Jordi Nomen: "No se puede ser colega de los hijos; no se puede ser amigo de los alumnos"
Jordi Nomen es profesor y se le nota. Porque a veces cuando te explica algo se le escapa algún plural – «Fijaros…» –, y porque está afónico, carraspea y tiene que parar a beber agua varias veces durante la entrevista telefónica. Nomen es, además, el tipo de profesor que nunca dice que no a una buena excursión de fin de curso con los de la ESO –de hecho, las considera un «momento mágico»–. Ese tipo de profesor al que unos admiran y otros compadecen.
Nomen lleva ya varias semanas de promoción de su último libro, Cómo hablar con un adolescente y que te escuche (arpa), en el que explica cómo cambiar nuestra mirada hacia los adolescentes para lograr que estos nos escuchen, pero ni por eso abandona su escola Sadako de Barcelona, donde imparte Ciencias Sociales y Filosofía desde hace más de 30 años.
En su libro introduce muchos de los temas con fotografías filosóficas de sus alumnos.
–Me interesaba mucho que apareciese su voz para desmitificar la adolescencia como un momento en que no puede haber reflexión. Si se les pide son capaces de profundizar muchísimo, aunque les cueste.
En un contexto en que cala el discurso pesimista sobre la bajada de nivel, esas fotografías filosóficas muestran bastante pensamiento crítico.
–Es cierto que hay que aumentar la lectura. Para mí eso está claro. Y tiene que ser una lectura mucho más profunda. Muchas veces nos quedamos en una lectura superficial, que no va más allá del texto, y para comprender bien un texto hay que fijarse también en el contexto.
Ciertamente que hay dificultades, se están poniendo de manifiesto y las hay, pero también es verdad que estos alumnos llevan 12 años haciendo Filosofía. Esto es importante contemplarlo: Cuando tienen 3, 4 y 5 años hacen media hora y después una hora a la semana de Filosofía. Por tanto, están habituados a hacerse preguntas y a intentar profundizar en las respuestas, a estar rodeados de sus pares, que les ayudan a profundizar. Todo este trabajo se nota en esos ejercicios que hacemos ya en 15 años.
De lo que se trata es justamente de esto: de leer mucho y de hablar mucho. Leer y hablar. Estas son las dos claves. Y leer todo tipo de productos: un libro, una imagen, una película, una música… Todas las artes, de alguna manera, se pueden leer con esa mirada. Y esto es fundamental para que aprendan a profundizar, que es lo que más les cuesta. Lo más superficial, la lectura más inmediata, esa es más fácil. En cambio, la profundización es mucho más difícil. Y hablar con sus pares haciendo filosofía y aprender a leer y profundizar es muy importante para adquirir ese sentido crítico.
Entiendo que la preocupa la dificultad de centrar la atención de sus alumnos. Reconoce que cualquier actividad que les lleve más de 15 minutos les cuesta.
–Sí. Esa crisis de atención me preocupa, porque sin atención no hay comprensión. Si no se presta atención no se comprende. Yo creo que la tecnología mal utilizada, generando esa situación casi de dependencia, acaba provocando esa falta de atención.
Me preocupa mucho porque es muy difícil profundizar con desatención. Es algo que como sociedad debemos plantearnos. Pero eso debe empezar también en la familia. Por ejemplo, escuchando con atención lo que nos dicen los adolescentes, sin estar pendientes de otra cosa, dándoles ejemplos de lo que significa la atención.
Yo siempre les digo que en la reflexión van bastante adelantados. El problema es la gestión de la emoción. Y la atención tiene mucho que ver con ello. El esfuerzo de voluntad para fijarse tiene mucho que ver con la emoción y con el interés, si me interesa en lo que estoy centrando mi atención. Y yo creo que eso hay que trabajarlo más, creo que debe ser una prioridad, francamente.
Esa crisis de atención me preocupa, porque sin atención no hay comprensión. Creo que debe ser una prioridad, francamente
"En relación a la tecnología, usted no se muestra partidario de prohibir. Cuestiona que esa sea la solución e incluso cree que prohibir en la adolescencia puede ser contraproducente.
