La salud mental de nuestros jóvenes canarios
¿Nos debe preocupar la salud mental de nuestros jóvenes canarios?, ¿es una temática de moda? o ¿realmente debemos enfocar nuestra atención en, prevenir, entender e intervenir sobre la salud mental de nuestros jóvenes?
Para contestarnos a estas preguntas, debemos saber a qué nos referimos con salud mental. Se entiende como el estado de bienestar mental que permite a las personas hacer frente a los momentos de estrés de la vida, desarrollar habilidades para aprender y trabajar en comunidad. Nos permite tomar decisiones coherentes a nuestras necesidades y personalidad y relacionarnos con el mundo de manera sana.
¿Puedes imaginarte un mundo comunitario y socioeconómico donde falte este aspecto personal? A pesar de su complejidad, ¿podríamos avanzar como sociedad sin tenerlo en cuenta?
Los factores que más incluyen en este aspecto serían, por ejemplo: las habilidades emocionales, el abuso de sustancias, la genética, estar en situaciones sociales de violencia, de desigualdad, de pobreza, la degradación del medio ambiente…
La edad de manifestación no importa. Puede aparecer en cualquier momento de la vida de un ser humano, sin previo aviso. No obstante, la infancia y la juventud, son periodos cruciales para el desarrollo óptimo de una adecuada salud mental.
La Encuesta de Salud de Canarias realiza un estudio entre el año 2021 y 2022, presentada por el Servicio Canario de Salud (SCS) y el Instituto Canario de Estadística (Istac), que revela que el 27% de los canarios está en riesgo de sufrir problemas de salud mental. El 13,3% de la población de las Islas, de entre 16 y 19 años, asegura haber tenido pensamientos suicidas, un porcentaje que era del 7,9% hace seis años.
¿Cómo podemos interpretar esta tendencia?, ¿realmente podemos hacer algo?
Desde la escuela, veo a diario como esta problemática inunda las aulas, afecta a estudiantes y profesorado y se cuela en las casas. Cada cual intentado solventar una situación, que a diario se nos escapa. Se nos va de las manos por la falta de formación, la falta de educación en salud mental, tanto a nivel personal como a nivel profesional. Se junta además con una sociedad que aún tiene estereotipado este problema, que todavía le cuesta aceptar que los trastornos mentales son tan o más necesarios de tratar como los físicos. Existe aún más tabú que aceptación.
Nos cuesta aceptar que necesitamos ayuda, que a veces debemos pedirla a quien entiende y sabe cómo ayudarnos, que nuestros hijos o estudiantes necesitan ayuda. Que esa ayuda a veces no es suficiente con una charla en el salón o en el aula. Es necesario que los jóvenes sepan dónde, cómo y porqué pedir ayuda. Que sepan qué tan importante es sentirse bien para desarrollarse en su futuro. Que sepan dónde encontrar una asociación y/o terapeuta que le ayude en el proceso. Que se sientan acompañados.
Nos tenemos herramientas suficientes como sociedad para enfrentarnos a esta cuestión, ya que el profesorado de nuestras aulas no está lo suficientemente capacitado ni tiene recursos a su alcance para apoyar adecuadamente a estos jóvenes. Si ni siquiera tienen tiempo material para alcanzar todos los objetivos que se proponen a nivel educativo, debido al gran número de alumnado en las aulas y a la cantidad de alumnado con necesidades especiales en ellas; ¿cómo van a conseguir ayudar a los jóvenes que se encuentra en esta situación?, ¿es probable que detecten este problema o es más probable que ni se percaten?
Como orientadora de un centro educativo de Tenerife, desde hace 6 años, he visto toda clase de problemas de salud mental (anorexia, bulimia, pensamientos suicidas, ansiedad, depresión…) así como trastornos de neurodesarollo como TDAH, TEA, Trastorno de las emociones etc., desde edades cortas de 3 años, hasta la adolescencia.
Desde mi experiencia, puedo decir, que los factores que más están impidiendo la correcta detección es la sobrecarga de trabajo de los docentes y/o pedagogos, la falta de formación de la comunidad educativa en general y la falta de coordinación entre las familias y los centros.
La mayor parte de las veces que se hace una correcta y rápida detección, pero no se resuelve, es principalmente por el miedo que sienten las familias y aveces profesionales a diagnosticar e intervenir. Por no querer ponerle nombre a lo que ocurre, por no aceptar que existe una dificultad, dejan pasar el tiempo y el niño/a, estudiante o joven, no identifica qué le ocurre, su entorno no le llega a entender y se genera una incomprensión global en su contexto familiar y educativo que lejos de protegerle, le perjudica.
Por miedo también a la palabra medicación, dejamos pasar un tiempo crucial e imprescindible para poder actuar, tanto en la escuela, como en el hogar.
Si queremos realmente ayudar a nuestros jóvenes, primero tenemos que ser conscientes de qué palabras nos asustan. ¿Qué es lo que queremos, comprender o tapar? No podemos avanzar si todo lo que se sale de lo físico lo convertimos en tabú.
Cuando comencé a trabajar en esto que tanto me apasiona, apenas escuchaba por los pasillos la palabra ansiedad, no veía autolesiones aparentemente, no me llegaba tanto dolor familiar. Ahora, cada dos días que cruzo el puente de enfermería para llegar a la sala de profesores a tomar un café, me encuentro al menos a 2 o 3 alumnos/as en enfermería a causa de la ansiedad por exámenes (en muchas ocasiones por el perfeccionismo que se imponen, o la alta presión y expectativas sociales y/o familiares) y otras veces por otras causas emocionales y/o por autolesión.
Pero no acabando aquí la cuestión, cuando llego a esta sala repleta de personas que se dedican a esto con el corazón, también percibo mucha más ansiedad generalizada, más estrés y desbordamiento por no tener tiempo de calidad con el alumnado, por la saturación de alumnado en las aulas y la falta de recursos para llegar a todo.
