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Dossier Espacio para el análisis y la reflexión

En favor de la salud mental infanto-juvenil

La existencia es en gran medida imprevisible y desde luego inexplicable. Pero hemos de forjar un carácter en los niños para afrontar la incertidumbre.
Javier UrraMiércoles, 12 de junio de 2024
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© ADOBE STOCK

Un 25% de la población mundial desarrolla en algún momento de la vida una o varias enfermedades mentales con resultado de incapacidad, siendo que el 75% de los trastornos mentales se inician antes de los 24 años. Y aún más reseñable, el 50% antes de los 14 años. La detección precoz y la inmediata atención tratamental por clínicos expertos en salud mental resulta esencial.

La Organización Mundial de la Salud nos invita a trabajar en factores protectores. Al respecto considero que mucho sufrimiento de la persona, del individuo, viene de la mano de una patología social, y me estoy refiriendo a la injusticia económica, de vivienda, de expectativa. Pero también a la patología que incide en los niños, cuando sus padres muchas veces maltratan a la madre o son ludópatas o drogodependientes o adictos a la droga.

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Mucho sufrimiento de la persona, del individuo, viene de la mano de una patología social, y me estoy refiriendo a la injusticia económica, de vivienda, de expectativa

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Estamos en un momento donde las ideologías arrinconan a la ciencia, nos pasa por ejemplo con la transexualidad. Nadie niega su realidad, pero sí esa incentivación social que hace aflorar una patología que encubre otras y que nos va a llevar a aspectos comórbidos como el de la anorexia.

No se trata de exorcizar instrumentos, pero es verdad que tenemos a muchos niños empantallados, que se crean un personaje que se aleja de la realidad y de su persona. Además, algunos buscan confirmar, ratificar apriorismos, por ejemplo, de violencia, sea o no sexual, de pertenencia a bandas, a sectas.

Estoy intentando llamar la atención –y lo he hecho cuando así se me ha invitado a parlamentos o al Consejo Económico y Social– sobre realidades que disrumpen la labor educativa, la transmisión de valores, la capacidad de autodominio, y que deviene en los denominados trastornos mentales que puntualmente se cronifican y se convierten en enfermedad mental.

No es casualidad que muchos de los niños con los que trabajamos, de los adolescentes, de los jóvenes, se autolesionen, se hagan cortes con un cúter, se quemen con un cigarrillo para derivar el sufrimiento emocional en un dolor físico. 

No podemos ahora criticar a los medios de comunicación, pues están muy concienciados para hacer saber públicamente que se precisan más psiquiatras infanto-juveniles, más psicólogos clínicos con la misma especialidad; y que preguntan a los que nos denominamos expertos cómo tratar el gran problema del suicidio.

La Academia de Psicología de España está desde el primer día comprometida con la sociedad, se siente concernida por cada ciudadano y por eso publica libros, entre otros, de afrontamiento de la violencia de género y de prevención de la conducta suicida.

Sabemos desde la psicología que pensamiento y lenguaje van de la mano; ya nos lo enseñó Vygotsky, y que anteceden a la acción. Y también somos conocedores desde nuestra ciencia que es fundamental interpretar el autolenguaje, y desde luego lo que no se dice, pero se piensa.

Esta es una sociedad en que la hipocresía se siente cómoda y donde se afirma que lo distinto enriquece, pero en los colegios el acoso se produce exactamente por ser diferente.

El amigo, maestro y académico Florencio Jiménez Burillo, que no está ya físicamente con nosotros, nos explicaba con esa inteligente ironía que el Boletín Oficial del Estado modifica mucho a las personas, y es que hemos de pasar a los hechos, al compromiso económico en el tratamiento de la salud mental. No es baladí saber que una de cada cuatro personas sufrirá o sufriremos algún tipo de enfermedad mental.

