Bendiciones estériles
Todo parece indicar que el aumento de la ignorancia religiosa en la población adulta va ligada a la disminución progresiva del número de alumnos matriculados en el área de Religión Católica. Por eso no podemos afirmar que algunas personas han olvidado los Diez Mandamientos de la Ley de Dios y que éstos se fundamentan en la ley natural. No los han podido olvidar porque nunca les hablaron de ellos ni en su familia ni en su colegio.
¿Y qué podemos decir del pecado? Según la Real Academia Española es, en su primera acepción, “transgresión consciente de un precepto religioso”. Pero ¿qué pasa si uno ignora, por falta de formación o por ignorancia culpable, cuáles son esos preceptos religiosos? ¿Ya no cometerá pecado alguno? Vayamos pues a la segunda acepción del diccionario y veamos si resulta que el pecado es un simple prejuicio del pasado: “cosa que se aparta de lo recto y justo, o que falta a lo que es debido”. Algunos para justificar su situación se preguntarán, tal y cómo hizo en su día Pilatos, qué es lo recto, qué es lo justo y qué es lo debido. Y cuando alguien se lo explique, volverán a repreguntar sobre alguno de los conceptos que aparezcan en la nueva definición, y así hasta que, por puro agotamiento, se haga el silencio entre los dos interlocutores y cada uno prosiga su camino.
De todos modos, podemos formular algunas cuestiones que nos sitúen ante escenarios concretos de dudosa moralidad. Por ejemplo, ¿es justo que un hombre abandone a su esposa y a sus hijos para irse con otra mujer, volverse a casar y tener con ella una nueva descendencia? ¿Es recto que un hombre se vaya a vivir con otro hombre, traten de tener hijos y, al no conseguirlo, decidan adoptar uno? ¿Ir en contra de la ley natural, dejando a un esposo sin esposa, a unos hijos sin padres o imponiendo a un niño el tener dos mamás o dos papás es lo debido?
Otro concepto que también ignoran aquellas personas que jamás han asistido a una clase de Religión cuando eran escolares es el de gracia
Otro concepto que también ignoran aquellas personas que jamás han asistido a una clase de Religión cuando eran escolares es el de gracia. Y no me refiero a esa gracia que nos produce una situación cómica, sino a ese don gratuito que Dios nos regala para ser capaces de portarnos según su voluntad y alcanzar la felicidad aquí en la tierra y después en el cielo. Una gracia de Dios que se pierde cuando cometemos un pecado mortal, que es aquél que tiene como objeto una materia grave, el Decálogo o los Mandamientos de la Iglesia, por ejemplo, y se realiza con plena advertencia y pleno consentimiento.
Cuando cometemos un pecado grave nos “desconectamos” de ese fluir de gracia que Dios nos manda a través de los sacramentos, de la oración y de los sacramentales. Cuando no vivimos en gracia de Dios nuestras buenas obras son estériles, pues no reciben la recompensa debida por culpa de esa “desconexión”. ¿Y qué podemos hacer para restablecer nuestra relación con Dios y recibir así la gracia merecida por nuestras buenas obras, nuestra vida de fe y de piedad y la recepción de los sacramentos? Pues pedir perdón a Dios a través del sacramento de la Penitencia. Un perdón que Dios nos concede si, entre otras cosas, nos duelen de todo corazón nuestras faltas y tenemos el propósito firme de no volver a pecar. Tras la confesión sacramental se nos perdonan los pecados mortales y recuperamos la gracia perdida. Todas esas buenas obras que realizamos estando en pecado mortal vuelven a estar operativas tras una buena confesión.
El problema radica cuando un creyente piensa que el pecado no existe o que no peca en absoluto cuando vive con otra persona, sin importar de qué sexo sea, sin estar casado por la Iglesia. Porque en un noviazgo como Dios manda, los novios se guardan hasta que pronuncien ese “sí, quiero” que les compromete de por vida ante Dios y su Iglesia. Y mientras no se dé ese consentimiento consagrado por el sacramento del matrimonio, una pareja que desea agradar a Dios, vivir en gracia, se guardará de hacer uso del matrimonio hasta que no pase por la vicaría. Y si, dadas las circunstancias desordenadas, no está en condiciones de hacerlo jamás, a esa pareja de creyentes no le quedaría otra que vivir como si fuesen hermanos. Y la verdad es que tener hermanos es una auténtica bendición.