¿Por qué sufrimos?
Epicteto fue un esclavo de Epafrodito. Nació y creció como tal, sufriendo torturas y exigencias de su amo. No obstante, como era la moda en aquella época, pudo estudiar dentro de la esclavitud. Su vida estuvo dividida entre el sufrimiento y la representación del sufrimiento. La siguiente historia nos cuenta el origen de su filosofía.
Epafrodito, entre otras cosas, jugaba a torcer la pierna de su esclavo hasta el límite.
–Si continuas, romperás la pierna– cuenta que dijo el futuro filósofo.
Pero el otro siguió. Debía ser una práctica común.
–La vas a romper– decía como si no hablara de su propio cuerpo.
Hasta que, en aquella ocasión, finalmente el hueso cedió a la fuerza y quebró con un chasquido seco.
–Te dije que la romperías– concluyó.
Con el tiempo Epicteto llegó a ser un personaje del calibre de Sócrates, y esta historia fue comparada con el momento en el que el griego aceptó envenenarse con cicuta. Y aunque muchos no consideren este relato una verdad histórica, encierra un tipo de verdad sobre el autor. Nos muestra que su filosofía no surge de la teoría para aplicarse en la experiencia, sino del sufrimiento de su propio cuerpo. Una enseñanza que se afianza en la indiferencia por lo que no podemos actuar y la sabiduría de reconocer aquello que está bajo nuestro control.
Frente a la violencia de su amo, Epicteto no presenta oposición física. Habla de su pierna como de un objeto ajeno, pues todo su cuerpo es propiedad de Epafrodito. Pero su actitud demuestra control sobre algo a lo que sólo él accede. La clave está en reconocer aquello que depende de nosotros y hacer una elección fundamental de vida que guía nuestros juicios, deseos y acciones, y nos orienta para hacer uso de las fantasías que surgen en nuestra mente.
Entre todas las cosas que existen, hay algunas que dependen de nosotros y otras que no dependen de nosotros. Así, dependen de nosotros el juicio de valor, el impulso a la acción, el deseo, la aversión, en una palabra, todo lo que constituye nuestros asuntos. Pero no dependen de nosotros el cuerpo, nuestras posesiones, las opiniones que los demás tienen de nosotros, los cargos, en una palabra, todo lo que no son nuestros asuntos
El esclavo no puede tomar decisiones sobre gran parte de los acontecimientos de su vida. No controla su cuerpo, ni tiene posesiones, y sobre él pueden decir y hacer sin pedirle consentimiento; sin embargo, su elección fundamental de vida solo él la controla. Los juicios de autodesprecio, culpa, resentimiento, vergüenza… ninguno puede entrar en él sin su consentimiento. A partir de ellos puede decidir qué acciones realizar (por mínimas que sean) y valorar los deseos que surgen en él, así como usar las fantasías de su mente para su propio beneficio.
Debe aceptar aquello que no controla con indiferencia, como si fuera una película dentro de la que se le ha asignado un papel que no tiene más opción que representar.
Estas ideas salvaron la vida del piloto norteamericano James Stockdale cuando fue capturado y torturado durante la Guerra del Vietnam. No era él el único en estas condiciones, pero no todos tuvieron la misma elección vital. Algunos de ellos se aferraban a la esperanza de ser rescatados, pero el momento nunca llegaba. Una y otra vez su optimismo les jugó en contra, su voluntad fue decayendo hasta que se vinieron completamente abajo, y finalmente murieron.
Mientras tanto, Stockdale mantenía en mente la imagen de Epicteto torturado por su amo. Realizó acciones mínimas: pequeños gestos con los que mantenía una comunicación con los compañeros de desgracia. Soportó las torturas sin juzgar a sus torturadores ni visualizar venganzas o concepciones lastimosas de sí mismo. Alimentó la fantasía de que esa experiencia terminaría, aunque fuera más tarde que temprano, y que se convertiría para siempre en el centro de su vida.
Su idea era que entre nosotros y el mundo está nuestra mente, y que cuando las circunstancias anulan nuestra libertad y nos imponen el sufrimiento, nosotros aun podemos manejar las fantasías con las que cubrimos todo ese dolor físico.