Claro que no negaremos la importancia de los fármacos, quienes trabajamos con obsesivo-compulsivos, con afectos de pensamientos inusitados y extraños, con depresivos, pero sí hemos de decir alto y claro que muchas veces se receta porque no hay tiempo, para ese tratamiento maravilloso que es la psicoterapia, allí donde se crea un clima especial, una relación de respeto, donde no se juzga, donde se profundiza en la biografía, en la psicohistoria, en las expectativas.

Y hablando de esperanza en el futuro, hace no mucho llevé al centro del que soy director clínico a Eusebio Azorín, responsable de Ilunion, que habló a los más de 90 jóvenes que allí residen de la educación a sordociegos, y es que muchos de nuestros jóvenes no tienen expectativas, están literalmente desesperanzados.

Fíjense que España es el país del mundo junto con Japón con más esperanza de vida, con una mayor longevidad. Y, sin embargo y junto a Italia, somos el país con menos natalidad. Naturalmente que hay aspectos estructurales, pero también hay mucho de individualismo, de incomprensión de lo que significa el amor, más allá del amor propio.

Claro que la COVID-19 nos ha golpeado, nos ha mostrado que somos vulnerables, pero los que estamos en la realidad de los hospitales de día, de las clínicas ambulatorias, de los centros terapéuticos, sabíamos, sabemos, que los problemas vienen de antiguo.

Precisamos programas de intervención basados en la comunidad. Así nos lo explican compañeros de la Academia como Paco Morales o Amalio Blanco. Y es que el ser humano es relacional, grupal, social, ya Ortega y Gasset nos hablaba del yo y mis circunstancias.

Y hoy se habla mucho de ambiente ecológico, y quizás, solo quizás, no lo cuidamos en lo que son las relaciones humanas. Siendo que la persona busca y necesita de la ternura, del cariño, de la generosidad, del altruismo.

Y si nos detenemos en el ámbito sanitario de la atención primaria es claro que precisamos de psicólogos, es una demanda en favor de tantos pacientes que han sostenido compañeras de la Academia como Rocío Fernández-Ballesteros. Sin olvidar ese momento esencial de la vida, que es el de la espera de la muerte, como nos ha enseñado el querido y también académico Ramón Bayés.

La existencia es en gran medida imprevisible y desde luego inexplicable. Pero hemos de forjar un carácter en los niños para afrontar las duras realidades de las deslealtades, de las pérdidas, de la incertidumbre. Esta sociedad, posiblemente todas las que nos han antecedido, adolecen no solo de valores morales sino de ética. Hago aquí un paréntesis para trasladarles que mis ocho años de presidente de la Comisión Deontológica de la Psicología de Madrid me enseñó gratamente que los profesionales de la psicología se desempeñan con ética, y con deontología salvo excepción que es sancionada sin ningún corporativismo.

A veces podemos hablar de la patología del amor que lleva a hechos tan dramáticos como el síndrome de Medea, matar a los propios hijos para lapidar en vida a quien se dice haber querido; o la violencia filio-parental llegando a vejar, ridiculizar, golpear a la madre que te parió.

Y hablando de amor hay quien busca sexo sin amor, hay quien confunde amar, querer y poseer.

Y en este repaso al individuo como parte de la sociedad, hay que señalar no solo la adicción sino la búsqueda del atajo en las drogas, el coqueteo con las mismas,

Miren, el ser humano es previsible en gran medida pero complejo en otras, es por eso que la psicología aporta analizar la etiología, por ejemplo, de los trastornos de alimentación, o los trastornos de conducta, o los límites de personalidad.

No olvidaré reseñar que a veces los adolescentes pareciera que se posicionan de manera negativista, oposicionista, siendo que están afectos de depresión, una dolencia infradiagnosticada que cursa de forma esquiva y ocasionalmente paradójica.

La sociedad se duele por sufrimientos que incluyen síntomas de psicosis, de alucinaciones, de delirios.

