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Un cuadro para el papa

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A veces, tengo la fortuna de que mis artículos calan en la opinión de todos, impactando de lleno en la masa lectora, y que una parte de ellos se fija en la memoria colectiva hasta el extremo de que, lo que en su día fue una idea feliz del autor, pasa a ser de dominio público. No concibo mayor premio que éste que me conceden los que encuentran en mis torpes palabras el eco de su pensamiento. Tal me ocurrió hace casi diez años con la edición, en las páginas de La Provincia, del original titulado “El proyectito”, en el que denunciaba el clientelismo profesional al que libremente se exponen bastantes docentes, en necesaria connivencia con las directivas de los centros y la manifiesta complicidad de la administración educativa y aun de los sindicatos del medio, para vincularse a la plantilla de un instituto en razón de un mutuo beneficio las más de las veces ajeno al ideal del mérito y la experiencia como baluartes del progreso en la función pública.

Al parecer, el artículo coincidió en el tiempo con la ola de indignación que sacudía al gremio, sometido a un evidente escarnio en sus derechos y expectativas por los espurios intereses de unos y de otros, curiosamente, situados en los aledaños del poder institucional. Con el pasar de los años, los compañeros, cuando ven una descarada falta de sustancia en el sistema de enseñanza basado en esta metodología alternativa, resumen la cuestión con el título del añorado suelto hasta olvidar que están en presencia de la misma persona que lo compuso. Es más, incluso en la península, me he llevado la grata sorpresa de que emplean idéntico término para la denuncia social del problema. Así, pues, el proyectito se ha convertido en la sinécdoque de cierta corrupción administrativa en los centros escolares repartidos por la amplia geografía de España.

Con todo, el fenómeno, en vez de menguar, ha experimentado un crecimiento exponencial al cambiar la ley educativa y extenderse el efecto corrosivo de los discursos de los chiripitifláuticos de la enseñanza. El sistema de aprendizaje por proyectos (ABP) es hoy una referencia ineludible en las estrategias de innovación educativa, tanto que es sinónimo de hallarse en la vanguardia del sector. Por lo tanto, el clientelismo profesional ha corrido igual suerte entre los docentes, en especial, entre aquellos que, como diría Kant, sienten la fuerte llamada del imperativo hipotético, esto es, el creer que son buenos profesores por obtener un rédito personal de la situación. Sobra referir que la enseñanza no debería jamás estar sometida a ningún condicional salvo el de la dignidad del ejercicio del magisterio. Por abundar, en alguna ocasión, me he quedado literalmente solo en la defensa de que el mejor proyecto es el que se lleva a cabo en el interior del aula y que todo lo demás son fuegos de artificio en dirección a conseguir un reconocimiento inmerecido o buscando una suculenta prebenda extraña al sentido del acto de enseñar al que no sabe. Pero, lo peor no es esto, sino la creciente sensación de que educar ya es lo que menos importa, sobre todo, entre algunos que, por competencias y normativa, deberían custodiar los valores propios de la enseñanza.

“El proyectito” fue un hito en la información educativa canaria por lo que me cuentan amigos y compañeros y, sin embargo, la realidad ha evolucionado hacia otra cosa, que es el objeto de la presente tribuna. Por supuesto, lo de la evolución es un decir, porque, en el fondo, se trata de una declarada degeneración del sistema clientelar al que están sujetos determinados centros escolares. Lo que ahora se contempla es una decidida instrumentalización del alumnado en favor de las ambiciones personales de unos cuantos. Por motivos evidentes, singularmente el de la supervivencia en el medio en el que me muevo a diario, he de omitir los detalles precisos que hagan público el reconocimiento de un proyecto en concreto, la comunidad en la que se desarrolla o los profesionales que lo llevan adelante. Así que lo narraré como si fuese un cuento.

Érase una vez una iniciativa educativa en la que no se sabe quién había prometido a los escolares de varios centros que, con ocasión del posible desplazamiento del Papa, le harían entrega de un cuadro del que desconocían la autoría y el título, jugando abiertamente con la ilusión de los menores y el entusiasmo de participar en una actividad que trascendía su realidad cotidiana al margen del inexistente propósito pedagógico de rendir visita al Sumo Pontífice. En otras palabras, los chicos como un instrumento eficaz y necesario para el arribismo o, tal vez, para la ansiada promoción administrativa. Siempre he escrito que la educación en España, al menos durante las últimas décadas, es una estafa de principio a fin, si bien con lo del “cuadro para el Papa” se asciende un escalón más en la degeneración moral del sistema.

Quisiera, no obstante, concluir con un mensaje de esperanza. Cuando me han dejado hablar, que esa es otra, en las tediosas reuniones de profesores, inevitablemente me conduzco por la misma senda: dar clases es asistir a un espectáculo maravilloso, tan mágico como íntimo, para los que participamos en él. Quédense con esta experiencia porque así lo hace uno para sobrevivir ante tanta impostura.

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