¿A quién incluye la educación inclusiva?
¿Qué es incluir? ¿Se trata de remover obstáculos culturales, económicos, sociales y educativos que impiden que todas las alumnas y todos los alumnos puedan, por igual, acceder a y gozar de oportunidades de aprendizajes? ¿O es también apreciar y estimular el potencial de excelencia de cada persona atendiendo a que cada alumno o alumna es un ser especial y único, y que, a la vez, comparte valores, vivencias y aprendizajes con sus pares? ¿O puede ser también la inclusión una estrategia de personalización de la educación y los aprendizajes, que respete la individualidad y fomente el involucramiento activo de cada alumno sin caer en el individualismo, así como en su separación y aislamiento?
O, en definitiva, ¿se puede decir que incluir se asienta en el derecho a la educación que implica también el derecho a conocer y aprender sin umbrales ni fronteras, que fortalece los cimientos democráticos de una sociedad y que asume el mandato ético de progresar hacia una educación encarnada en los principios y valores de la justicia social?
Si incluir implica comprometerse con responder efectivamente a estas preguntas, su consideración es inherente al espíritu y materia de la educación y de los sistemas educativos en sus aspiraciones, propósitos, estrategias y contenidos. Esto implica transitar desde circunscribir la inclusión a grupos y personas categorizadas como “con necesidades especiales” a entenderla como el derecho de cada alumno a participar en un amplio rango de oportunidades educativas que apuntalen su desarrollo como persona en interacción con sus semejantes. Bajo una concepción de derechos humanos, la inclusión supone la complementariedad entre la inclusión social y educativa como cara y cruz de la política pública.
Asimismo, la inclusión, enmarcada en una visión socioeducativa, se desarrolla a través de la educación inclusiva que, apropiada por el centro educativo, constituye una estrategia curricular, pedagógica y docente que deberá apuntalar el potencial de compromiso, motivación y excelencia de cada alumna y cada alumno con sus procesos de aprendizaje.
Teniendo en cuenta el conjunto de interrogantes planteadas, el libro Developing inclusive schools. Pathways to change, de Mel Ainscow –un gladiador de la educación y el más destacado referente mundial en educación inclusiva– y publicado por la editorial Routledge en el 2024, constituye una referencia paradigmática en desentrañar los caminos posibles de la inclusión.
A lo largo de un recorrido personal y profesional de varias décadas, Mel escucha y estimula los diálogos entre educadores, alumnos, padres y comunidades en diferentes regiones del mundo. Esto lo lleva no solo a reflexionar, interpelar y revisar sus propias prácticas sino también a explorar precisamente nuevos caminos que lo reafirman en la convicción de que es el centro educativo, sin rótulos ni separaciones, y las aulas como espacios comunes de formación, los que tornan posible la inclusión.
Mel construye una narrativa convincente sobre los porqués, para qué y cómo de la inclusión, entrelazando ideas, conceptos, estrategias, prácticas y referencias a estudios de caso sustentado en la triangulación de evidencia y a la luz de perspectivas globales y locales. Su alegato en torno a la inclusión yace en sumar voluntades de dentro y fuera del sistema educativo, superar sospechas, fricciones y malentendidos entre múltiples actores e instituciones, y avanzar en agendas de cambios sistémicos enmarcadas en una visión plural y matizada de la inclusión. No es cuestión de imponer sino de convencer y compartir evidencia de visiones y prácticas genuinamente inclusivas.
El autor entiende la inclusión como un proceso evolvente que nunca llega a su fin y en el que, de manera constante, cada centro tiene que afrontar desafíos en torno a sostener y ampliar las oportunidades de aprendizaje para la totalidad de las alumnas y los alumnos. No es que un centro alcanza el estatus de inclusivo, sino que puede ir desarrollando, evidenciando y compartiendo ruteros y procesos crecientemente más inclusivos de la diversidad de su alumnado. Todos los centros educativos registran grados diversos de inclusividad y que, de acuerdo con sus contextos y circunstancias, exteriorizan su voluntad, compromiso y capacidad de mover la inclusión en la dirección de más y mejores aprendizajes.
Ciertamente esta visión comprehensiva de la inclusión implica el desarrollo de lo que Ainscow define como una cultura colegiada, esto es, de trabajo conjunto y solidario entre el personal del centro educativo con miras a diversificar las estrategias de enseñanza, aprendizaje y evaluación. Se trata de incentivar el rol de los educadores como generadores de contenidos y recursos educativos que contribuyan a ampliar la mirada sobre los alumnos, y con foco en llegar a quienes no se expresan –las voces ocultas como señala Ainscow–.
En resumidas cuentas, la inclusión en educación es una forma comprometida, dinámica y transformacional de entender y hacer educación, con miras a facilitar, estimular y sostener las enseñanzas y los aprendizajes de cada alumno por igual. En tal sentido, la educación inclusiva constituye una estrategia integral de cambio que engloba e interrelaciona las culturas, las mentalidades, las políticas y las prácticas. Es en esa pluralidad donde radica su fortaleza.
Renato Opertti es presidente del Consejo Asesor de la Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura (OEI).