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Dossier Espacio para el análisis y la reflexión

¿Cómo entender a mi hijo adolescente?

Este artículo pretende proporcionar pequeñas claves orientadas a los padres de familia, que ayuden al desarrollo de los que serán, en un futuro, adultos preparados para lidiar con diferentes emociones y situaciones en el transcurso de las próximas etapas vitales.
Susana BermúdezLunes, 8 de abril de 2024
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© ASTROSYSTEM

La vida es comprendida como un ciclo vital compuesto por diferentes etapas que la mayoría de nosotros superamos exitosamente. Da comienzo con la infancia, continúa con la adolescencia, edad adulta y, por último, la vejez. En cada una de estas etapas existen elementos positivos y elementos no tan positivos que marcan nuestra forma de situarnos ante el mundo.

Si realizase una encuesta callejera preguntando “¿cuál consideran que es la etapa vital más complicada?”, con bastaste certeza recibiría respuestas del tipo: “En la que yo me encuentro ahora mismo”. Pero si esta pregunta fuese respondida por algún que otro padre de familia la respuesta sería concisa, “la adolescencia”.

Estudios realizados hasta la fecha reflejan diferencias en la percepción de nuestra satisfacción con la vida junto con la capacidad de regulación emocional en función del grupo de edad al que pertenecemos, autores como Charles, Reynolds y Carstensen (2001) y Ryff, (1989) mencionan que existe una disminución de las emociones negativas a medida que nuestra edad avanza y, a su vez, la intensidad de estas también se ve reducida. Por tanto, cuanto más joven, mayor será la presencia de emociones negativas y, por consiguiente, una menor satisfacción con la vida. ¿Irónico verdad? Pues no, esto tiene una explicación. 

La adolescencia va acompañada de los primeros cambios significativos, desde los más perceptibles a simple vista, propios de la pubertad, como los cambios en la sexualidad, con la aparición del deseo sexual, y a nivel intelectual, social y emocional.

Si te sorprendes preguntándote: “¿Por qué a mi hijo ya no le gustan esos pantalones que antes no quería ni echar a lavar?”; “¿Por qué su palabra favorita ha pasado de ser: “Mira, mami” a un “qué asco” continuo?”; la respuesta a estas preguntas viene explicada por acontecimientos difíciles de aceptar. En la adolescencia existe una mínima conciencia real de estos cambios, no logrando satisfactoriamente conocerse o alcanzar una adecuada “madurez emocional”; con lo cual los conflictos familiares aparecen en mayor medida, siendo fuentes generadoras de frustración tanto en el menor como en los progenitores.

La parte buena es que toda etapa tiene un final y con un poco de ayuda puede ser llevada de la mejor manera posible. Dicho esto, me dispongo a servir de ayuda a todo padre de familia que no sepa cómo lidiar con todas estas pinceladas de información o manejar la ardua tarea de servir de guía para una mejor consecución de su “madurez emocional”.

Características propias de la adolescencia

Según Palacios (1991), existen rasgos compartidos por los adolescentes, independientemente de la personalidad de cada uno de ellos:

  • Se produce una transición de un apego centrado en la familia a un apego hacia los grupos de iguales (amigos, pareja…).
  • Aumenta el sentimiento de pertenencia a una cultura de edad; nuevos modelos, hábitos y estilos de vida muy centrados en encontrar semejanzas a los estándares de belleza física.
  • Elaboran su propio sistema de valores y creencias, llegando a desidealizar las figuras paternas.
  • Desarrollo de nuevas formas de relacionarse, ampliando y profundizando en las relaciones con los iguales, en concreto, primeras relaciones de pareja.
  • Se produce una crisis de identidad, la cual resaltará con firmeza a través de un alto grado de “ensimismamiento”.
  • Este grado de ensimismamiento estará acompañado de dificultades para adaptar habilidades de comunicación al tipo de interlocutor, excesiva insensibilidad ante ciertas contradicciones, una búsqueda de su propio espacio junto con una confianza plena en el poder de sus ideas.

