Nadie está escuchando

Todos hemos experimentado más de una pelea dialéctica, en la que la discusión alcanza un incómodo punto en el que, aunque hablemos al mismo tiempo o por turnos, lo que uno dice es incompatible con lo que expresa el otro. Las voces, entonces, comienzan a elevarse ante la frustración de no sentirnos escuchados. De hecho, uno no escucha al otro, y el otro no escucha a uno.

Si los interlocutores llegan a darse cuenta de lo absurdo de semejante situación, visto desde fuera resulta aún más absurdo. Pero en un siglo reconocible por la comunicación instantánea y la sobreabundancia de información, la escucha activa es cada vez más escasa. Por eso el mundo se ha llenado de voces que claman por ser escuchadas, cuyas propuestas caen en oídos sordos. En este escenario, donde todos hablamos y hablamos a la vez, a nadie se le toma en serio.

Cuando las opiniones se presentan innecesariamente sobreexpuestas mediante personas que se gritan unas a otras, para ver cuál hace más ruido, la comunicación se hace imposible. Al umbral de cada puerta nos encontramos un repertorio distinto de vivencias y perspectivas de la vida, que nos brindan un punto de vista más amplio de la realidad. Sin embargo, tendemos a caer en una soberbia redundante que busca con ansias que sean los otros quienes comprendan nuestra realidad, en lugar de adelantarnos a ofrecerles nuestra comprensión.

Necesitamos aprender a escuchar, dejando de lado los prejuicios y cualquier estigma. La escucha activa implica no solo oír palabras, sino captar las emociones y matices que traen con ellas.

Sí, a todos nos encanta hablar, pero, ¿a cuántos nos gusta escuchar?

Lourdes Rossy, ganadora de la XIX edición de www.excelencialiteraria.com