De botánica y otras cosas
Quiero una planta que ocupe poco espacio, que sea bonita, que no haya que regarla ni sea necesario replantar. Una planta que no le tenga que dar el sol, que no se muera a los dos días y me adorne el salón. Esta planta es la que ha pedido hoy Marisol en la floristería, y el tendero le ha contestado:
–Y yo quiero un Ferrari, pero tengo que conformarme con mi viejo SEAT.
Puede que ese matiz irónico haya rozado la impertinencia, pero no le falta razón a Ramón, porque no se puede tratar a una planta de esa manera, es decir, que se quede eternamente en una de las mesitas del salón para recibir los piropos de las visitas.
Por suerte o por desgracia, los vegetales que adornan nuestras casas requieren un cierto cuidado. A veces mínimo, pero lo requieren, incluso por parte de aquellas personas que no tienen memoria para regar una maceta un par de veces a la semana.
No hay mejor representación que la botánica para hablar de la situación de nuestra sociedad. El mundo está lleno de clientes que no tienen tiempo (aunque lo que les falta sean ganas y compromiso) para preocuparse de las tareas más sencillas.
Seguro que algún gurú antropocentrista habrá acuñado un nuevo término para referirse a este conformismo al que parece obligarnos nuestra ajetreada vida, al que, vaya, de toda la vida se ha llamado pereza, aunque no hace falta un doctorado en Princeton para llegar a esta conclusión.
Vivimos tan enfrascados en nosotros mismos y tan asumida tenemos esta realidad, que consideramos oportuno, e incluso lícito, tolerar las excusas como razón de peso. De ahí que nos hayamos construido nuestro propio búnker en torno a ellas, a sabiendas de que allí no habrá quien pueda llevarnos la contraria.
«Es que estoy muy ocupado, salgo de casa a las ocho de la mañana y no vuelvo hasta las cinco de la tarde. Así que estoy cansadísimo y no tengo energía ni tiempo para nada», argumentamos ante cualquier requerimiento, porque nos hemos vuelto expertos en maquillar la realidad, en profesionales del pragmatismo deshumanizado con el que adaptamos cualquier situación a nuestras necesidades. ¿No es acaso una muestra de egoísmo? ¿Acaso no estaba todo dispuesto desde antes de que llegáramos al mundo?
Sería bueno considerar que nuestras madres velaron por nosotros día y noche, y que siguen cuidándonos aun cuando ya somos adultos. No caemos en la cuenta de que ellas renunciaron a sus apetencias por nosotros y que darían la vida por nuestro bienestar. Hemos perdido la cultura del sacrificio, no un sacrificio expiatorio ni nada por el estilo, sino un sacrificio que emana del amor. Como dijo Mauriac, «El día que no ardas de amor, muchos morirán de frío».
¿Será que ha vuelto la Era del Hielo? Porque Marisol se ha apuntado a “La corte de la nieve”, al convertir a las pobres plantas en peones del tablero de su comodidad.
Julia Montoro es la ganadora de la XIX edición www.excelencialiteraria.com
Simplemente quiero felicitarle por el acierto de su escrito, reúne su magnifica expresión, con la perspicacia, humor y hondura social que tanto precisamos.