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Pánico ante el desapego filial

Jesús Asensi
Profesor de Religión
26 de julio de 2024
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Vivimos inmersos en una sociedad que ha convertido en derecho y en ley los sentimientos más primarios de infantes y adultos. De ahí que los padres sean testigos de cómo sus hijos, cuando aún están saliendo de la niñez, se dejan llevar por lo que les dicta el corazón, silenciando el sentido común y los consejos y advertencias de sus progenitores.

Y así podemos observar a niños de catorce años que se ennovian con niñas de 12 sin que nadie lo pueda evitar ni intentarlo siquiera, no sea que el hijo se enoje y deje de hablarles o se encierre en su habitación para no salir nunca jamás.

El sufrimiento de los padres se multiplica por mil cuando la que se ha ennoviado es una hija y encima con un chico algunos años mayor. Y ese padecimiento aumenta todavía más en la época de exámenes, que curiosamente también se da durante las vacaciones estivales, pues el deseo de estudiar y de ayudar a su novio a preparar las pruebas teóricas es inquebrantable y les obliga a dejar las tertulias familiares de los domingos por la tarde e ir a la casa del susodicho en busca del silencio y la soledad tan necesarios para rendir en lo académico. Tanto es así que las malas notas y los resultados escolares calamitosos pueden llegar, nueve meses después, con un pan bajo el brazo.

Visto el panorama sentimental actual, y la depravación que los niños encuentran en millones de páginas web, no se puede entender que el sufrimiento de los padres aumente y no se disipe del todo cuando uno de sus hijos les comunica que quiere entregarse a Dios en cuerpo y alma. Que si es demasiado joven, que si es muy influenciable, que si nos vamos a quedar sin hijo, que si le están comiendo el coco… cuando la realidad es que si se ennovia a esa edad se van a cumplir todos esos malos presagios y algunos más. Sería más que deseable que el recelo que sienten estos padres piadosos lo tuvieran, multiplicado por cinco, esos otros papás que permiten que sus hijos jueguen a ser adultos con derecho al roce y sin ninguna norma moral a la que atenerse.

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