–Una cosa es el uso racional. Por ejemplo, en nuestra escuela les hacemos dejar el móvil cuando entran y lo recuperan cuando salen. En cierto modo hay una prohibición ahí, pero es que no lo necesitan para lo que vamos a hacer. Ellos trabajan con iPad en clase a partir de 4º o 5º de Primaria, además de trabajar de otras formas no tecnológicas, y no necesitan el móvil para nada. Pero es que la prohibición se la van a saltar, porque está en el ADN adolescente. Y cuanto más les prohibimos más les retamos a que se lo salten.
Entonces, ¿qué hacer? Una buena educación en los medios. Una buena educación sexual, porque eso les ayudará a reflexionar, a hacer autocrítica, metacognición, sobre por qué lo están haciendo y cómo lo están haciendo. Eso es lo único efectivo, porque la prohibición se la van a saltar. Les costará más o menos, pero la acabarán saltando. Nosotros nos quedamos tranquilos porque está prohibido y ellos se saltan la prohibición sin que nos demos cuenta. Por lo tanto, no es esa la solución, aunque sí que es cierto que restringir, en determinados casos y sobre todo a determinadas edades, creo que está bien.
Hay que adoptar medidas de restricción en los contextos y edades correspondientes, pero a un adolescente si le prohíbes le estás incitando a que busque cómo saltar esa prohibición. Ahí no puede estar la solución. La solución está en una buena educación, en una reflexión sobre qué nos está pasando, por qué, en el trabajo con los medios digitales.
La prohibición se la van a saltar, porque está en el ADN adolescente
"Usted es partidario de que en casa se hable de todo, y de que la educación sexual vaya más allá de la anatomía.
–Sí, claro. Es que si les reducimos la educación sexual a la anatomía… Eso ya lo hace el porno muy bien. No, hay que hablar también de sentimientos, de emociones. Eso es lo que les preocupa. Si no se habla en casa, ¿dónde me voy a informar? No podemos partir de la base de que si no se habla en casa eso no va a suceder, porque lo tienen a un clic, lo tienen muy fácil.
Hay que hablarlo en casa, pero hay que tener estrategia. Si le preguntas a un adolescente directamente: “Oye, ¿pero tú tienes relaciones sexuales ya?” lo estás poniendo en una situación muy compleja, es muy difícil que te pueda contestar a eso. Aparte de que como padre o madre te va a costar mucho hacerles una pregunta de ese calado, pero vemos películas juntos, y en esas películas aparecen situaciones que se pueden comentar: “Fíjate, en esta película están utilizando a esta persona como si fuese un objeto, ¿no te parece?”. O incluso plantear situaciones, aunque sean ficticias: “En el trabajo me han dicho que hay una chica de tu edad que se ha quedado embarazada porque se les ha reventado el preservativo en una relación, ¿qué opinas tú de eso?” Hablar en tercera persona es mucho más fácil que en primera persona. Hay que hablar con estrategia, pero hay que hablarlo. Si no, su único medio de información ya sabemos cuál es.
¿Uno de los errores comunes de los padres es creer que a medida que los niños crezcan ya no van a demandar tanto?
–Sí, para mí sí. Mientras son pequeños tienes que estar ahí las 24 horas del día, porque están muy demandantes, muy necesitados, y de pronto pasan a no demandar nada. Al contrario, tienden a moverse un poco más lejos, y eso da la falsa impresión de que ya no necesitan a los adultos. Nos necesitan pero de otra manera, con otra forma de mirar. Necesitan que los acompañemos sin agobiarles, que estemos ahí sin violentarles, que seamos muy discretos pero que nos noten como presencia, y eso es muy difícil de hacer. Es la parte difícil: que sientan que estamos ahí pero no debilitarlos con demasiada presencia, porque entonces no pueden madurar, o lo ven como una invasión a su intimidad y lo rechazan.
En este afán de no agobiarles, ¿los padres pueden acabar escabulléndose?
–Claro, tan mala es la hiperprotección como la desprotección. Son los dos extremos. La hiperprotección porque no permitimos que maduren y que continúen adelante en esta aventura que significa hacerse mayor y la desprotección porque se ven faltos de brújula, no tienen camino que seguir. Y esto es importante que lo tengan. El adulto y la familia debe estar, pero de otra manera a como estaba en la infancia, por eso yo siempre digo que hay que hacer un duelo por esa infancia que ahora está dentro de ese chico o esa chica; no es que ya haya perdido, pero ya no es lo mismo.
