Robin Hood
“Arrow” es la serie de televisión con la que estoy obsesionada en este momento. Oliver Queen, multimillonario, desaparece durante cinco años de la sociedad, para volver de pronto convertido en un vigilante, con arco y flechas incluidos. Interesante. Además, esta ficción me ha hecho reflexionar más allá de su argumento: estoy convencida de que hay que tener en cuenta los valores que el ocio aporta al espectador.
Me vienen a la cabeza películas como “Robin Hood”, personaje mítico del que hemos visto tantas versiones, y del que de niños soñábamos tomar prestada su personalidad. ¡Qué maravilla ser un arquero fuera de la ley, para robar dinero a los ricos y entregárselo a los más pobres! También pienso en series como “Leverage”, que cuenta la historia de una ladrona, un matón, una estafadora, un hacker y el cerebro de la banda para la que trabajan, que les ha convertido en modernos justicieros. Una y otra tienen en común que sus protagonistas quieren ayudar al resto del mundo, haciendo uso de sus cualidades extraordinarias. Sin embargo, olvidan un lema fundamental de la ética del ser humano: el fin no justifica los medios.
Por supuesto, debemos ayudar a quien lo necesite y sin pensarlo dos veces. No obstante, hacerlo mediante el robo o la violencia no puede ser una opción válida, lo que nos obliga a tener espíritu crítico y sentido común al sentarnos frente a la pantalla. Es decir, nunca debemos prescindir de nuestros valores y principios, por mucho que el cine diga lo contrario.
El cine y las series son medios muy eficaces para propagar formas de pensar y actuar, especialmente entre los jóvenes. Por eso hay que mantener un espíritu crítico cuando nos disponemos a disfrutar de una producción audiovisual. Aunque pueda sonar a caricatura, no queremos que nadie justifique el robo de alimentos en un supermercado mediante la excusa de que va a entregárselos a un mendigo, por ejemplo.
Saber dónde está la verdad –por mucho que esta, a través del ocio, pueda desfigurarse– es un aprendizaje que se lo debo a mis padres, lo que les agradezco infinitamente. Y siguiendo los pasos de un personaje de la literatura universal, convertido en un insecto con frac y chistera gracias a la magia animada de Walt Disney, no nos olvidemos de escuchar a nuestro Pepito Grillo cuando el cine intente normalizar aquello que no está bien.
Mar Graells, 16 años, Colegio La Vall (Barcelona)