Y en referencia a la infancia, somos muy conscientes de que es el acoso escolar la causa mayor de suicidio, mientras que en otros las conductas de riesgo que adoptan engrosan las causas de defunción. Nadie quiere abordar el tema del psicoticismo en niños o de la psicopatía, llámenle si prefieren alta dureza emocional.

La prevención se llama educación, pero seamos conscientes de que los colegios no solo tienen que formar e informar sino educar, porque hay muchos padres que no saben y/o no quieren hacerlo.

La prevención se llama educación, pero seamos conscientes de que los colegios no solo tienen que formar e informar sino educar, porque hay muchos padres que no saben y/o no quieren hacerlo

Claro que hay lesiones neurológicas y trastornos como la esquizofrenia o el trastorno bipolar. Pero pareciera en esta sociedad que todo se quiera detectar con un TAC; que vivamos en un mundo donde el cerebro lo es todo, mas siendo que algunos cuestionamos la importancia de la mente y por qué no del alma entendida como la capacidad de analizar, estudiar nuestro propio ser, nuestra propia forma de conducirnos, e interactuar, de reelaborar el pasado, de proyectarnos en el futuro.

Son los factores endógenos junto con los exógenos los que nos propician un porcentaje de riesgo de padecer trastornos mentales, y aquí hay quien ha vivenciado la falta de apego, de vínculo, o ha sufrido un maltrato o una agresión sexual sin olvidar las situaciones de estrés o traumáticas como es ser víctima de acto terrorista, o encontrarse en situación de refugiado, no obviando la crisis económica.

Como señala el presidente de la Academia de Psicología de España, Helio Carpintero, es importante construir unas mentes adaptadas a las condiciones de nuestro tiempo porque, como afirma, la problemática no solo se reduce a los trastornos sino que hay que prevenir las actitudes.

Hoy corremos el riesgo de caer en la denominada maldición de la multiplicidad de los datos. Las nuevas tecnologías pierden a veces, y desde los algoritmos, la riqueza de que cada persona es única. Por cierto que yo llamaría a la inteligencia artificial memoria computacional porque la verdadera inteligencia se apoya en la emoción, en la elaboración y el sentimiento del ser humano, a veces contradictorio, pues es capaz de sentirse bien al llorar por un amigo al que no volverá a abrazar.

Y es que “el auténtico problema no es si las máquinas piensan, sino si lo hacen los hombres”, señalaba Skinner.

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El auténtico problema no es si las máquinas piensan, sino si lo hacen los hombres

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Hoy y siempre pareciera que hay que estar a la moda, pero como manifiesta la también académica Cristina Botella, lo que hemos de estar es atentos a las novedades y aportaciones científicas, por ejemplo explorando las posibilidades de la realidad virtual. Ya nos decía Bandura, “el aprendizaje es bidireccional: nosotros aprendemos del entorno, y el entorno aprende y se modifica gracias a nuestras acciones”.

Mucho nos queda por hacer para aumentar el sentimiento de pertenencia e integración de los ciudadanos en la sociedad, muy poco que ver con el criterio de ser consumidor. Fomentar la participación de las personas en su comunidad, acercando los mecanismos para la toma de decisiones. Es, como afirma el ya citado Amalio Blanco, el bienestar subjetivo, el bienestar psicológico y el bienestar social el que nos acerca a una buena salud mental.

Hemos de participar activamente en la atención comunitaria en salud mental, en los comités de bioética y, al tiempo, como terapeutas, obtener información relevante de los sucesos en la vida del paciente que en nada excluye con atenerse a las exigencias de la metodología científica.

Y es que Unamuno nos dice que “la verdadera ciencia enseña, sobre todo, a dudar y ser ignorante”.

Lo cierto y verdad es que las listas de espera de hasta un año en el Sistema Nacional de Salud expulsan a un porcentaje importante de pacientes que requieren psicoterapia.

