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¿Realmente protegemos los datos de nuestros niños y niñas?

En este Día Europeo de la Protección de Datos, para contestar a la pregunta de si protegemos los datos de los niños y niñas basta comprobar el significativo volumen de información disponible en internet sobre los menores, que carece de toda justificación y en las más de las ocasiones se basa en un consentimiento parental poco confiable.
Ricard Martínez
Director de la Cátedra de Privacidad y Transformación Digital de la Universitat de València
28 de enero de 2025
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El autor propone un pequeño ejercicio particularmente simple: ir a su buscador preferido y tratar de localizar imágenes o vídeos relacionados con un entorno escolar. © ADOBE STOCK

El 28 de enero, en el Día Europeo de la Protección de Datos, conmemoramos un hito en la historia jurídica universal, la del Convenio 108/1981 del Consejo de Europa para la protección de las personas con respecto al tratamiento automatizado de datos de carácter personal. Sabemos que es un lugar común celebrar días mundiales o europeos para poner de manifiesto aspectos importantes para la sociedad desde múltiples perspectivas. Estos días pretenden subrayar un valor relevante para la sociedad o, a veces, un problema en el que debemos seguir trabajando. Y el derecho a la Protección de Datos presenta ambas facetas.

En un día dedicado a la protección de datos, el discurso fácil consistiría en poner de manifiesto la existencia de riesgos significativos para niños, niñas y adolescentes en ámbitos como las redes sociales y en el uso de las pantallas. En este territorio el enemigo es muy fácil de identificar, sus prácticas son particularmente conocidas y han sido puestas de manifiesto por distintas áreas de conocimiento científico como la neurología, la sociología o la pediatría. A la vez, estas cuestiones se van incorporando a la agenda legislativa y a la acción de gobiernos y reguladores. Dejemos pues que las políticas públicas y legislativas prosigan su camino y descendamos por un momento al espacio de lo cotidiano.

En este día propongo a quienes lean este artículo que hagan un pequeño ejercicio particularmente simple. Vayan a su buscador preferido y traten de localizar imágenes o vídeos relacionados con un entorno escolar. Les recomendaría que esta búsqueda tuviese algo de capilaridad: no se limiten a búsquedas genéricas del tipo “escuela” o “fin de curso”, profundicen. Traten de verificar si es posible localizar informaciones un tanto más privadas como actividades en el gimnasio, ejercicios relacionados con clases de música o exámenes orales de inglés. Vean después cómo afecta esto a su entorno más cercano.

Por qué en el día de la Protección de Datos lo que tratamos de defender y conseguir es que precisamente esta clase de cosas no sucedan. No parece que la proliferación de este tipo de imágenes y vídeos sirva a una finalidad educativa que encuentre amparo en la legislación vigente. Y no lean incorrectamente este artículo, no se defiende aquí ni una prohibición en la captación de cualquier tipo de imágenes, ni sobre la utilización de este tipo de instrumentos con fines académicos. Es obvio que las familias merecen contar con recuerdos gráficos de momentos entrañables disfrutados en la escuela. Nadie discute que un estudiante que se graba realizando una prueba oral de inglés adquiere una mayor conciencia de sus errores y capacidades. Tampoco vamos a negar que grabar la performance en la utilización de un instrumento musical ayude a corregir defectos en la interpretación. La cuestión que cabe plantearse es por qué todas y cada una de estas acciones implican una sobreexposición de los niños y las niñas en las redes.

Si tratásemos de proponer una taxonomía de los riesgos a los que se expone nuestra infancia y adolescencia en los entornos digitales es probable que el ejemplo anterior le resulte banal. Y, sin embargo, es el primero y el más común de una cadena que no hace sino concatenar eslabón a eslabón el conjunto de escenarios que nos conducen a una situación verdaderamente preocupante. En primer lugar, porque esta captación y divulgación masiva de imágenes es algo que se produce desde edades muy tempranas y se realiza por aquellas personas a las que se atribuye la función de velar por el interés superior del menor y asegurar su protección frente a cualquier tipo de riesgos: los padres y el entorno escolar.

Por otra parte, y aunque la comparación pueda resultar odiosa, la mayor parte de conductas de riesgo que conducen a la adicción suelen seguir patrones en los que el ejemplo familiar y social resulta relevante. Con la sobreexposición en las redes ocurre algo similar a lo que sucede con el alcohol y el tabaco. Mi generación creció normalizando este tipo de consumos a muy tempranas edades como una suerte de ritual que nos conducía a la edad adulta. Hoy, niños y niñas crecen y se educan en un panóptico digital en el que normalizan conductas como posar frente a una cámara como profesionales o incluso tamizar toda su experiencia vital a través de la lente de un teléfono inteligente.

La mayor parte de conductas de riesgo que conducen a la adicción suelen seguir patrones en los que el ejemplo familiar y social resulta relevante

El Día de la Protección de Datos debería servir también para rendir cuentas. Nadie discute la intensa labor y el compromiso de la Agencia Española de Protección de Datos, de nuestro Gobierno y de la comunidad educativa. Pero no basta. Es un día para rendir cuentas. Es el momento de contrastar por qué el significativo volumen de información disponible en internet sobre los menores, que carece de toda justificación y en las más de las ocasiones se basa en un consentimiento parental poco confiable, no ha sido objeto de actuaciones un tanto más contundentes.

Del mismo modo, los equipos directivos de los centros escolares deberían reflexionar sobre cuánta formación han recibido en materias básicas relacionadas con la protección de datos. Debemos ser muy precisos. No nos referimos a una alta especialización en competencias digitales. Sencillamente cuántos profesionales de la comunidad educativa que están leyendo este artículo han recibido la formación básica que todo trabajador que maneja un sistema de información que contiene datos personales debería cursar.

Si la respuesta a cuestiones de esta índole fuera pesimista les propongo que celebren el Día de la Protección de Datos de un modo distinto. Reúnanse, creen un pequeño grupo de trabajo. Revisen las prácticas que se siguen en casa y en el centro escolar. Si no son satisfactorias, tal vez deberían aprovechar el día para pensar en cómo cambiar las cosas desde lo más básico, desde los cimientos, y empezar a trabajar.

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