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Haz teatro

No es otro el papel del teatro: cuestionar(se). Las preguntas que nos planteamos al construir el personaje son reveladoras de nuestra propia persona: ¿por qué sobreactúo?, ¿por qué me avergüenzo?, ¿por qué siento rechazo o excesiva empatía?
Rubén Villalba
Periodista y creador del podcast 'El entrevistólogo'
29 de junio de 2023
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Suelen darme, cuando entrevisto a actores, la misma respuesta: soy actor porque puedo vivir otras vidas. Más allá del tópico, detecto en ellos la satisfacción de haber cumplido con su oficio un anhelo colectivo: ser, además de uno, otro —¿habrá por eso tantos actores?—.

A principios de año emprendí mi particular viaje a Ítaca, el camino hacia ese otro yo. Estaba en esas cuando aparece en mi vida el teatro. Han sido meses en los que, aprendiendo a interpretar, he aprendido a interpretarme. Me he (re)conocido en la timidez inicial, en la desinhibición posterior y en la duda constante. Quizá ya supiera que todo eso, y más, soy yo. Sin embargo, acontece en el teatro un desdoblamiento simbólico: cuando nos vemos desde fuera, desde ese personaje al que debemos encarnar, adquiere uno más consciencia de sí —¿habrá por eso tantos actores?—.

La dualidad ha sido motivo recurrente en las distintas manifestaciones de la cultura. Libros, canciones y películas a menudo la han patologizado vinculándola con el mito de la locura. La dualidad, en cambio, nos viene dada: el ser humano necesita desdoblarse para vivir no más, sino mejor. No es cuestión de bipolaridad, sino de super-vivencia. Quizá se desata la verdadera «locura» cuando adquirimos (demasiada) consciencia de que para vivir debe uno sacrificar sus otros yoes: no todos caben en una sociedad que nos obliga a elegir para encajar.

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Acontece en el teatro un desdoblamiento simbólico: cuando nos vemos desde fuera, desde ese personaje al que debemos encarnar, adquiere uno más consciencia de sí

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Puede que el teatro, la interpretación, se inventara —también— para eso: para alcanzar, mediante la ilusión transitoria de ser otro, la catarsis —¿habrá por eso tanto actores?—. No es que el teatro venga a “curarnos”, pero sí a invitarnos a un profundo ejercicio de indagación y autoconocimiento. Habrá quien lo haga por mera diversión: ¿le atrae más que la propia vida? Habrá quien lo haga por el aplauso: ¿busca llenar con él algún vacío? Habrá quien lo haga como terapia o para vencer su timidez: ¿qué le impide en la realidad aflorar su verdadero yo? Y habrá, una vez más, quien lo haga por vivir otra(s) vida(s): ¿está disconforme con la suya?

No es otro el papel del teatro: cuestionar(se). Las preguntas que nos planteamos al construir el personaje son reveladoras de nuestra propia persona: ¿por qué sobreactúo?, ¿por qué me avergüenzo?, ¿por qué siento rechazo, indiferencia o excesiva empatía? Conforme se va construyendo al personaje, reconstruye también uno su persona. De ahí venga quizá aquello de que el personaje se come a la persona, como si llegados a un punto uno y otra no fueran simbólicamente lo mismo: aun siendo antagónicos, son ramas que nacen de un mismo tallo.

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La dualidad nos viene dada: el ser humano necesita desdoblarse para vivir no más, sino mejor. No es cuestión de bipolaridad, sino de super-vivencia

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Por este potencial no sorprende que el teatro irrumpa en escenarios que a priori no eran el suyo. En el laboral, por ejemplo, emerge con fuerza la metodología fake it: mediante técnicas de interpretación teatral, el candidato potencia y pone en práctica habilidades clave para conseguir hoy un trabajo, como la creatividad, el pensamiento crítico, el trabajo en equipo, la empatía o la adaptabilidad. Quizá mi tesis no sea, pues, tan descabellada: siendo a veces otro volvemos a ser uno, casi siempre mejor.

Puede que Juanjo, mi profesor, discrepe de lo que aquí escribo. Además de aprender, en estos meses ha habido tiempo para debatir —¿quién aprende si no?—. ¿El actor nace o se hace? Para él, se hace. ¿Tiene el teatro capacidad terapéutica? Quizá, pero no es ese su cometido. Él, que lleva años formando a quienes como yo hemos sentido el flechazo por el teatro, sabrá. Crea o no en la catarsis interpretativa, que sepa: quienes entramos en su escuela salimos siendo otros. Y es que, parafraseando a Marcos en Tal vez mañana, no solo el actor alcanza plenitud cuando logra liberarse de todos sus prejuicios; también la persona. Es eso, también, el teatro: un acto de libera(c)ción.

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