¿Se puede alcanzar la sabiduría? Una pregunta de Sócrates para tus estudiantes
No, pero…
Sócrates habría contestado que no. Una persona sabia alcanzaría a tener el conocimiento sobre sí misma, sobre el mundo y sobre su sentido en él; pero nadie lo es por completo. ¿Eso quiere decir que este filósofo pensaba que debemos renunciar a buscar la sabiduría? No: filósofo quiere decir en griego “amante de la sabiduría”, y el amante busca constantemente a su amor. Así que, según Sócrates, se trata de buscar y volver a buscar.
La historia –relatada por Platón en el texto de Apología de Sócrates– cuenta que cuando se corrió la voz de que la pitonisa del oráculo de Delfos había indicado que Sócrates era el más sabio, el tipo se quedó perplejo, ¿cómo era posible si él decía no saber nada? Comenzó entonces una investigación en busca de alguien sabio. Preguntó a diferentes personajes en Atenas: políticos, poetas, artesanos, profesores… Muchos daban pistas falsas, e incluso algunos que se presentaban a sí mismos como grandes sabios.
El problema era que quienes tenían un conocimiento profundo de su oficio lo comparaban todo con él (es como si ahora un economista pretendiera analizar toda la realidad en términos económicos). Otros, acostumbrados a dirigir, habían proyectado una imagen de sabiduría con la que engañaban a los demás, e incluso a sí mismos, de manera que no se daban cuenta de nada (aquí Sócrates se refería a los políticos). Los había incluso que con sus palabras transmitían un saber que ni siquiera ellos mismos comprendían, pero para el que sus oyentes encontraban sentidos diferentes (como los poetas). Sócrates se afanaba en buscar el conocimiento y desenmascarar a quienes decían poseerlo.
Esta muy bien la historia pero, ¿cómo lo llevo al aula?
Podemos invitar a nuestros estudiantes a realizar una investigación parecida siguiendo el esquema que él mismo trazó. De un lado está el saber que tenemos del mundo, del otro lado el saber sobre nosotros mismos. Así que podemos preguntarnos: ¿conocemos el mundo?, y ¿somos conscientes de este conocimiento?. Así podemos tener respuesta afirmativa o negativa a cada pregunta y luego cruzar las dos para obtener cuatro opciones:
- No sé nada, y no soy consciente de que no sé.
- No sé nada, pero soy consciente de ello.
- Sí, yo tengo sabiduría, pero no soy consciente de que la tengo.
- Sí, soy un sabio, y además soy consciente de que lo soy.
Este tipo de generalizaciones del tipo «la sabiduría» nos resultan extrañas. Difícilmente alguien va a reconocerse como un sabio, pero la investigación de Sócrates se centraba en alguna idea, y aun así los cuatro tipos servían siempre. Por ejemplo, en el aula podemos tratar el tema de la amistad, o la justicia, o el que más convenga según lo que estemos avanzando. Podemos preguntar, por ejemplo, ¿sé lo que es España?, y volverán a surgir las cuatro opciones: quien lo tiene muy claro y quien no, quien se da cuenta de que necesita saber más, y quien cree que lo que sabe es suficiente para comprender.
Estas cuatro opciones se pueden presentar a través de cuatro personajes: el necio, el filósofo, el normal y el sabio.
La persona sabia es aquella que sabe y es consciente de ello. Es aquella con un conocimiento que no se queda en ella, sino que lo puede aplicar a las diferentes situaciones del mundo. Sabia es quien sabe que sabe.
Para Sócrates llegar a ser sabio es un ideal inalcanzable. Podemos resolver situaciones concretas, aprender el truco y disponer de un conocimiento útil para nuestra vida y para la de los demás. Pero hay dos razones para desconfiar acerca de haber llegado a ser una persona sabia: uno, que el mundo cambia y nuestro saber queda obsoleto y dos, que la esencia de las cosas es demasiado amplia para alcanzarla con nuestra mente tan chiquita. Y aun así, podemos experimentar la sabiduría, lo hacemos cuando somos plenamente conscientes de que hemos llegado a una idea nueva, un aspecto nuevo del mundo o de nosotros mismos. ¿No le ha pasado esto a tus estudiantes nunca? ¿No te ha pasado a ti?
