La escuela humillada
Últimamente, voy con cierta regularidad a buscar la voz “escuela” en cualquier diccionario a mi alcance, comenzando por el de la Real Academia de la Lengua. Es extraño, incluso para uno que se dedica profesionalmente a la docencia, pero, por el motivo que sea, encuentro de extrema necesidad aclarar lo que fue y, sobre todo, lo que es ahora la escuela. No es una tontería ni tampoco una tarea retórica, especialmente, cuando la batalla principal que libra el hombre, la educación, está en juego. Europa asiste a una guerra silenciosa que tiene como campo de operaciones las aulas de los centros escolares. Una guerra, y me cuesta asumirlo, que la está perdiendo la razón y la va ganando el dogma y la intolerancia. Noticias que llegan de Alemania, Francia, Bélgica o Suecia nos deberían poner en guardia ante el asalto de la sinrazón, aunque, lo que se percibe por doquier es justo lo contrario. La dejadez sobre el futuro de la escuela es muy elocuente sobre la etapa histórica que experimenta esta Europa ensimismada, decadente, falta de fuerza y argumentos para defenderse del pertinaz asedio a los valores que antaño la conformaban.
Vayamos al principio. ¿Qué es una escuela? Leyendo el reciente tomo de Josep Maria Esquirol, La escuela del alma, me topo con una expresión afortunada, una de las tantas con las que cuenta la obra. Para el filósofo, la escuela es un “umbral”, una voz que refleja la separación entre lo sagrado y lo mundano. Cierto es que, para entrar en la escuela, el templo del conocimiento, se ha de cumplir con un ritual, pero, en absoluto, es el protocolo religioso que define la pujanza del islamismo cultural por toda la geografía europea. Aquellos países que enumeré, desde el Norte hasta el Sur, son el escenario de una lucha por ver quién y cómo se apodera de la escuela laica para transformarla en una cosa muy distinta a la actual. Y me temo que la propia dinámica del sistema educativo, en paralelo al político, hará las veces de facilitadora para que el proceso de islamización de colegios e institutos se produzca de manera acelerada.
Me temo que la propia dinámica del sistema educativo, en paralelo al político, hará las veces de facilitadora para que el proceso de islamización de colegios e institutos se produzca de manera acelerada
En un centro de Secundaria de Alemania, según refieren los medios de prensa, se obliga a los chicos a seguir la sharía, primero como juego, más tarde como imposición, sin que nadie advierta el peligro. Las autoridades, tras ser alertadas, todavía no saben qué hacer ante el avance de las doctrinas coránicas en las aulas, porque, en cierto modo, al preservar por ley la “diversidad cultural” -una diversidad perversa y mal entendida-, han ayudado a la penetración del dogma en el umbral de la escuela. En Francia, el Presidente de la República, así como el Primer Ministro, el señor Attal, antiguo regidor del ámbito educativo en las tierras de Voltaire, ya han visto que el problema, lejos de ralentizarse, se ha incrementado hasta transformar el ideal de una escuela ilustrada, heredera de los valores de la Revolución de 1789, en una escuela sometida, humillada. Y, claro, han puesto manos sobre el asunto, pero no sé si llegarán a tiempo, porque, si las informaciones del vecino del Norte, la Alemania de la Aufklärung, son alarmantes, las que provienen del Sur lo son aún más si cabe. Se ha hecho rutinario que los alumnos muestren signos religiosos en el aula, despreciando así la laicidad de la enseñanza. Hay movimientos, contrarios a la ilustración, que luchan descaradamente por entrar en la educación con el fin de tomar su dominio. En Bélgica, el asunto ha tomado un cariz parecido al de Francia, pero sin que, por ahora, se oigan voces en su denuncia. Creo que los belgas pronto verán que sus escuelas serán rendidas por la pujanza del islamismo y, de este modo, en el mismo centro geográfico de una Europa desfallecida e inerme, contemplaremos la derrota de la civilización. Hasta en Suecia, el fenómeno comienza a ser sentido con fuerza por las autoridades educativas, si bien no se aprecia una clara determinación política en su freno.
¿Y España? Pues, otro tanto. El afán europeísta se confunde con la solidaridad y la diversidad, ya que, si se acepta al otro, éste terminará por aceptarnos a nosotros. Sin embargo, en la mayoría de los casos, la aceptación no conlleva la plena integración, y ahí reside el problema. En seguimiento del principio humanitario de acogida, hemos dado cobijo a cientos de miles de inmigrantes que, ni por asomo, desean integrarse en nuestra sociedad y asumir los valores ilustrados como suyos. Al contrario, su aspiración es la inversa, la de que nosotros aceptemos como propias las doctrinas coránicas. El umbral de Esquirol está siendo traspasado con unas intenciones que no son las de la búsqueda del conocimiento y la racionalidad, sino las del asentamiento del dogma y la intolerancia. El francés Macron lo ha reconocido en público: “Europa puede dejar de existir”.