El nivel de desarrollo económico de la juventud española alcanza niveles pre pandemia
Según los datos del Índice de Capacidades Económicas 2018-2023, la juventud española ha recuperado el nivel de desarrollo económico alcanzado antes de la pandemia debido sobre todo a la mejora en indicadores que tienen que ver con el empleo (menor tasa de desempleo juvenil (22,4%), menor tasa de población joven subempleada (14,3%), menor tasa de temporalidad (45,5%) y menor tasa de parcialidad involuntaria (49,1%)).
Pese al evidente descenso de la precariedad laboral juvenil que muestran algunos indicadores, queda mucho margen de mejora. En variables como la tasa de temporalidad o de parcialidad involuntaria España sigue estando en los primeros puestos de Europa.
Si bien se partía de condiciones bastante desfavorables para los y las jóvenes, las mejoras producidas conducen a cierto optimismo sobre las posibles tendencias futuras en el ámbito fundamentalmente laboral. La mejora en algunos indicadores no se puede obviar, sin embargo, sigue habiendo porcentajes preocupantes relativos a su situación económica como la tasa de población joven en riesgo de pobreza y exclusión, que afecta a un 27,3% del total de jóvenes, o los porcentajes de desempleo (22,4%) que doblan la media europea (11,3%).
El Índice de Capacidades Económicas 2018-2023 se ha construido a partir de 16 indicadores socioeconómicos y laborales, que se han valorado positiva o negativamente en función del papel y del peso que se le ha atribuido en el desarrollo juvenil. El índice permite estimar el grado de desarrollo que alcanzan las y los jóvenes en la obtención de capacidades económicas vitales en su proceso de integración social.
Una mala situación económica no solo limita las oportunidades inmediatas de los y las jóvenes, sino que también tiene un impacto profundo en su capacidad para establecer las bases de una vida adulta plena, independiente y segura.
La mejora de los indicadores económicos principales hasta la pandemia es oscilante y poco significativa, señal evidente de la difícil y tardía recuperación de la situación de los y las jóvenes tras la gran crisis de 2008. Con la pandemia y la paralización brusca de la actividad económica, los indicadores básicos para el total de la población juvenil caen todavía más, hasta 51,47% la población activa y 36,44% la tasa global de empleo.
El porcentaje de tasa de “jóvenes con empleados a su cargo” o la de “jóvenes en puestos directivos” son muy bajos, en torno al 1%, que además se reducen de año en año y que se prestan a escasas interpretaciones.
Más significativa es la tasa de “jóvenes que trabajan por cuenta propia”, que va descendiendo de 2017 (7,14%) a 2019 (5,71%), para presentar un pequeño repunte con la crisis; claramente como reacción defensiva ante la caída del empleo, pero que en 2023 (5,38%) es más baja que en 2018 (6,51%). También es muy clarificadora la evolución de la tasa de “jóvenes que teletrabajan”; una tasa casi marginal, apenas creciente en los tres primeros años de la serie analizada y que se triplica en 2020 (12,1%) al hilo del confinamiento.
Si en cuestión de empleo es posible hacer una lectura relativamente optimista dada la evolución de los datos desde 2018 o 2023. En cuanto a la situación económica los y las jóvenes siguen siendo un colectivo claramente vulnerable.
Especialmente preocupantes son las tasas de población joven en riesgo de pobreza y exclusión, que, aunque ha disminuido desde 2018 –con algunas fluctuaciones– en 2023 se sitúa en un alarmante 27,3%.
Esta vulnerabilidad económica restringe su capacidad para independizarse. Los costes asociados con el alquiler o compra de una vivienda, junto con otros gastos de vida independiente, se convierten en inasequibles para muchos y muchas jóvenes, obligándolos a permanecer en el hogar familiar. Esto no solo afecta a su autonomía, sino que también puede influir en su bienestar emocional y desarrollo personal.
La inestabilidad económica también afecta la capacidad de planificar y construir un futuro a largo plazo, incluyendo aspectos como el ahorro para la jubilación o la inversión en bienes raíces. La incertidumbre financiera puede llevar a la postergación de decisiones importantes, como formar una familia o emprender proyectos personales y profesionales, lo que retarda la transición a la vida adulta en el sentido más amplio.