"¿En qué momento alguien os ha dicho que tenéis que elegir entre lo que os gusta y lo que tiene salidas?"
Un nuevo capítulo de Orientación para el siglo XXI y la misma cuestión sobrevolando la conversación: ¿Estamos en el momento de la historia en que es más difícil elegir estudios? ¿Cómo lo afrontan los adolescentes?
Pues parece que con tribulación, aunque sus padres suelen expresarlo más gráficamente. Cuando va llegando el momento de decantarse por un camino formativo u otro, «Mi hijo está empanado» es una de las frases más repetidas de los progenitores, reconoce Elena Ibáñez, CEO de Singularity Experts.
No es para menos. A la ingente cantidad de referencias nuevas y cada vez más variopintas se suma el momento vital por el que atraviesan, el más caótico de su existencia: la adolescencia, con todos los cambios que conlleva (hormonales, con el cerebro en pleno desarrollo, con todas las inseguridades intrínsecas…).
Por eso es bueno que la orientación académico-profesional no llegue de golpe a los 17 años, justo en el momento de tomar la decisión, sino que haya ido calando, de forma que ese chico y esa chica hayan podido conocer las posibilidades a su alcance, hayan adquirido una mirada más amplia y hayan podido ir eligiendo y descartando, que también es muy importante.
El problema viene de que tradicionalmente se ha delegado en la escuela esta orientación académico-profesional, cuando, a juicio de Ibáñez, en una realidad cada vez más compleja, como la actual, se requeriría de un equipo de expertos actualizados que asesorasen de lo que hay fuera, de las profesiones que están surgiendo, de los perfiles que se demandan, y formulasen recomendaciones a los estudiantes.
En cuanto a los padres, les aconseja que no le roben la seguridad a sus hijos, que eviten, por ejemplo, decirle al psicólogo en su presencia cosas que les minen su confianza, porque no les estarán ayudando a construir. También, que les trasladen preguntas, no respuestas, que fomenten en sus hijos que se cuestionen las cosas y que lleguen por sí mismos a las respuestas, sin decidir por ellos. De esta forma, les estarán ayudando a crecer.
Y apoyarse en tests es importantísimo, para que los chicos descubran cómo son frente a la media de la población, cuáles son sus debilidades -para trabajarlas- y sus fortalezas -para fomentarlas-.
O abrir la mirada. Muchos chicos se ven con tan solo uno o dos referentes de posibles salidas encima de la mesa, y en ocasiones es porque sus padres les han guiado en lo que ellos se encuentran seguros, en su mundo, en su ámbito de conocimiento… Vetándoles muchas más opciones, quizá por desconocimiento, por ejemplo, de que un grado de raíz humanista puede servir para ser experto ético en uso de la IA, o en regulación de redes sociales, trabajos que cada vez se requieren más y que pocos orientadores o familias recomendarían de entrada.
Ibáñez insiste en que «siempre estamos influyendo». La pregunta que deben hacerse los padres es «¿Estamos influyendo positiva o negativamente?». Desde luego, incluso cuando declaramos lo que no nos gusta estamos influyendo. Puede que nuestro hijo sea «psicología inversa» y, entonces, se decantará justo por lo que no nos gusta.
También está la cuestión o falso dilema: ¿Qué escoger? ¿Lo que te gusta o lo que tiene salidas? Ibáñez responde rotunda: «Las dos cosas» y lamenta que a día de hoy esa pregunta todavía se haga.
Otro melón: las visitas a empresas para conocer perfiles profesionales y fomentar vocaciones, ¿son útiles? Pues depende, porque también pueden dar pie a sesgos. No dejan de ser una visita de dos horas y puede que las sensaciones que se transmiten en ese breve periodo de tiempo no se ajusten del todo a la realidad, puede que a un grupo le toque ir a la tecnológica cool donde cualquier querría quedarse a trabajar y a otro, a una más vintage en la que no hay futbolines, ni colorines… y, habiendo visto una empresa del mismo sector, pueden llevarse impresiones muy diferentes.
Y el último melón: las pantallas. Hoy los chicos y chicas tienen toda la información en la palma de su mano y esto, que podría ser una ventaja, es para Ibáñez el gran hándicap de esta generación, un «desgraciado lastre» que les «fríe la cabeza», les dificulta «ver la realidad tal cual es» y «tomar decisiones con más sensatez».
Con lo que, ya no es solo la adolescencia, el tener que elegir estudios justo en tu momento más difícil. Es, también, la dependencia-casi adicción a las pantallas, con las que Ibáñez se muestra muy crítica. Pero de esto, y de otras muchas cosas, seguiremos hablando en próximos episodios.