No sé si otro de los errores es el paternalismo. Los hijos tienen que aprender de sus errores y su experiencia, no de la de sus padres.
–La experiencia de los padres puede ser positiva si se da en el momento adecuado. El problema es que ellos viven en un contexto generacional completamente distinto al nuestro. Además, nosotros solemos transmitir lo que nos transmitieron nuestros padres y abuelos, y eso a ellos y a ellas ya no les vale. Ahí está el problema. Aparte de que utilizamos un exceso de palabras. Y entonces el adolescente desconecta. Hay que valorar muy bien el momento y ser muy breves, concisos y exactos en lo que les estamos diciendo.
El “Yo sé qué es lo mejor para ti” es un grave error, porque tú no estás en su contexto y no puedes saber exactamente qué es lo mejor en ese contexto. Sí, tienes mucha más experiencia y está bien transmitirla, pero no desde la superioridad, sino diciendo “Yo también cometí mis errores y por esto quiero compartirlo contigo, para ver si te sirve de algo”.
¿Tendemos los padres a idealizar nuestra infancia y adolescencia?
–Sí, esto, cuando explicamos Historia, se explica muy claramente, pues parece que todo iba a parar donde fue a parar, pero los que lo estaban viviendo tenían una niebla delante, la misma que tenemos nosotros respecto a nuestro futuro. En el futuro hay una niebla, por eso somos incapaces de desentrañar qué hay en él. En cambio, cuando miramos hacia el pasado, esa niebla ha desaparecido, con lo cual podemos reconstruirlo como si fuera un camino lineal de rosas, en el que todo fue maravilloso. No les ayudamos con esa reconstrucción, porque entonces sienten que no están a la altura. Eso si se lo creen. Si no, les da la sensación de que les estás mintiendo, y eso tampoco es bueno. Por lo tanto, hay que ser honestos con uno mismo y decirles “Yo también pasé mis dificultades, y las he superado. Y esa es la esperanza, que se van superando”.
En el futuro hay una niebla, por eso somos incapaces de desentrañar qué hay en él. En cambio, cuando miramos hacia el pasado, esa niebla ha desaparecido, con lo cual podemos reconstruirlo como si fuera un camino lineal de rosas
"¿Es un error seguir creyendo que hay dos mundos, uno analógico y otro digital?
–Lo analógico y lo digital para ellos y para ellas son vasos comunicantes. Les permiten existir, participar, relacionarse, reconocerse, reconocer al otro… Eso está imbricado. En cambio, nosotros seguimos hablando de dos mundos. Y esa diferencia es fundamental. Ellos perciben que no entendemos cómo viven. Les estamos hablando de adolescencia, que si se hace bien debería seguir siendo el tránsito hacia la madurez, pero el contexto ha cambiado muchísimo, y esto lo debemos tener en cuenta cuando hablemos con ellos.
Debemos intentar conocer su mundo, sin juzgarlo desde una posición paternalista: “Su mundo no vale nada. El que vale es el mío. Ahí yo crecí, me hice mayor, lo conseguí…”. Si descalificas todo su mundo no les estás ayudando. Deberíamos cambiar esa mirada por “Quiero comprender”. “A mí no me gusta el rap, pero pásame un par de canciones y vamos a hablarlas, porque yo leo una cosa muy distinta de lo que tú probablemente estás leyendo, y me interesa saber por qué te gusta. Me interesa conocer tu mundo”. Eso es fundamental para establecer un vínculo con los adolescentes. Como profesor, a veces te dicen: “Mi padre, mi madre… viven en la prehistoria, no tienen ni idea”. Esto es muy preocupante.
Y luego, en cambio, dice que en los viajes de fin de curso siempre se acuerdan de ellos.
–En estos viajes yo me lo paso excepcionalmente bien, porque ellos descubren la persona que hay detrás del profesor, y entonces se abren como personas. Es un momento muy mágico y muy bonito para vivir con ellos y con ellas. Aparte de que yo voy en calidad de tutor, y eso da también un sesgo, porque conozco a las familias.