España lidera la clasificación en el consumo de ansiolíticos, pero también en antidepresivos e hipnóticos. Es, por lo tanto, innegable y urgente que la psicología se expanda en todos los ámbitos de la sanidad, de la educación, de los servicios sociales, de la justicia y no solo de la salud mental. Porque la realidad es que los pacientes acuden a psicólogos y a psiquiatras cuando su problema ya está arraigado.

Precisamos detección precoz y atender de forma efectiva a las personas con problemas de salud mental desde el respeto a sus decisiones y sus derechos, apoyando a sus familias y promoviendo un modelo de atención integral y comunitaria que favorezca la recuperación y la inclusión social.

Hay que prevenir las conductas adictivas (incluidas las tecnológicas), hay que reducir el estigma que sufren las personas con trastornos. Hay que multiplicar las plazas PIR para psicólogos en la pública. Repito, hay que reforzar la presencia en colegios e institutos, hay que formar a sanitarios, profesores y ciudadanía en la prevención del suicidio, y es que como nos señalaba Maite Garaigordobil, en el estudio de Madigan (2023), se evidencia un aumento de las emergencias relacionadas con autolesiones, ideación suicida e intentos autolíticos en jóvenes. Hay que enseñar el vínculo de enganche a la vida; existe el 024 de atención telefónica 24h al día atendido por clínicos expertos para dar apoyo profesional y derivar con inmediatez a los servicios de emergencias ante situaciones de crisis.

Fundamental para la intervención y el mejor pronóstico es la formación específica de los médicos de atención primaria.

Recordemos a Viktor Frankl cuando nos dice: “Incluso cuando no es completamente alcanzable, nos convertimos en mejores al intentar perseguir una meta más alta”.

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Incluso cuando no es completamente alcanzable, nos convertimos en mejores al intentar perseguir una meta más alta

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Coexistimos en un mundo en el que se tambalea el sentido de pertenencia, se cercena el de trascendencia y que en alguna medida incapacita para imaginar futuros mejores, que se ensimisma en un discurso de insatisfacción permanente y conlleva de manera innegable que a muchos ciudadanos les acompañe el sufrimiento.

Llegados aquí, y dado que la educación en España es obligatoria hasta los 16 años y los alumnos pasan mucho tiempo en el colegio, cabe aplaudir y hacernos eco de lo que nos indica Maite Garaigordobil: “La necesidad de que la psicología educativa evolucione de tal modo que los psicólogos educativos puedan asumir funciones específicas que tengan un efecto en el bienestar educativo, emocional, en la prevención de problemas de salud mental, en la promoción de la salud mental infanto-juvenil”.

Ya en el año 1995 las académicas Mª Teresa Anguera y Rocío Fernández-Ballesteros elaboraban programas de intervención para desarrollar competencias socioemocionales en la infancia y la adolescencia. Traigo aquí a colación la cita de la Dra. Garaigordobil (Dooley, 2023), en la que se señala la asociación existente entre la psicopatología persistente en la infancia con un pobre funcionamiento en la edad temprana adulta, así como con una amplia gama de problemas que van más allá de la salud mental en la etapa adulta.

No pasemos por alto el tema de la salud mental de los progenitores, pues la experiencia nos muestra la influencia en los problemas de salud mental de sus hijos y requiere un trabajo continuado y profundo.

Tenemos el reto de formar a los profesores para detectar, y a los padres para ayudar y, en su caso, para dejarse ser tratados. Ya nos decía William James: “El gran descubrimiento de mi generación es que los seres humanos pueden alterar sus vidas al alterar sus actitudes mentales”.

Y recordemos a Ortega y Gasset: “La vida es una serie de colisiones con el futuro: no es una suma de lo que hemos sido, sino de lo que anhelamos ser”.

Termino con una frase poética y magistral de nuestro premio Nobel Santiago Ramón y Cajal: “Las neuronas son como misteriosas mariposas del alma, cuyo batir de alas quién sabe si esclarecerá algún día el secreto de la vida mental”

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