Ya pienso como un robot
En un reciente programa de televisión, una maestra de educación infantil en una escuela rural (CRA) afirmó, explicando los programas de robótica asociados al programa Escuela 4.0 del Gobierno español: «Uno de los principios de la robótica es el pensamiento computacional, que es una de las mejores maneras de solucionar conflictos; y el ser humano debe aprender a resolver conflictos como lo hacen las máquinas».
Dar por sentada esta declaración no deja de ser preocupante, sobre todo si estamos hablando de la educación de niños de 3 a 6 años. ¿Quién ha decidido que lo óptimo es priorizar el pensamiento computacional, en concreto, para solucionar conflictos? ¿Por qué el ser humano debería aprender a resolver conflictos como lo hacen las máquinas?
Esta afirmación, aunque quizás hecha con la intención de destacar la eficiencia y la lógica, implica una serie de suposiciones y riesgos que merecen un examen detenido. El primero de sentido común es que la principal “profesión” de los niños a estas edades es jugar.
El juego no es solo un acto de diversión; es una expansión vital de sus mentes, un medio para explorar las dinámicas de las relaciones humanas y una forma de abordar los conflictos con empatía y sociabilidad. Este proceso no solo es intrínsecamente valioso, sino que también fomenta la resiliencia, la capacidad de vencer dificultades y, por lo tanto, la autoestima. Permite a los niños investigar y comprender el mundo a su alrededor de una manera libre y sin presiones, captando de forma natural el bien de las cosas, en lugar de restringirlos a enfoques binarios o limitados.
Los niños necesitan espacio para explorar, imaginar y crear, habilidades que son esenciales para la innovación y la resolución de problemas en todas las áreas de la vida.
La declaración de la maestra da la impresión de una voluntad de “formateo” de la mente infantil, autorizando sin más a la máquina a enseñarnos a resolver conflictos.
¿Por qué habría de ser así? ¿A qué se debe esa sumisión tan rápida a la máquina? Resulta muy inquietante oírlo en una maestra de niños tan pequeños. Es crucial debatir si estamos en sintonía con esta perspectiva, incluyendo a los padres en la conversación. En definitiva, no aceptar de forma indiscriminada que la máquina es mejor que nosotros, o que quien deba guiar nuestra conducta sea la propia máquina. ¿Es la máquina la que mide al hombre o el hombre el que mide a la máquina? Esta reflexión de un compañero amigo, esencial para cualquier persona con sentido común, parece ser obviada por muchos educadores y empresarios, quienes se centran en la eficiencia que promete la IA sin considerar sus implicaciones a largo plazo.
¿Es la máquina la que mide al hombre o el hombre el que mide a la máquina?
La idea de que las máquinas son inherentemente mejores en la resolución de conflictos atribuye una especie de superioridad moral a los procesos mecánicos y lógicos, y pretende reducir la complejidad humana a esos procesos.
Esta idea es contraria a la riqueza y diversidad de la experiencia humana. Resolver conflictos humanos requiere más que lógica y datos; implica comprensión emocional, sensibilidad cultural y ética, y una multitud de factores, en general inaccesibles para las máquinas.
Resolver conflictos humanos requiere más que lógica y datos; implica comprensión emocional, sensibilidad cultura y ética
Sobre todo, adonde no llega la máquina es a mirar al otro como otro, de forma limpia y renovada y sin patrones previos, libre de prejuicios y de sesgos computacionales. Cada niño es único con sus propias características, necesidades y formas de aprender, y sólo una mirada abierta hacia él puede descubrirlo.
Es un enfoque simplista que corre el riesgo de deshumanizar aspectos clave de la educación.
Nuestro objetivo, junto a la transmisión del conocimiento, debe ser formar individuos no solo competentes en habilidades técnicas, sino también ricos en comprensión afectiva, ética y creatividad, capaces de trascender y de contribuir positivamente y de forma diferencial en una sociedad cada vez más compleja.
Por otro lado, si los niños son educados para pensar y actuar de manera uniforme, como lo haría una máquina, puede disminuir su sentido de individualidad y autonomía. Esto podría resultar en conformismo y en falta de iniciativa personal.
Y podríamos enumerar muchas más consecuencias negativas, como son la desconexión con los propios sentimientos y los de los demás, problemas de bienestar mental y emocional y falta de preparación para un mundo lleno de complejidades y matices que no siempre se pueden abordar con lógica y algoritmos. Los niños que no estén preparados para navegar en esta realidad pueden encontrarse en desventaja.
No hay que olvidar, además, que esas declaraciones se han hecho en el entorno de una escuela rural: un tipo de escuela singular que ya posee una riqueza intrínseca en su enfoque hacia lo humano y lo experiencial. En las escuelas rurales, arraigadas en su comunidad y entorno, los niños aprenden a través de la experiencia directa, ya sea en actividades agrícolas, en proyectos comunitarios o en la exploración del mundo natural. Así, en este contexto, las afirmaciones que enfatizan un enfoque computacional o mecanizado para la resolución de conflictos parecen desviar la atención de las verdaderas fortalezas de la educación rural.
De todas formas, en ningún caso un enfoque de educación tan específico es oportuno en la etapa de educación infantil, independientemente del contexto.
Estamos hablando de una cuestión humana de primer orden, que debemos plantearnos y profundizar. Todo el desarrollo de la Inteligencia Artificial es una oportunidad para poner de relieve lo que nos distingue de la máquina, en todos los ámbitos de la actividad humana.
¿Cómo podemos asegurarnos de que la tecnología mal implementada sirva para ampliar las capacidades humanas, en lugar de limitarlas?
La frase de la maestra del CRA –aunque seguramente bien intencionada– subraya la necesidad de un debate más amplio.
Capturar la esencia de lo humano, especialmente aquello que es inefable o difícil de expresar con palabras, ciertamente presenta un desafío, especialmente en el contexto educativo.
Para abordarlo, conviene recordar que en la educación la transmisión de conocimientos y habilidades se simultanea con un proceso de exploración y descubrimiento de la condición humana. Esto implica reconocer que no todas las experiencias humanas pueden ser plenamente explicadas o comprendidas a través de métodos estructurados. Parte del aprendizaje implica abrazar la incertidumbre y explorar las complejidades de los sentimientos, las relaciones y las experiencias personales. Para ello fomentar la reflexión personal, el autoconocimiento y la entrega a los demás son herramientas esenciales.
La verdadera sabiduría en la era de la inteligencia artificial será reconocer y valorar aquello que nos hace únicos como seres humanos. No es cuestión de rechazar la tecnología, sino de integrarla de manera que complemente y enriquezca nuestra humanidad, no que la sustituya o limite.
En definitiva, el reto educativo en la era digital no radica en enseñar a los niños a pensar como robots, sino en guiarlos para que desarrollen una conciencia plenamente humana. Debemos reivindicar el derecho de los niños a pensar como seres humanos: seres capaces de ir más allá de los algoritmos, de sentir, de amar, de rezar, de equivocarse, de soñar…
- Georgina Trías es exdiputada nacional, portavoz de Educación. Cofundadora y directora de Libera tu talento
Totalmente de acuerdo, Georgina.
La informática puede ayudar en la educación, pero ensalzar excesivamente sus “bondades” puede provocar en docentes poco críticos y seguidores de “innovaciones” el olvido de las fortalezas de la escuela rural:: presencia, experiencia,, convivencia, vivencia real en el medio natural…. En y con la comunidad.