La familia les da algo de dinero, que pactamos, en pro de la equidad, y ellos vienen y me dicen: “¿Tú crees que si le regalo esto a mi padre le va a gustar?”. Esto es bellísimo. Ellos están comprando un imán de nevera, que es para lo que les da el presupuesto, pero lo importante no es el precio de ese imán, es esa ilusión que muestran y esas ganas de regalárselo y de ver la cara cuando descubran que han pensado en ellos y les han traído un pequeño obsequio. Hay que ponerse desde este punto de vista. No podemos romperlo todo, porque entonces estamos rompiendo personas. En eso hay que ser muy serios. A las personas hay que salvarlas siempre.
Dice que en la adolescencia hay que ser muy precisos y cuidadosos tanto con los elogios como con las críticas.
–Claro. Los elogios no pueden ser mentira, porque ellos lo detectan y detectan el paternalismo que hay en la mentira. Los elogios deben ser verdad, debemos elogiar aquello que hacen bien.
Y las críticas no pueden ser demoledoras, no pueden ser etiquetas, porque si tú les criticas con una etiqueta no les das oportunidad de redención. Si tú le dices a un hijo “Es que eres un desgraciado, hombre”, ya lo has condenado, eso no tiene solución. Hay que mesurar mucho las palabras que se dicen, porque les impactan de una manera brutal, porque te quieren como padre, como madre, como maestro, y esto es lo que más les duele, cuando les dices una palabra que a ti te parece que es una reconvención. Y una humillación en público, ante sus compañeros, sus compañeras, es tremenda. Los has derrotado completamente. En cambio si les dices: “Esta actitud no está bien, esto debemos cambiarlo, no lo has hecho bien, y yo te veo capaz de hacerlo mucho mejor. Espero mucho más de ti. Permíteme que hablemos y que veamos cómo lo podrías haber hecho mejor…”. Pero lo has hecho, no eres. Es muy distinta una cosa de otra.
En el libro dedica un capítulo a los riesgos con que se encuentra un adolescente. Habla de las drogas o de los trastornos de la conducta alimentaria, pero también del abandono escolar. Entiendo que para prevenir ese abandono es importante no etiquetar.
–Sí, es fundamental. Cuando un chico o una chica se siente marginado en el centro educativo por múltiples factores –que puede ser por problemas de acoso en clase, pero también porque no se siente parte–, en mi experiencia, si tú le dices: “Tú vas a ser el speaker de hoy en la actividad que vamos a hacer en el patio” (si es que realmente le gusta hablar en público, porque si no le estás poniendo en una situación muy comprometida), acabas de hacerle el chico más feliz del mundo, acabas de crearle un vínculo con la escuela y después, si lo hace bien, podérselo decir: “Lo has hecho estupendamente. Me ha gustado muchísimo cómo has dirigido la actividad, cómo has explicado lo que íbamos a hacer ahora en el patio. Gracias por prestarnos tu apoyo”. Eso es un chute de autoestima para ese adolescente. Y eso lo propiciamos muy poco en los centros, porque tendemos a buscar a esos alumnos y alumnas ejemplares, que también se lo merecen. Pero a ese otro, al que le gusta aquello pero en cambio académicamente le cuesta muchísimo, le estás ayudando una barbaridad.
Hay personas que después han triunfado en la vida y guardan cierto rencor hacia sus profesores: “Nunca creyeron en mí”. Pero luego los profesores reaccionan y cuestionan que los docentes vayan diciendo a sus alumnos adolescentes: “Tú no vales para nada”.
–Hay unas distancia entre la percepción del profesor y la percepción del alumno, pero yo diría que los profesores debemos cuidar mucho nuestro lenguaje. No solo el verbal, el no verbal también. Y debemos cuidar mucho a la persona que tenemos delante. Por encima de todo es una persona y hay que cuidarlo, hay que quererlo. No hay aprendizaje sin amor. Tú aprendes lo que quieres, lo que amas, lo que ves amar a otro. El amor siempre está por medio. Ellos te dicen que este profesor es un grandísimo profesor porque le ven amar lo que explica, no entra, da la clase y se va. Le ven amarles a ellos, preocuparse por ellos, y esto es lo que a ellos les da el vínculo. Y esto debería formar parte de nuestro perfil como profesor. Creo que es fundamental el vínculo con el alumnado. Un vínculo sano, un vínculo hecho de exigencia, por supuesto. Porque a veces se contrapone: “No puedes querer a tus alumnos porque entonces no eres exigente”. No es cierto, eso es mentira. Es una falacia. Tú les quieres y eres exigente porque les quieres. Y si no, que pregunten a cualquier padre y a cualquier madre por qué es exigente con sus hijos e hijas. Precisamente porque los quiere.
