Olimpismo y religión
La idea de Pierre de Courbetin cuando fundó los juegos olímpicos en 1894 estaba cargada de una espiritualidad que ensalzaba la voluntad como camino para el éxito y la victoria. © ROMAIN P19
Es evidente que el atleta se somete a una disciplina intensa en la que participan distintos profesionales. Es el punto sobre el que que concentran sus esfuerzos nutricionistas, fisioterapeutas, psicólogos… Cada uno de ellos desde su propio campo de conocimientos, y con recursos que tratarán de coordinar para alcanzar todo lo que ese cuerpo puede dar. Hacerlo llegar un centímetro más allá será un trabajo de equipo, y, sin embargo, el atleta es un individuo que en el último momento está solo.
Es en su caso más evidente aun que su cuerpo no le pertenece por completo. Tampoco sus planes de vida a largo plazo tienen por qué coincidir con los programas previstos para alcanzar la próxima marca. El atleta sacrifica muchas cosas por llegar más allá de lo que era humanamente posible.
¿Para qué sirve este esfuerzo? De aquí en adelante os cuento el papel que para el filósofo Peter Sloterdijk cumple el atleta. El concepto fundamental será el de “ser ejercitante”, es decir, la comprensión del ser humano como un ser que está en continuo ejercicio sea consciente o no de ello. Las ideas expuestas, siguiendo principalmente su libro Has de cambiar tu vida os darán algunas claves para responder por vosotros mismos la pregunta. Las imágenes que nos acompañan muestran los cuerpos humanos ejercitados de atletas de alto nivel, tomadas por el fotógrafo Howard Schatz.
Repetimos acciones y prácticas continuamente empujados por nuestras culturas. Así, por ejemplo, tenemos determinadas ideas establecidas como respuesta automatizada ante lo que ocurre, o reiteramos actividades de socialización, de trabajo, etc. generando rutinas que hacen posible nuestras sociedades. Sloterdijk lo expresa afirmando que “los seres humanos no habitan espacios, sino costumbres”.
Estas repeticiones no son siempre conscientes, pero aun así se dan bajo la lógica del ejercicio. Es decir, cada repetición prepara el cuerpo para mejorar en la siguiente oportunidad. Para el filósofo las culturas son sistemas de ejercicios que poseen el cuerpo de los individuos, así, los arrastran con su inercia a determinados gestos y pensamientos que son necesarios para la supervivencia del colectivo. Generan un sistema inmunológico que protege contra situaciones que son percibidas como amenazas.
El desarrollo de este concepto de “sistema inmunológico” es algo central en la filosofía de este autor. Incluye los aspectos biológicos, en los que todos hemos sido formados con conceptos como “inmunidad de rebaño” a raíz de la pandemia. Pero, además, está compuesto por otros dos sistemas. Un sistema socio-inmunológico, formado por instituciones que permiten desde la expresión de lazos de solidaridad entre los miembros de una misma cultura hasta la organización del enfrentamiento interno y externo. Y un sistema psico-inmunológico, que permite sobrellevar esa excrecencia de nuestra conciencia que nos mortifica con ideas como la muerte, la libertad o la necesidad, el bien…
A diferencia de otros autores, Sloterdijk considera que estos sistemas están encarnados en los cuerpos individuales a través de la reiteración de los ejercicios. No se trata de un “sistema de creencias” a través del que pensamos lo que sucede, sino de hábitos, propiciados por la organización de las rutinas de nuestras vidas en sociedad, que hacen que sucedan ciertas cosas e impiden que otras tengan lugar.
Es curiosa la idea de Sloterdijk de que los individuos estamos “poseídos por la cultura”.
Para Sloterdijk las religiones han funcionado como sistemas de ejercitación inmersos en sistemas simbólicos y bajo velos rituales.
Por ejemplo, en la edad media observamos la importancia de los monasterios en la cultura europea cristiana. Dentro de ellos, reglas estrictas propiciaban la ejercitación que llevaba a estados psicofísicos capaces de proporcionar experiencias que algunos han registrado. Los textos místicos nos hablan de situaciones que literalmente “no son de este mundo”. Y estas experiencias no serían una parte más de la estructura monástica, sino centrales. Esenciales no solo para el impulso de la vida monástica, sino de toda la cultura medieval.