Por poner un ejemplo de una situación que me ha impactado recientemente: hace poco una familia de una alumna de 8 años, me pedía cita para preguntarme que, debido a los escasos recursos económicos que tenían, no sabían si priorizar las clases de refuerzo de inglés de su hija, o la terapia psicológica que tenía debido a la separación de sus padres y una pérdida reciente, además de las dificultades escolares. Le comenté, que, bajo mi criterio profesional, si la alumna no se siente en armonía, en equilibrio y capaz, para poder aprender y desarrollarse con una buena autoestima en el aula, difícilmente le van a servir las clases de refuerzo ni aprender un segundo idioma. ¿Qué esperamos de la escuela?, ¿qué queremos por encima de todo que aprendan nuestros jóvenes?, ¿qué base estamos asentando?
En mi centro, al no disponer de un perfil de psicólogo para el alumnado, nuestra intervención consiste en intentar detectar de manera temprana con el ajustado tiempo que se tiene y priorizando casos, es decir, dejando en cola a alumnado sin atender. Realidad que viven la mayoría de los centros de Canarias.
El asesoramiento familiar cuando ya se ha detectado, no suele ser más de dos o tres visitas anuales, por también falta de tiempo. Por no hablar del poco personal, en funciones, de psiquiatría infantil que trabaja en las Islas.
Cuando es el pediatra o la familia es quien detecta el problema antes que el centro educativo, nos piden a orientación un informe del alumno, con pruebas estandarizadas realizadas por nosotras las pedagogas, junto con las observaciones del día a día, para derivarlo a salud mental y neurología y/o psiquiatría, y así agilizar el proceso de valoración.
No obstante, una vez realizado y entregado el informe a pediatría, tarda en ser valorado el alumno/a por salud mental, en concreto, en la Isla de Tenerife, de media entre 4 y 6 meses. Sólo en nuestro centro se realizan alrededor de 50 informes de este tipo al año, al menos los que da tiempo a realizar. Colapso sanitario y educativo, y, por ende, colapso emocional de todas las partes implicadas.
Actualmente y debido a esta necesidad que no podemos cubrir, contamos con recursos gratuitos de la zona como «AFES Salud Mental», que informa sobre este ámbito a nuestro alumnado, pero que, debido a la gran cantidad de alumnado del centro y la priorización de objetivos académicos que se marca desde la Consejería de Educación, estas charlas impartidas suponen una hora por grupo en total en todo un curso escolar. ¿Problema resuelto?
Necesitamos que cada uno de nosotros mire en la misma dirección para entre todos generar una red de apoyo comunitario que haga de este problema una solución y un aprendizaje para todos. Debemos confiar en los profesionales de la salud para que al menos nos sirva para comprender la dificultad y poder solventarla de la mejor manera posible.
¿Y una vez detectado, dónde está el problema? Radica en tener herramientas útiles, tanto como padres, compañeros, observadores, docentes o jóvenes afectados, para aprender de la dificultad, saber dónde pedir apoyo, qué ayuda necesitamos y cómo voy a aplicarla en el día a día. Bien es cierto que tampoco los centros educativos cuentan con recursos suficientes ya que no se dispone en ellos de psicólogos para el alumnado ni de los suficientes pedagogos y/o psicopedagogos que pueden ayudar tanto en la prevención y detección como en la intervención.
Corremos riesgos que parece que no logramos ver. No detectar, no prevenir y no intervenir en estas circunstancias provoca que estas cifras mencionadas aumenten cada año, que el bienestar psicoafectivo de los jóvenes en las aulas no sea el adecuado para vivir una experiencia de aprendizaje plena, sana y bonita. También implica un desgaste emocional en los hogares de esta población y un desequilibrio en su desarrollo como adultos.
¿La Educación para la Salud se está dando la importancia que merece?
La escuela sí progresa, y cada año, por ejemplo, se consigue que en este entorno seamos más conscientes de nuestra alimentación y de cómo nos afecta, o de la influencia del deporte en nuestro estado de ánimo, o de cómo podemos trabajar la dependencia a las pantallas; así como la importancia de cuidar el medio ambiente. ¿Cuántos años tienen que pasar para que se trabaje de igual manera las raíces cuadradas que la gestión de las emociones?, ¿para que se dé a las emociones y a la salud la importancia que se merece desde la educación?
Necesitamos una sociedad más preparada, más formada en salud en general y en salud mental en particular y con menos miedo. Más recursos profesionales, más profesionales en los centros, más divulgación e información social y familiar. Centrémonos en, por ejemplo, en preparar en inteligencia emocional en cada aula de cada centro, en unirnos familia-centro para que los jóvenes encuentren una red de apoyo grande y visible, para que vean que sí es importante tratarlo, hablarlo, buscar ayuda y resolverlo.
Prioricemos cada uno de nosotros nuestra salud mental, nuestro disfrute, nuestra creatividad, nuestras aficiones. Demos importancia a lo que queremos hacer tanto como a lo que debemos hacer, para así convertirnos en un modelo para ellos.
Un modelo de vida saludable y positivo, donde cada día tengamos menos prejuicios y estereotipos y estemos más preparados y formados psicológicamente para situaciones casi in-esquivables como el estrés laboral y personal o las relaciones con el otro.
Necesitamos potenciar nuestra salud desde niños, para obtener la suficiente resiliencia ante la adversidad, para crecer mientras nos aceptarnos y querernos tal y como somos y para así contribuir a la sociedad de la forma más equilibrada posible. Queremos adultos sanos, fuertes y creativos, pero se nos olvida que las emociones y la salud mental son la llave maestra que nos sujeta.