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A decir tacos también se aprende

Pilar Úcar, profesora de Lengua y Literatura de la Universidad Pontificia Comillas, nos acerca al arte de soltar improperios, habilidad que no todo el mundo domina como cualquiera puede comprobar.
RedacciónMiércoles, 16 de agosto de 2023
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"El taco es propio de cerebros desarrollados". © ADOBE STOCK

Hay rankings de universidades, pero también los hay de tacos. Un reciente estudio de la plataforma online de aprendizaje de idiomas los españoles dicen una media de nueve palabras malsonantes al día, empatados con los italianos. Dicen menos los brasileños (siete) y más ingleses y alemanes (9), los polacos (19) y los estadounidenses (21).

Por zonas, donde más tacos se escuchan es en Santa Cruz de Tenerife (16), Granada (13) y La Coruña (12) y donde menos, en Valencia y Alicante (7) y Las Palmas (5).

Blasfemamos con amigos o en casa (31%) y, por supuesto, en el coche (17%). Los hombres blasfeman más a menudo que las mujeres, con una diferencia de 10 a ocho veces al día, y también blasfeman más los jóvenes –11 tacos diarios, frente a los cuatro de los mayores de 55–.

Malhablados

Para Pilar Úcar, profesora de Lengua y Literatura en la Universidad Pontificia Comillas y autora de Palabradas (Ondina ediciones) todo lo anterior es una soberana… tontería.

«Me parece un estudio políticamente incorrecto y culturalmente ofensivo. El taco es algo propio de las personas y de las situaciones, de los contextos, y no es una señal de pobreza léxica. Yo lo defiendo», arranca.

«¿Qué es hablar bien y qué es hablar mal? ¿Hablar bien es hablar como Góngora, en un nivel en que nadie te entienda, o facilitar la comunicación?», se pregunta Úcar, que considera una cursilería el «mecachis», el «jolín» o el «uy» en determinadas situaciones, como, por ejemplo, cuando tienes un dolor de cabeza insoportable. «El taco tiene una carga expresiva que no tiene otra palabra, pero parar decir tacos hay que saber, hay que ser inteligente a la hora de emplearlos», asevera.

Un taco bien usado puede resultar cómico, divertido e incluso aproximativo hacia el otro. También ofensivo, claro. Pero cuidado con las apariencias: «En un atasco «gilipollas» es lo más común, pero hay insultos que tienen que ver con la palabra tonto, mucho más naives, sosos o bobos, que pueden convertirse en la mayor de las ofensas. Son palabras en apariencia de patio de colegio, pero pueden tener mucha más fuerza que otros tacos que, de tanto repetirlos, se desemantizan. Si en una atasco en la M-40 el de atrás me suelta «Rubia tenías que ser» y yo me giro y le digo «Tonto», con la adecuada graduación, puede ser mucho más efectivo que otros tacos mucho más fuertes».

Como en cualquier acto comunicativo, hay que tener en cuenta el quién, el dónde, la intención, el receptor, el emisor, el mensaje. «El taco es familiar, coloquial, facilitador, simpático». Así, puedes decirle a una amiga tuya «qué cabrona eres» y seguir tan amigas. Pero sin abusar. «Repetirlo mucho aburre. Sucede como con las expresiones típicas de periodistas como «crear sinergias», «poner en valor», «a día de hoy»…»

El estudio del principio es de una plataforma online de aprendizaje de idiomas, y esto le recuerda a Pilar Úcar lo complicado que es blasfemar en una lengua que no es la nuestra. «Lo primero que aprendemos es «merde» o «fuck«, y lo intentamos colar, pero irremediablemente nos queda impostado», reconoce.

¿Falta de educación?

Defensora como es de un buen taco en el momento adecuado y en su justa medida, Pilar Úcar no cree que los tacos dependan de la zona geográfica o el clima, pero tampoco del origen social o el nivel educativo. Ni de determinadas profesiones. «Es falso falsísimo. Depende de la costumbre. Una educación más elevada no evita el taco. El taco es propio de cerebros desarrollados, que marcan la barrera entre «Ahora lo digo», «Ahora no».

En su día a día, asegura, están muy presentes, pero siempre calibrando: «En una conferencia, no. En el debate posterior, sí. En clase, no. En la cafetería, sí. Hablo muy bien y, al mismo tiempo, soy una gran taquera».

Para todos los públicos

En el origen fue el «caca, culo, pedo, pis». «El taco infantil surge porque los adultos dicen tacos, y a los niños les hace gracia repetirlos. El niño copia modelos, referentes. Oye tacos en el colegio, en el parque, en la familia… Si lo dice su amigo, lo dice él. Ante esto, muchos padres suelen reprimir al niño. Muy bien, pero que sepan que cuando salgan del paraguas paterno van a decirlos, porque les hace gracia», expone Pilar Úcar, que apunta que con los niños hay que hablar de dónde está el límite, decirles cuándo se puede decir, con qué personas, y cuándo no.

Sobre los adolescentes, «Dudo que pronuncien tacos para llamar atención. Es más una forma de unificar el grupo. Los homogeneiza, los iguala. Sirven para identificarse con su grupo, ser igual, no destacar», analiza la experta. Y ahí están los tacos, pero en general la forma de hablar y las coletillas, el «bro» de hoy, que fue el «macho», «tío» o «pavo» de los ochenta y noventa, o el «Borja» convertido en «Cayetano».

Del Siglo de Oro al XXI

Allá por el Siglo de Oro Góngora le dedicaba a Quevedo improperios como «cegato», «perro judío» o «cojitranco», y este le respondía con «Érase un hombre a una nariz pegado…» en su particular beef. Escribían poemas exquisitos, pero también se insultaban.

Un error es considerar que un mayor dominio del lenguaje implica esquivar los tacos. Y otro, tomárselos al pie de la letra. Úcar no ve machismo en el «coño» ni en el «coñazo»: «El significante no evoca el significado». «Coño» es mi taco favorito, el que más uso y con el que más éxito tengo. También por cómo lo digo, cómo prolongo la primera o y corto la final, pero sé cómo y frente a quién decirlo», proclama la profesora.

Otro estereotipo que derriba es que en América Latina se hable mejor. «Es mentira que en las regiones de América Latina haya un mayor vocabulario, un habla más rica o se digan menos tacos. Puede haber áreas más conservadoras, con un español más literaturizado y libresco. El idioma es tan rápido como la sociedad que lo usa».

La RAE, claro, no llega a todo: «Van tarde, hacen lo que pueden, y tampoco se trata de incorporar todos los términos que surgen. Las palabras, como todo, nacen, crecen y mueren. Tienen una vida, un momento, y este pasa», concluye Úcar.

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