Aquellos capaces de experiencias místicas, más allá de lo humano, marcan el límite superior de lo que las prácticas inmunológicas pueden lograr. Por debajo de ellos se organiza la estructura que llega a cada rincón ofreciendo edificios, caminos, estructuras administrativas fiscales, organización militar…
El resto de los mortales, a la sombra de estos “atletas de la fe”, encuentran modelo e inspiración para sus ejercicios diarios. Los cuales son pequeños a nivel individual, y sin embargo inmensos a nivel colectivo. El conjunto de los ejercitantes encarnan con la reiteración de las prácticas el peso y la inercia de la cultura.
Esto ha sido siempre así, nos dice Sloterdijk, con la diferencia de que mientras las épocas antiguas se han basado en el ejercicio y la perfección, en la moderna la motivación está en el trabajo y la producción. Y es esto lo que ha propiciado según Sloterdijk el fracaso del espíritu con el que nació el neo-olimpismo.
La idea de Pierre de Courbetin cuando fundó los juegos olímpicos en 1894 estaba cargada de una espiritualidad que ensalzaba la voluntad como camino para el éxito y la victoria.
Su mayor ejemplo fue el triunfo en la primera maratón de un joven pastor de ovejas acostumbrado a recorrer largas distancias. Los príncipes griegos corrieron con él los últimos metros, rodeados de miles de espectadores, y finalmente lo llevaron en brazos ante el rey que lo esperaba de pie ante su trono. En los juegos olímpicos de aquel momento competían amateurs de diferentes naciones en promoción de la pax olímpica. No eran profesionales sino representantes de los ejercicios culturales que su vida diaria les empujaba a realizar. Y en este contexto los juegos olímpicos aparecían como una exaltación de la cultura y la voluntad.
Fue lo que Sloterdijk ha calificado como el intento de fundar una nueva religión, en la que las proezas de los atletas servirían para dividir la realidad en momentos ordinarios y extraordinarios. Sus acciones mostrarían un más allá de lo humanamente posible, a la sombra del cual se organizarían el resto de los ejercitantes de nuestra cultura.
Sin embargo, la voluntad espiritual del ideólogo del olimpismo basada en la fuerza de la voluntad quedó rápidamente poseída por la época en la que fue a nacer. Sloterdijk escribe que “si la época pertenece a una economía basada en la competitividad, el deporte competitivo constituye el espíritu mismo de la época”.
De cualquier modo que se interprete el triunfo del olimpismo, lo cierto es que dio lugar a algo totalmente distinto a la tríada deporte-religión-arte, que Courbetin pretendía trasplantar de la Antigüedad a los tiempos modernos. (…) Lo que realmente cobró vida y no cesaba de adquirir una cosistencia cada vez mayor fue una organización destinada a estimular, dirigir, asesorar y administrar energías, en primer lugar, timóticas (de orgullo y ambición) y en segundo lugar, eróticas (de codicia y libidinosas). (…) El cauce pragmático por donde discurrían estos dos tipos de acicates fueron las asociaciones, matrices naturales de los ejercicios deportivos y de las alianzas entre entrenadores y entrenados, encontrando todo ello su escenificación de mayor efecto en las propias competiciones de los Juegos. (…)
Fracasó como fundador de una religión precisamente por haber triunfado por encima de todo lo que podía esperar como iniciador de un movimiento basado en el entrenamiento y en la lucha competitiva.
Los juegos tuvieron que integrarse en la desbordante cultura de masas y transformarse, y cada vez más decisivamente, en una máquina profana de eventos.
Tomar conciencia de los ejercicios que realizamos mecánicamente y comprometernos con aquellos que queremos para nosotros es el principio de una vida ética según Sloterdijk. Para él, como para Nietzsche, no habría nada más falto de elegancia y deplorable que la reacción impulsiva que estamos demasiado acostumbrados a ver en las redes. Aun así, no hay que tenerle miedo a expresarse si al menos te das un tiempo de pensar, así que te invito a comentar, ¿cómo te ejercitas?