Aquellos de sus compañeros que se aferraron a esperanzas optimistas murieron porque se negaron a aceptar como parte de su vida los acontecimientos en los que estaban envueltos. Fueron los que, por encima de la tortura física, ponían su frustración por deseos insatisfechos. Pero él mantuvo el control sobre aquellos pequeños gestos y actitudes que sus captores no podían alterar.
Lo que perturba a los hombres no son las cosas, sino los juicios que hacen sobre las cosas. Así, por ejemplo, nada temible hay en la muerte, y la prueba es que a Sócrates no se lo pareció. Sólo el juicio que nos hacemos de la muerte —a saber: que es algo temible— resulta temible.
Así, cuando nos enfrentamos a alguna dificultad, o nos sentimos inquietos o tristes, no debiéramos hacer responsable a otro, sino a nosotros mismos, es decir, a nuestros juicios: sólo aquellos que carecen de educación filosófica convierten a los demás en responsables del hecho de que uno sea desgraciado, mientras que los que inician su educación se hacen responsables ellos mismos, y los que la completan entienden que la responsabilidad no recae ni sobre los demás ni sobre sí mismos.
En el libro de Epicteto encontramos varios consejos para controlar las representaciones o fantasías que tenemos sobre los fenómenos que nos rodean. El primer paso, como se ve en la cita anterior, es diferenciar lo que depende de nosotros de lo que escapa a nuestro control.
Una de las claves del aprendizaje de Epicteto es la indiferencia. Epicteto se separó tanto del mundo, quizá a causa del dolor sufrido en su vida, que gran parte de él lo cubrió de indiferencia. Solo así –pensaba– será posible mantenerse estoico ante la adversidad, y, puesto que puede llegar en cualquier momento, el entrenamiento debe ser constante. Todo aquello sobre lo que no podemos actuar nos debe ser indiferente.
El segundo, mantener nuestra elección fundamental de vida. A partir de ella podrás ejercer de vigilante de ti mismo. Presta atención a tus juicios sobre los demás y sobre ti mismo, tus deseos y lo que te impulsa a la acción. Además, date cuenta de que las fantasías que ocupan tu mente pueden ser obstáculos, pero también impulsos, alimenta los segundos y desecha los primeros.
Actúa con indiferencia
Recuerda que en la vida debes comportarte como si estuvieras en un banquete. La bandeja circula y llega hasta ti: extiende la mano y sírvete con moderación. ¿Avanza hacia los demás comensales? No la retengas. ¿Tarda en acercarse al lugar donde estás sentado? No proyectes tu deseo sobre ella, simplemente espera a que llegue junto a ti. Compórtate igual en lo que tiene que ver con los hijos, las mujeres, los cargos, la riqueza. Y un día serás un digno convidado de los dioses.
Más aún: si de aquello que se te ofrece no tomas nada, sino que lo rechazas, no sólo serás el convidado de los dioses, sino su compañero. Así actuaron Diógenes, Heráclito y sus semejantes, merecidamente considerados y llamados «hombres divinos».
Mantén tu elección de vida siempre presente
Actúa en tu vida igual que como si el barco arriba a un puerto donde tú puedes bajar a tierra para hacer agua. Puedes también recoger algunas plantas y mariscos que encuentras en la ruta. Pero vas pensando siempre en tu barco, volviendo a él a menudo la cabeza para estar pronto cuando el patrón te llame, y a la menor señal arrojar cuanto has cogido, no sea que éste te haga atar y meter en el fondo de la embarcación.
No confundas tus juicios sobre lo que ocurre con los hechos mismos.
Si ves que uno se baña rápidamente, no digas: «Aquél se baña mal», sino: «Aquél se baña rápidamente». Si ves que uno bebe mucho vino, no digas: «Aquél bebe lo que no debe», sino: «Aquél bebe mucho vino». Pues, antes de conocer el juicio que él hace y que determina su acción, ¿cómo podrías saber que actúa incorrectamente? De este modo evitarás la paradoja de tener una representación adecuada de ciertas cosas y, al mismo tiempo, ofrecer tu asentimiento a otras distintas de las que no tienes una representación adecuada.
Observa y evalúa lo que deseas
Cuando te llegue la representación de un placer, ten cuidado, como con el resto de representaciones, de no dejarte arrastrar por ella. Deja que el asunto repose un rato. A continuación, piensa en esos dos momentos: el que te habría ofrecido el placer y el que te llevaría al arrepentimiento y los reproches contra ti mismo. Y a esos dos momentos, opón éste: el sentimiento de felicidad y acuerdo contigo mismo tras haber sabido rechazarlo. Pero, en todo caso, si decides que la ocasión es propicia para gozar de ese placer, ten cuidado de no perderte en su dulzura y seducción. Y ten siempre en cuenta cuánto mejor es disfrutar de la conciencia de esa otra victoria.