A veces se contrapone: "No puedes querer a tus alumnos porque entonces no eres exigente". No es cierto, eso es mentira. Es una falacia
"Hay casos en que toda la vida de la familia gira en torno a los niños, son ellos los que marcan la agenda.
–Esto no les ayuda para nada, porque los conviertes en pequeños tiranos. Si todo gira en torno a ellos van a desconocer el valor de la familia. En la familia hay que dejar claro que somos un grupo. Y, por lo tanto, todos los miembros debemos estar cómodos. Claro que queremos que tú estés cómodo o cómoda en la familia, porque formas parte de ella y te queremos, pero yo tengo el mismo derecho, tu hermano o hermana tiene el mismo derecho, el abuelo tiene el mismo derecho. Y, por lo tanto, no todo puede vehicularse a través de ti. Porque formamos un grupo y todos tenemos obligaciones para con este grupo, para fortalecerlo y para ayudar a que tire adelante.
¿Ir de colegas con nuestros hijos es dejarlos huérfanos?
–Claramente. Ganan un amigo y pierden un padre. Pierden muchísimo, porque amigos van a llegar muchos en diferentes etapas de su vida, pero padre y madre solo hay uno, y si lo pierdes te has quedado sin los referentes fundamentales para tu vida. No se puede ser colega de los hijos. No se puede ser amigo de los alumnos. Ellos tienen que tener muy claro que tú eres su profesor y que les quieres, que tú eres su padre o madre y que les quieres.
Con un amor incondicional en el caso del padre y de la madre. Fíjate si es difícil ser padre o madre que es algo que es para siempre y es incondicional. Palabras con un peso brutal porque el siempre, el nunca, el para siempre y el incondicional son todo lo contrario a lo que es un ser humano, que es voluble, que cambia, se transforma… Es un compromiso tremendo y hay que agradecérselo muchísimo.
Yo se lo explico esto a los alumnos y luego les añado un toquecillo de sentimiento y emoción. Les digo: “Y además, no va a ser para siempre, porque la vida es así, y hay que reconocer que la muerte está ahí, al final del camino, y el papá y la mamá, igual que el abuelo y la abuela, van a faltar en algún momento”. Y vienen los padres a las entrevistas la semana después y me dicen “Oye, ¿qué le dijiste a mi hijo/a? Llegó a casa y me abrazó como si no hubiera un mañana, cosa que hacía mucho tiempo que no hacía, ¿qué le contaste?”. Pues eso, que la vida se acaba también, y que el papá y la mamá están ahí para siempre, pero que ese “siempre” tiene caducidad, porque son humanos y van a morir. Y hay que aprovechar ese amor y vivirlo al máximo. Y cuando se lo cuentas así, el adolescente dice “Es verdad, tengo que abrazarle cuando llegue a casa, porque se lo merece”.
Al final, ¿todo se resume en trabajar su libertad con responsabilidad?
–Sí, muchas veces caemos en el discurso de la felicidad, cuando en realidad la felicidad dependerá mucho de los contextos. De la fortaleza personal, sí, pero también del contexto. En cambio la libertad interior, esa sí que depende de fortalecer ese carácter resistente a la adversidad, capaz enfrentarse a lo que hay.
Hay muchas lecturas que pueden servir para hablar de esto. Al final del libro introducimos, por ejemplo, Juan Salvador Gaviota, El principito o El guardián entre el centeno, que hablan de la libertad intelectual, de la libertad interior. Esa es la que hay que educar muy bien para hacerles fuertes. Y, claro, para hacerles fuertes no les puedes apartar todos los obstáculos, porque si no nunca se van a enfrentar a ello y por lo tanto no se van a entrenar.
