¿La violencia? ¡Claro que existe!
Las piedras llovían desde la distancia y alguna de ellas impactó sobre su cabeza produciéndole una pequeña brecha. En ese momento puso en práctica ese ojo por ojo nada evangélico y lanzó contra su agresor todas las piedras que se le pusieron a mano. No supo de la suerte de su adversario, pues se fue raudo a su casa para poner remedio a esa pequeña herida que le escocía y que aún le sangraba.
Tenía diez años y en aquella época los niños salían del colegio y volvían a casa solos, sin compañía adulta. Y no porque no existiera peligro alguno, sino porque la vida misma era la mejor maestra que uno podía tener para madurar y hacerse responsable de sus propios asuntos.
Otra tarde regresaba a casa con un compañero de clase y nada más cruzar la pasarela se encontraron una pandilla de niñas que estaban “pasando revista” a los que por allí transitaban. Como con todos los demás, se interpusieron en su camino y la que lideraba el grupo, con una botella de cristal en una mano, les espetó un “arrodillaos “o” os rompo la botella en la cabeza”. Ambos se negaron a semejante humillación y su amigo recibió un sonoro bofetón en una de sus mejillas. Alzó la botella amenazándole a él de nuevo y éste volvió a negar con la cabeza. Vista su determinación, y también porque la igualaba en corpulencia, la chica se echó a un lado y los dos amigos reprendieron la marcha.
Por estos sucesos fatídicos, y muchos otros, este niño fue sabedor de la existencia de la violencia, de esa tendencia a imponerse por la fuerza, a obligar y dominar a los más débiles en provecho propio. Una violencia que no hace distingos de género, de edad, de raza o de creencias, pues todos estamos cortados por el mismo patrón. Cualquier ser humano es capaz de lo mejor y de lo peor, pues todos estamos hechos de la misma pasta y tenemos en el alma esa cicatriz del Edén, herencia del mal actuar de nuestros primeros padres.
El conocimiento de esta máxima nos hará más humildes y prudentes y nos ayudará a mirar con ojos de misericordia a los demás cuando cometan cualquier tropelía. Una injusticia que nosotros podemos cometer también si no ponemos los medios oportunos y buscamos las ayudas pertinentes. Y es que todavía no ha pasado de moda ese dicho de Jesús de “quien esté libre de pecado que tire la primera piedra”. ¿No creen?