturas que nada tienen que ver con tu futuro profesional (o no). Ahora empiezas una carrera universitaria, todo lo que has estudiado hasta el día de hoy ha sido para esto.
«Los años que pases en la Universidad van a ser los mejores de tu vida«. Casi todos hemos escuchado alguna vez esta afirmación. Bajo este pretexto, uno llega a la facultad con unas expectativas excelsas, deseando formarse como un profesional del mañana. El golpe de realidad llega antes de que te puedas dar cuenta.
El 33% de los universitarios no finalizan el grado que comenzaron, según un estudio de U-Ranking. Uno de cada tres universitarios cree que se ha equivocado en su elección de carrera, la mayoría de ellos llegan a esta conclusión en el primer año. ¿Por qué? Con una oferta educativa tan amplia, debería ser fácil acceder a los estudios deseados (o no). Hay más de un motivo que explica esta cifra.
El primero de ellos es la propia oferta educativa. Según el Ministerio de Universidades, existen más de cien carreras universitarias, con sus correspondientes dobles grados. Un amplio abanico que, más que ser un soplo de aire fresco, es un vendaval de dudas. Una vez finaliza el grado, aparece la opción del máster, la única posibilidad de especializarse.
Porque hay que especializarse. La Universidad abarca más de lo que puede, intentando enseñar un poco de todo, pero sin conseguir explicar nada en profundidad. ¿Un atleta olímpico necesita entrenar lanzamiento de martillo y natación a la vez? Ambos son deportes, pero salvo en ocasiones excepcionales, se debe priorizar uno de ellos para llegar a la élite del mismo. Con la educación pasa igual: en vez de crear expertos en materias específicas, nos encontramos con «sabelotodos» que nada entienden en realidad ni profundidad.
Para especializarse están los másteres, un nexo entre Universidad y mundo laboral (o no). Entrar en un máster era «comprar» un empleo, ya que garantizaban casi al 100% entrar en la empresa que lo organizase. Actualmente, con una oferta tan elevada de egresados universitarios no hay nada asegurado. Sin embargo, el negocio de los estudios de postgrado sigue en alza, en parte motivados por el deseo de especializarse, en parte por esa falsa promesa de empleo.
Y no todo el mundo es capaz de permitirse estudios universitarios. Hay quienes deben trabajar a la par que estudian, ya sea para ahorrar para la familia, pagar su carrera o los gastos de desplazamiento a otra ciudad. Si bien las becas ayudan a paliar este gasto, el coste de las segundas matrículas hace el efecto contrario. ¿Hasta qué punto se debe castigar a los alumnos por un suspenso? En la mayoría de ocasiones, el castigo no corresponde con la falta.
No debemos olvidarnos de algo, un pilar de la universidad: sus docentes. Como en casi todo, generalizar es un error, pero es necesario un ejercicio de simplificación con el objetivo de comprender la realidad detrás de muchas facultades. Es habitual encontrarse a docentes aferrados a una presentación PowerPoint con más edad que sus propios estudiantes. Profesores cuya jornada laboral consiste en leer un folio durante hora y media, descansar entre clases, tomarse un café y repetir proceso.
Esos docentes –intocables por regla general, ya que suelen ostentar cargos en la administración–, van mermando la ilusión de unos estudiantes que se plantean si han elegido bien sobre su futuro. Lo que no saben es que, probablemente, ese sentimiento fuese el mismo cuasi independientemente de la carrera que hubiesen elegido. Por supuesto, existen excepciones y profesores que consiguen cautivar a sus alumnos, ya sea por sus metodologías o carisma propio.
Al parecer, la universidad no es un lugar tan idílico como se plantea. También existe la posibilidad de que todo esto sea una visión distorsionada de un universitario frustrado con sus docentes y su experiencia propia (o no).
Por no decir que los planes de estudio los dirige el sistema bancario.