'La ventana del salón'
El salón proyectaba su luz en la oscura callejuela. Desde la acera, una chiquilla intentaba ver lo que ocurría en el interior de aquella habitación, donde una mujer con un largo vestido rojo, con el cuello ataviado con un collar de perlas y una capota de visón que dejaba sus hombros al descubierto, jugueteaba con las teclas de un piano. A su lado había un hombre en traje de chaqueta, que con indiferencia hojeaba el periódico. La niña, a la que encantaba escribir novelas con su suelta imaginación, supuso que era un matrimonio al borde de la ruptura.
«Seguro que se han hecho ricos y no saben cómo volver a los tiempos felices, cuando tenían lo justo para vivir. Seguro que ahora sus sonrisas son falsas y que incómodos silencios dominan su vida», se narró a sí misma antes de seguir observando.
El hombre se levantó del sillón y se acercó a una mesita próxima al piano, repleta de botellas, para servirse una copa. Su mujer lo miró de reojo sin interrumpir la interpretación de la música, tal vez anhelando que le dedicara algunas palabras cariñosas. Entonces, un golpe de viento cerró una de las dos puertas de la ventana, que quedó cegada por una cortina.
Por más que se afanó en seguir curioseando, los esfuerzos de la pequeña fueron en vano. Así que dio por concluido el espectáculo y se marchó hacia su casa abrazada a una barra de pan.
Un rato después estaba a la mesa con su madre.
–¿Qué te ocurre, cariño?
–Es que nunca he visto dos personas tan tristes, tan solas a pesar de vivir juntas. Fíjate, mamá, que ella lucía un precioso vestido de fiesta y un montón de perlas, y que estaba sentada a un precioso piano del que sacaba una melodía maravillosa. Te aseguro que es el salón más acogedor que nunca he visto.
Al rato tapó con una manta a su madre, que se había quedado dormida, y la besó delicadamente para que no se despertara. Salió a la calle y de nuevo se encaminó hacia la callejuela, donde anhelaba encontrarse de nuevo con la pareja que tanto interés e intriga le había causado. Quería saber cómo podría continuar su historia, desarrollada en el luminoso ventanal. Necesitaba saber si es posible renunciar a la felicidad cuando se tiene todo.
Las cortinas estaban descorridas, pero la mujer ya no se encontraba en el salón. El hombre se había recostado en la tapa del piano, con una botella de licor medio vacía a su derecha. Sostenía el vaso, haciendo círculos con su muñeca, concentrado en el movimiento incansable de la bebida. La niña se sobresaltó al distinguir el brillo de unas lágrimas que le abrían un camino por el rostro.
Se hizo mil conjeturas acerca del motivo de aquel llanto. Hasta que apareció la mujer. Esta vez sin el visón. Se le había corrido el rímel, sin duda como consecuencia de una escena de lamentaciones que ella no había tenido oportunidad de ver.
La mujer se acercó y directamente al piano y cogió la botella de licor, que bebió sin hacer uso de ningún vaso. La pequeña pensó que de esa forma acababa de perder toda su finura y señorío. Pero, qué sabría ella de esas cosas de mayores…
Entonces el hombre, por primera vez desde que ella los espiaba desde la calle, puso su mano sobre la de su mujer. Se sentaron juntos, abrieron la tapa del piano y, con las manos entrelazadas y al unísono, tocaron una hermosa pieza.
La ventana del salón. Mariam Arroyo. Ganadora de la XVIII edición. www.excelencialiteraria.com