El riesgo de haber aprendido algo y creernos que ya es todo es que nos volvamos una persona necia. Y es un problema muy grande, porque, si lo eres, es difícil darse cuenta.
Alguien necio se cree muy sabio, pero no sabe que en el mundo hay muchas cosas que desconoce. Se cree que lo que sabe de un tema es todo lo que hay al respecto o todo lo que hace falta saber. Es decir, si eres alguien necio, no sabes que no sabes. Y ahí el problema: ¡Nadie reconocerá ser necio!
Para que tus estudiantes se den cuenta de que todos podemos ser necios (y no pasa nada, no es el fin del mundo) pídeles un ejercicio de memoria. Todos hemos tenido creencias muy firmes en su momento que luego resultaron falsas… Proponles que recuerden sus primeros años, que busquen en esos momentos un poco ridículos o embarazosos quizá, o chistosos (incluso tú como el más común de los mortales tendrás los tuyos, al igual que yo tengo mis vergüenzas).
Pero si tú eres una persona común (que es lo que nos pasa a todos, por cierto) eres alguien que sabe mucho más de lo que se cree. Es decir, no sabes que sí sabes.
Seguramente has tenido la experiencia de comprender fugazmente que estabas en un error. Quizá para darte cuenta has tenido que superar la incomodidad de sentir que tus pensamientos estaban en contradicción, y has tenido que buscar una nueva comprensión. Este momento es la chispa de la sabiduría.
Para lograrla seguramente has hecho uso de un conocimiento que no te dabas cuenta que tenías. Y si tus estudiantes son como los míos, seguramente has visto que es algo que suele sucederles. A veces porque se creen que no es importante lo que saben, o porque se creen que es un conocimiento que solo sirve para su mundo infantil o adolescente. Una técnica para poner en valor nuestras pequeñas genialidades es una «lista de cosas que sabemos».
Se trata de una tormenta de ideas, podemos hacerla anónima, para evitar la vergüenza, podemos darle un poco de encanto haciendo un tendal donde cada uno ponga a secar sus habilidades, sus conocimientos. Es tan sencillo como una cuerda que cruce el aula y un montón de pinzas o agarradores para que cada uno ponga a secar sus talentos ocultos. Todo es empezar a jugar, pues ellos mismos verán que «¡Ah! yo también sé hacer esto… no pensé que fuera importante».
Por último, la persona que sabe que no sabe, esa era Sócrates. Es el tipo de conocimiento que él confesaba tener, y puesto que encontró que después de hablar con él no quedaba nadie que pudiera justificar por completo su conocimiento, explicó así las palabras del oráculo. Puesto que nadie podía llegar a tener una sabiduría completa, el más sabio debía ser aquel consciente de su desconocimiento.
En realidad, este filósofo eres tú, son tus estudiantes, somos todos en ese momento que nos abrimos a pensar lo que momentos antes nos resultaba imposible. Y, claro, como en el resto de los posts que comparto en esta página, la práctica filosófica en el aula es lo ideal para fortalecerse en el arte de buscar la sabiduría.
Y es que todos podemos ser filósofos, al igual que podemos alcanzar momentos fugaces de sabiduría, o atravesamos momentos de terquedad, y, desde luego, todos somos personas comunes que sabemos multitud de cosas con las que podemos dar sentido a nuestra vida o ayudar a los demás, aunque no nos demos cuenta.
¿Serán tus estudiantes capaces de reconocerse en estos cuatro tipos de relación con el saber? ¿podrían dar ejemplos de ello?