Si consideras que esta lista de características describe a tu hijo a la perfección, pero sin embargo continúas debatiendo con tu pareja u otros familiares por qué el rendimiento escolar de tu hijo adolescente ha disminuido, o parece que no presta la atención suficiente cuando le pides que realice determinadas labores en el hogar, me gustaría añadir que todos estos cambios son fuente generadora de altos niveles de estrés, que en numerosas ocasiones produce una repercusión directa en los niveles de concentración, dificultades en la toma de decisiones, bajos niveles de autoestima y puede llegar a debilitar el sistema inmunológico (Lazarus y Folkman,1986).

Las claves para ayudar a mi hijo en su “madurez emocional”

“Si quieres dominar algo, enséñalo”.

Richard Feynman

La finalidad de este artículo no es proporcionar una guía exhaustiva de pautas sobre cómo resolver ese abanico de inseguridades e incertidumbres del menor, ya que muchas de ellas deberán ser resueltas por ellos mismos.

Mi intención consiste en proporcionar pequeñas claves orientadas a los padres de familia, que ayuden al desarrollo de los que serán, en un futuro, adultos preparados para lidiar con diferentes emociones y situaciones en el transcurso de las próximas etapas vitales.

  • Ser el entrenador para la vida de los hijos: reconocer sus potencialidades y exprimirlas al máximo.
  • Brindar un apego seguro donde los hijos se sientan amados y queridos:  además de las muestras afectuosas, preguntarles e interesarse por sus gustos y aficiones es esencial para la creación de un vínculo seguro.
  • Refuerzo positivo: Tras la consecución de un objetivo, premiarles comprometiéndose a cumplirlo, ya que evitará posibles desautoridades. Un ejemplo de esto sería: “Sí, bueno, mis padres siempre dicen esto, pero ya no me lo creo”. Esto mismo pasa con los castigos.
  • Validaciones: Haciendo de espejo emocional en aquellas emociones a las que no sepan poner nombre. “Vale hijo, veo que estás triste porque X no ha contado contigo para jugar ese partido”.
  • Utilizar el tiempo fuera: en aquellos momentos donde el diálogo no sea posible, dar espacio y buscar otros momentos más adaptados sin reprochar. “Veo que estás enfadado, si te parece buscamos otro momento más tranquilo para debatirlo”.
  • Nunca hacer más de tres preguntas seguidas, dejarán de prestar atención.
  • No hacerles sentir como niños en espacios sociales: respetando su espacio y siendo ellos los que decidan acercarse.
  • Momentos “compartir”: aprovechar las comidas y cenas para crear diálogo o compartir experiencias.
  • Evitar la sobreprotección: el miedo, al igual que la tristeza, son emociones que deben ser enfrentadas y con ayuda paterna, aceptarlas sin querer solucionarle sus problemas. “¿Qué cosas crees que podrías hacer para mejorar la nota de Matemáticas que todavía no hayas probado?”.
  • No repetir las cosas constantemente: seleccionar aquellas que sean importantes y proporcionar argumentos razonables para las otras. “Hijo, yo creo que lo mejor es Y, por X y por B”.

Me gustaría finalizar este artículo con una metáfora que dice lo siguiente: ser padres de un adolescente es como lanzarse a surfear una ola de seis metros sin tener conocimientos de surf; “benditos valientes”.

Referencias: 

Berra, E., Muñoz, S.I., Vega, C.Z., Rodríguez, A.S. y Gómez, G. (2014). Emociones, estrés y afrontamiento en adolescentes desde el modelo de Lazarus y Folkman. Revista Intercontinental de Psicología y Educación. Vol.16 (1), 37-57.

Márquez-González, M., Izal Fernández de Trocóniz, M. Montorio Cerrato, I., Losada Baltar, A. (2008). Experiencia y regulación emocional a lo largo de la etapa adulta del ciclo vital: análisis comparativo en tres grupos de edad. PSICOTHEMA. Vol. 20, (nº4) pp. 616-622

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