La Educación emocional, una asignatura pendiente
En edades tempranas, y no tan tempranas, es clave que aprendan a quererse a sí mismos tal y cómo son, que conozcan sus fortalezas y debilidades y tengan una buena gestión de impulsos y emociones.
Después de la pandemia los centros educativos detectamos un aumento considerable de problemas psicológicos y emocionales en el alumnado. Y en los últimos meses, tanto los expertos como los medios de comunicación han alertado sobre el incremento de casos de patologías y disfunciones, especialmente entre los adolescentes. Pienso que probablemente uno de los problemas más grandes que tenemos en la sociedad está relacionado con el bienestar emocional.
En los dos últimos años, en el Centro Educativo «Fuenllana» (Alcorcón, Madrid) hemos tenido la oportunidad de desarrollar un proyecto pionero sobre salud mental del alumnado: el Centro de Apoyo a la Familia (CAF). En este proyecto hemos trabajado en dos niveles. Por un lado, la prevención, con un plan formativo para el profesorado. Con este plan pretendemos cualificar a los profesores para que sepamos ayudar y educar a que, desde niños, pero especialmente los adolescentes, nuestros alumnos sean resilientes, logren un equilibrio emocional, que cuiden las amistades y aprendan a tener un carácter más fuerte, todo ello en un entorno –el colegio– agradable para ellos. Y, por otro lado, trabajamos de la mano de una clínica de psicólogos para derivar casos de problemáticas más serias.
Este doble nivel es clave para intervenir rápidamente: la cualificación del profesorado, porque al final del día son los que pasan más horas con ellos; y contar –gracias también al patrocinio con la Fundación FUNCIVA– con profesionales de la psicología y psiquiatría a los que podamos derivar casos que exceden las competencias de los profesores.
Cualquier persona puede tener más o menos habilidad en una asignatura o tener una racha peor, pero cuando desciende el nivel de estudios nos tenemos que preguntar si hay algo más. Las calificaciones muchas veces están relacionadas con el bienestar emocional.
En la capacitación del profesorado, que está a cargo de diversos médicos, nos están ayudando a detectar algunas “alarmas”, ante las cuales debemos pararnos, recopilar información de otros profesores y hablar con los padres. Por ejemplo, una alarma es el cansancio: niños que vienen al colegio habitualmente dormidos. Con los móviles pasan muchas noches en las redes sociales, viendo series o preguntando a Google por sus preocupaciones.
Otra alarma que mencionaba antes era el descenso de las calificaciones. Insisto en que a veces nos tenemos que preguntar más allá de si estudia o no, si a lo mejor está teniendo un problema en su casa o un problema de amigos, un tema a nivel personal, etc.
Y una alarma cada vez más frecuente son las reacciones desproporcionadas, de enfado a la mínima, o que se viene abajo con cosas que pueden ser menores. Estos síntomas procuramos hablarlos con los padres en primer lugar y, con esa sintonía entre padres y colegio, podemos llegar a saber si le está pasando algo relevante a este alumno.
El Centro de Apoyo a la Familia está coordinado por un profesional, ajeno al colegio, que garantiza que la confidencialidad es absoluta. Desde el instante en que una persona entra en su despacho para exponer un problema, todo lo que ahí se diga goza de sigilo profesional.
Nadie, salvo permiso expreso de la persona o personas que acuden a pedir ayuda, se puede enterar de lo que se ha hablado. Ni siquiera el profesor o tutor que haya podido aconsejar que acudan al Centro de Apoyo a la Familia puede ser informado de si han acudido a una entrevista.
Además, una vez que se decide la intervención clínica por parte de los profesionales adecuados, el coordinador no vuelve a tener conocimiento alguno –hasta el alta clínica o baja voluntaria–, de la evolución del problema por el que son atendidos. De esta manera la confidencialidad es total y absoluta durante todo el proceso.
Pienso que los padres podemos prevenir y fortalecer la salud mental de los hijos fortaleciendo su propia convivencia, protegiéndola, dedicando tiempo a hablar mucho con ellos, solucionando y superando las pequeñas dificultades antes de que se hagan cargas en sus vidas, y huyendo de la rutina tóxica en la convivencia. En definitiva siendo conscientes de que los padres somos el referente de vida de los hijos.
En edades tempranas, y no tan tempranas, es clave que aprendan a quererse a sí mismos tal y cómo son, que conozcan sus fortalezas y debilidades y tengan una buena gestión de impulsos, emociones y sentimientos, contando con las referencias de vida de los padres. Este sí que es el camino seguro que les conducirá a ser felices en la vida, que es lo que todos ansiamos.