Yo recomendaba esas lecturas desde este perfil, incluso las películas que recomiendo ver con los hijos van en el mismo sentido. También recomiendo 1984 o Un mundo feliz, distopías que nos permiten comprender cómo se puede perder la libertad si no se cultiva y no se hace el ejercicio de ciudadanía responsable. Ahí tendríamos el otro tema: “Quiero que seáis adultos y adultas libres y responsables, pero también responsables y comprometidos con una sociedad mejor, del bien común, equitativa, en la que no dejemos a nadie atrás”. Hay que evitar tanto la vigilancia de 1984 como el goce por el goce de Un mundo feliz. Para mí son los dos extremos que hay que evitar, y en los que por desgracia estamos cayendo, porque cada vez estamos más hipervigilados y cada vez estamos más centrados en el goce personal, y perdemos de vista lo que significa el compromiso, la solidaridad y el amor.
Para hacerles fuertes no les puedes apartar todos los obstáculos
"Habla de padres que ven películas con sus hijos, que les escuchan… pero en sus fotografías filosóficas sus alumnos se quejan de padres que llegan muy tarde y muy cansados a casa, que no tienen tiempo de sentarse con ellos, que no se fijan demasiado en cómo están.
–Es evidente. Cuando no tenemos tiempo para dedicar a las relaciones en general… Las relaciones hay que aguantarlas y nutrirlas. Las relaciones no van solas porque lleven un nombre. Van con nutrición detrás; con emoción, con detalle, con preocupación por la otra persona, con saberte apartar cuando toca y saberte acercar cuando es necesario. Y esto requiere tiempo, requiere sutileza, un poco de fantasía también. Hay que paladear las relaciones. Todo lo contrario de lo que tenemos hoy, de lo que nos presenta la sociedad.
Esto lo podemos ver también con los médicos. Hay médicos que ven a la persona detrás del paciente. Y médicos que solo ven los síntomas. Es muy distinto. El primer médico, de alguna manera, te cura solo con su presencia. El segundo, no.
Lo mismo pasa en casa, con las amistades, y a tantos y tantos niveles. Hay que buscar esos espacios de calidad. Es muy importante. Hay que nutrir las relaciones personales. Si no, se estropean.
A veces creemos que esos momentos de calidad con nuestros hijos son momentos para tratar un tema muy profundo de la vida. No, puede ser que te expliquen los cotilleos de la clase. El momento de calidad es que ellos y ellas están hablando y tú los estás escuchando con un interés tremendo. Y entonces te dicen: “Oye, con tu madre se puede hablar. Vengo a casa invitada, y con tu madre se puede hablar, porque escucha, porque manifiesta interés”.
No vale el “Este tema no es importante, vamos a hablar de lo importante, del orden de tu habitación”, porque rompe el canal. Desconectan, y ahí ya dependerá de su personalidad que te digan “Sí, sí, mamá, es verdad, ya haré la habitación, sí, sí”, y luego no lo hacen, pasan. O, al contrario, te dicen “No me da la gana, porque esto, porque lo otro…”. Y entran en modo oposición.
Hay que saber buscar esos momentos de calidad, que siempre son cuando ellos y ellas lo deciden y tratando los temas que a ellos y ellas les interesan. Y luego, si ese canal está abierto, estará bien poder tratar los temas que a ti te interesan, pero en titulares, sin grandes discursos, y sin interrogatorios.
Las relaciones hay que aguantarlas y nutrirlas. Las relaciones no van solas porque lleven un nombre
"El título de su libro recuerda a un estudio de la Universidad de Stanford que demuestra que a partir de los 13 años el cerebro de los adolescentes empieza a ignorar la voz materna.
–Sí, suele pasar. Todavía estamos en una sociedad un poco patriarcal, y son las madres las que llevan ese papel de reñir, reñir y reñir. Y, claro, ese papel acaba pasando factura.
¿Qué titular le daría usted a los padres de hijos adolescentes?
–En el cuento, el patito feo se transforma en cisne negro. Les diría que esa es la expectativa. El cisne negro puede llegar. Hay que ayudar a que surja y a que se consolide.