Adecúa tu acción a las circunstancias
Antes de actuar piensa lo que vas a hacer. Si vas a una piscina pública, represéntate lo que pasa allí ordinariamente: allí se arrojan agua, se empujan, se dicen injurias, y se roba. Tú te presentarás en ella si te dices: “yo quiero bañarme, pero quiero también conservar mi independencia, aguantando todo lo que me impone la naturaleza”. Observa esta máxima en todas tus empresas: por este medio, si algún obstáculo te impide bañarte, te dirás al punto: “yo no quería bañarme solamente, quería también conservar mi libertad y mi carácter; y no la conservaré si no sé sufrir con paciencia las insolencias que aquí se cometen”.
Usa a tu favor las fantasías o representaciones
Ejercítate, por tanto, en añadir de entrada lo siguiente a cada representación dolorosa o triste que te venga a la cabeza: «No eres más que una simple representación y de ningún modo la cosa que representas». A continuación, examina la representación y ponla a prueba con las reglas de que dispones, y sobre todo y primeramente con ésta: «¿Debo situarla entre las cosas que dependen de mí o entre las que no dependen de mí?». Y si concluyes que forma parte de las cosas que no dependen de ti, ten bien presente que no te concierne.
Esta propuesta para la vida ha calado mucho en los tiempos actuales y puedes encontrar muchas páginas con textos de Epicteto con los que reflexionar aplicados al mundo de los negocios, al deporte, a la superación personal. La idea de que estamos fundamentalmente solos frente a un mundo hostil del que debemos tomar distancia por alguna razón se extiende ampliamente en nuestra época.
Es posible que esta idea guiara la elección fundamental de vida de Epicteto y de sus compañeros estoicos. Una idea que no les impedía participar como ciudadanos o incluso ayudar a quien lo necesitaba. Aunque siempre, desde la distancia que se aprecia en las anteriores citas, y quizá aun más en la siguiente:
No trates de cambiar la opinión de los demás
Si alguno te hace mal, o dice mal de ti, acuérdate de que se ve obligado a ello, porque así lo cree, y de que no es posible que él se aparte de su parecer por seguir el tuyo. Si juzga mal, a él solo hace mal, así como él es el único engañado. Si sabes aplicar esta regla, soportarás con paciencia a todos aquellos que hablen mal de ti; porque a cada injuria que recibas dirás: “este hombre cree tener razón”.
Ayuda sin involucrarte completamente
Si ves a alguien afligido y llorando la pérdida de su fortuna, la muerte, o la ausencia de su hijo, ten cuidado de que no te engañe tu imaginación, y vayas a creer que este hombre es desgraciado por la privación de estos bienes exteriores: entra al instante dentro de ti mismo, y haz esta distinción: “Esta desgracia no es la que aflige a este hombre, luego es la opinión que él tiene de ella la que le aflige”. Haz seguidamente todos tus esfuerzos para curarle de tus preocupaciones con razones sólidas; y también, si es necesario, no dejes de llorar con él. Pero ten cuidado que tu compasión no pase a tu alma, y que este dolor simulado no se vuelva real.
Si quieres profundizar en su obra te recomiendo el libro del filósofo francés Pierre Hadot Manual para la vida feliz, en el que encontrarás el texto de Epicteto y un análisis práctico.
Pero para cerrar este artículo te propongo una reflexión. Eso de que estamos en un mundo hostil del que debemos tomar distancia es una idea que puede ser o no acertada, pero que desde luego tiene consecuencias en nuestras vidas. Así que aplicando la propia medicina de Epicteto aquí, ¿qué consecuencias crees que tiene esta forma de pensar?
La filosofía de Epicteto nos ayuda a evitar el sufrimiento. Eso es algo bueno, pero, al menos como ejercicio filosófico podemos preguntarnos sobre lo que él evita: ¿sirve de algo sufrir?, ¿puede tener un sentido aceptar el sufrimiento como parte de nuestras vidas?, ¿habría alguna circunstancia en la que la decisión de sufrir sería acertada?