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Filosofía para ejercitarte mientras estás en la playa

Explorar la filosofía mientras disfrutas de tus vacaciones tumbado en la playa puede parecer una contradicción, pero ¿y si te dijera que las ideas más profundas pueden surgir en los momentos más triviales? En este post, te invito a tumbarte en la arena y cavar hondo con Nietzsche y Ortega.
Ársel ÁlvarezJueves, 11 de julio de 2024
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"Escucha las olas del mar. Van y vuelven incansablemente en un ciclo que se repite sin cesar, sin apenas variación. Pareciera que fuera a ser eterno este momento". © ADOBE STOCK

¿Es posible filosofar sobre el acto de estar tumbado al sol?

Al principio del texto escrito por Platón, Parménides le pregunta a Sócrates si hay ideas de cosas banales como el lodo, la basura o el pelo, ante lo cual el filósofo más molesto de toda Atenas se incomoda él mismo:

“cuando tropiezo con esta cuestión” –admite– “me apresuro a huir de ella por miedo de caer y perecer en el abismo de indagaciones frívolas”

Aun así, en este post te voy a invitar a asumir el riesgo. Te propongo un par de ejercicios, de entre los muchos posibles, para filosofar en la situación más trivial que en nuestra época se ha podido idear: tumbarse al sol en la playa.

Quizá el filósofo habría huido de esta reflexión, y esto es en realidad lo que la vuelve aun más interesante. ¿A qué le tiene miedo? Si te animas a entrar en las terribles aguas de la filosofía, lee detenidamente los siguientes ejercicios, deja que calen en tu conciencia, y espera con calma que liberen su poder cuando estés disfrutando tu momento en la playa.

Igual que los medicamentos tienen un principio activo, estos dos ejercicios se fundamentan cada uno en una idea: “el eterno retorno” y “yo y el mundo y la nada”. En esta ocasión, Nietzsche y Ortega serán nuestros doctores. Y para potenciar el efecto de esta receta farmacéutica, he seleccionado algunas fotografías de la serie Zona de Confort del artista Tadao Cern, quien también consideró la modorra en la playa un motivo de reflexión:

Durante nuestra vida cotidiana intentamos ocultar nuestras deficiencias, tanto físicas como psicológicas. Sin embargo, una vez que nos encontramos en la playa, nos olvidamos de todo y comenzamos a actuar de una manera absolutamente diferente. ¿Es eso porque todos los que nos rodean están haciendo lo mismo?

Eterno retorno

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Escucha las olas del mar. Van y vuelven incansablemente en un ciclo que se repite sin cesar, sin apenas variación. Pareciera que fuera a ser eterno este momento.

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Sin embargo, eres consciente de que cada ola forma parte de la marea que está subiendo, o quizá bajando. Lo puedes pensar, pero no lo llegas a sentir. Al océano le tomará poco más de seis horas ir desde su punto más bajo hasta el más alto. Y si no te dejaras invadir por el sonido de las olas, podrías googlear a qué hora estará en qué posición. Calcularías tiempos, o proyectarías a dónde desplazar la tumbona. Pero no se trata de eso el ejercicio, al contrario, no hay mucho que pensar: déjate invadir por el sonido, y trata de sentir la marea que va y vuelve incansablemente, sin apenas variación.

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Comprendes también que se trata de otro ciclo más. Uno compuesto de esos otros más pequeños que son cada una de las olas que van y vuelven. Uno dentro de otro, pero, ¿cuál dentro de cuál? Sería tan justo decir que dentro de cada ola está la fuerza de la marea, como que la marea lleva dentro de sí las olas que la componen. El ciclo es la clave. Considera por un momento la idea de que «el ciclo» es la estructura profunda de la realidad y en dos párrafos estarás volando. La idea dice: el tiempo es cíclico.

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Todos esos filósofos de la antigüedad crecieron en un mundo donde lo más normal era considerar que la historia del todo se escribía en un círculo, de manera que, tarde o temprano, se volvería a escribir sobre sí misma. Y no solo ellos, culturas de todo el planeta, acostumbradas a los ciclos de la agricultura, creyeron que la forma idónea para representar el tiempo era un círculo. En realidad, la idea de que el tiempo es como una línea sobre la cual avanzamos en dirección a otra realidad es algo muy europeo. Por eso nos es tan común: proyectamos el fin de mes y agendamos actividades hasta que llega el momento, o proyectamos una utopía política, o proyectamos un futuro tecnológico que llegará algún día con nuestro empuje.

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Ahora, deja de empujar por un momento hacia allí, sea donde sea. Considera que estás en un momento que será reescrito en la historia circular del tiempo eternamente. Considera lo que escribió Nietzsche en su libro La Gaya Ciencia:

“cada dolor y cada placer, y cada pensamiento, y cada suspiro, y cada cosa indeciblemente pequeña y grande de tu vida deberá retornar a ti, y todas en la misma secuencia y sucesión: y así también esta araña y esta luz de luna entre las ramas, y así también este instante y yo mismo”

Valora el peso de ser tú mismo un ciclo de la eternidad, como una ola es el mar. Vuelve al placer de las olas que van y vuelven.

Yo, el mundo, la nada

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Sientes como el calor alcanza diferentes rincones de tu cuerpo. Incluso por debajo de los párpados cerrados, tus ojos pueden ver el resplandor del sol. Sabes que junto a ti existen X o Y objetos que tú dejaste y esas personas que te acompañan. Es muy posible que nuevos objetos y personas hayan venido a sumarse a los que ya estaban antes, cuando te instalaste bajo el sol. El mundo visual ha estado ausente durante un tiempo incierto, ¿seguirá el mundo ahí?

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El tacto de la toalla, el sonido de conversaciones apagadas por la brisa… Todo indica que sí está, y sin embargo el mundo no es eso. Porque normalmente te afecta con una fuerza que no está ahí, y, a menos que empiece a llover ahora mismo, o que alguien te salpique, seguirás distante tras tus párpados cerrados. En este momento no hay nada de lo que tengas que ocuparte ni merezca la pena hacerlo, ni siquiera te interesa nada lo suficiente como para abrir los ojos. Y si es así, ¿seguimos vivos?

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No, no es exagerada la pregunta, pero para que tenga sentido es necesario que consideres una idea que nos trae Ortega y Gasset en su libro Unas lecciones de metafísica. Dice que

“nuestra vida no es solo nuestra persona, sino que de ella forma parte nuestro mundo: ella –nuestra vida– consiste en que la persona se ocupa de las cosas o con ellas, y evidentemente lo que nuestra vida sea depende tanto de lo que sea nuestra persona como de lo que sea nuestro mundo. (…) Vivir es, desde luego, en su propia raíz, hallarse frente al mundo, con el mundo, dentro del mundo, sumergido en su tráfago, en sus problemas, en su trama azarosa. Pero también, viceversa: ese mundo al componerse sólo de lo que nos afecta a cada cual es inseparable de nosotros”

Parece ser, te diría Ortega, que te encuentras en el limbo.

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Las responsabilidades y tareas de la vida han quedado del otro lado. Hasta ahora no habías tenido tiempo ni siquiera de pensar en ti, así que has colgado el cartel de <<no molesten>> y que nadie ni nada cuente contigo por un tiempo… Y sin embargo ahora, ¿qué queda cuando has quitado todo aquello? Antes, cuando confrontabas todas esas tareas y soñabas con un tiempo para ti, esa oposición era más tú que cualquier otra cosa. Pero ahora que todo está del otro lado, ¿qué queda?

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No queda nada. Sin los límites del mundo te has diluido, ya no eres tú contra el mundo. Así pues, hunde tu mano en la arena, siente las diferentes capas cálidas y más frescas cuanto más profundas. Extrae un puñado y siéntelo entre tus dedos: está compuesta de cientos de pequeñas piedras, pedazos de conchas, quizá algún pequeño ser vivo. La playa es eso, pero también, rocas grandes, la brisa que apagan las conversaciones humanas, todo lo que no le presente oposición es parte de ella. Después, vuelve a quedarte inerte en tu modorra. Tú, sin tu mundo, no eres ni más ni menos que eso, la playa. Para Ortega

“el que verdaderamente no hace nada, ese, hace la nada, es decir sostiene y soporta la nada de sí mismo, el terrible vacío vital que llamamos aburrimiento”.

Pero, para nosotros, la playa lo es todo.

¿Nos vamos a la playa?

La filosofía es también para muchos autores un ejercicio, una práctica. ¿Te animas a practicar?

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