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Damià Bardera: "La escuela está para enseñar, para formar, y no para que los alumnos se 'diviertan' a base de descargas de dopamina"

Acaba de aparecer en castellano 'Incompetencias básicas' (Península), donde el escritor y profesor Damià Bardera nos ofrece un relato incisivo sobre las profundas carencias de un sistema educativo que ha perdido el rumbo. A medio camino entre la narración, el ensayo y el diario personal, el libro recoge el testimonio de un profesor de Secundaria comprometido con el valor del conocimiento, que desenmascara, con humanidad y un afilado humor, las deficiencias, la retórica y las trampas de un sistema educativo inoperante, sostenido en la autocomplacencia y el engaño.
Diego FranceschJueves, 27 de febrero de 2025
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Damià Bardera. © Vall Octavio (Núvol)

¿Qué opina de la enseñanza por competencias que se ha impuesto en los últimos años desde los poderes políticos?

–Opino lo mismo que Nuno Crato –el exministro de Educación de Portugal que llevó su país al éxito educativo hace más de una década–, que enseñar por competencias ha sido un desastre en el mundo entero. Las competencias no tienen sentido sin unos conocimientos previos. Para ser competente, se requieren unos conocimientos previos. Por ejemplo: no se puede ser competente a la hora de leer un texto si no entiendes la mitad de las palabras. Aunque todavía no se ha presentado oficialmente la propuesta, actualmente está disponible el Manifiesto del Frente Común por una Educación de Calidad, que es una respuesta –y a la vez una alternativa– al modelo de enseñanza por competencias. Está redactado en catalán y castellano, y me consta que pronto habrá traducción al euskera, al gallego y al aranés. Son 14 puntos necesarios para el cambio educativo. Yo destacaría los siguientes:

El punto 2. Que establezca, para cada etapa, un currículum estructurado en materias, basado en la transmisión de conocimientos humanísticos, científicos, técnicos y artísticos; que especifique con precisión qué aprendizajes deben adquirir los alumnos en cada uno de los cursos; y que indique de forma clara los criterios de evaluación, a fin de garantizar una educación igualitaria y de calidad para todos, y para evitar burocracia superflua que resta tiempo a la preparación de las clases y a la atención del alumnado.

El punto 6. Que reconozca al docente como autoridad pública y adopte un marco normativo común que haga de los centros educativos auténticos espacios seguros, favorables a la convivencia y al aprendizaje. La indulgencia ante las conductas disruptivas y la falta de rigor en la aplicación de medidas disciplinarias, que actualmente son frecuentes, deja desamparadas a las víctimas, fomenta la impunidad y no educa en el respeto y el civismo.

El punto 10. Que controle la calidad de la enseñanza en las distintas etapas mediante pruebas externas independientes y transparentes. De esta forma se podrán realizar diagnosis rigurosas y las correcciones pertinentes a los planes educativos, y ofrecer orientaciones y recursos efectivos a los profesionales.

El punto 14. Que desarrolle o adquiera para todos los centros un software eficiente y libre que garantice la protección de los datos de carácter personal tanto del alumnado y de sus familias, como de los docentes, y haga de él un uso racional para facilitar los procesos de evaluación y gestión de centro.

En relación con ello, ¿cuáles son las carencias que usted advierte en ese modelo?

–Son muchas, pero sobre todo destaco el hecho de que no existe una evaluación mínimamente objetiva a la hora de evaluar dichas competencias. Si la evaluación no es objetiva, entonces ya no hace falta evaluación. La razón de ser de la evaluación es, y ha sido siempre, su objetividad. Una evaluación subjetiva no tiene sentido por dos razones: porque dejas desprotegido al docente frente a las quejas del alumnado, unas quejas que muchas veces no tienen que ver con la justicia, sino con los intereses del alumno (o de la familia) y porque el alumnado es incapaz de tener una referencia clara de dónde se encuentra su nivel de aprendizaje. En consecuencia, es muy difícil que mejore, es difícil que se motive aprendiendo si no ve progreso alguno.

La educación por competencias es una excusa para que los centros de Primaria y Secundaria se conviertan en ludotecas o espacios de recreo, por eso se pretende acabar con las especialidades del conocimiento y convertir el docente en un animador cultural, en un guía para que los alumnos “aprendan por su cuenta”. Esto, en la práctica, no funciona. La escuela está para enseñar, para formar, y no para que los alumnos se “diviertan” a base de descargas de dopamina, a menudo con la inestimable ayuda de las pantallas.

No puede ser que los docentes tengamos libertad de cátedra para enseñar lo que nos venga en gana (incluso para no enseñar nada de nada) y en cambio no tengamos libertad de cátedra para usar la metodología que más nos convenga teniendo en cuenta la materia, el tipo de alumnos y el talante del profesor.

En las etapas de Primaria, Secundaria y Bachillerato, creo que lo que hay que hacer es tener libros adecuados e impartir el temario de cada asignatura y respetar el Plan de cada curso y etapa. Libertad pedagógica (cómo enseñar), sí. O variantes en asignaturas que no van a la selectividad, también.

La libertad de cátedra no puede pasar por delante del derecho que tienen los alumnos a una educación de calidad. La libertad de cátedra no puede ser la excusa para que los alumnos terminen su enseñanza sin saber leer ni escribir correctamente.

Si la evaluación no es objetiva, entonces ya no hace falta evaluación. La razón de ser de la evaluación es, y ha sido siempre, su objetividad

Aunque no se puede hacer un diagnóstico del nuestro sistema educativo en su conjunto, ¿qué defectos principales detecta usted en nuestro modelo educativo en España?

–Hay más de uno, puesto que es un problema complejo. Puedo destacar cinco:

1) La falta de respeto, orden, autoridad, disciplina y laboriosidad. La falta de castigos (o la posibilidad de que los haya) acaba conduciendo a una situación de anomia e impunidad, y así no se puede enseñar ni se puede aprender. La autoridad del profesor tiene que venir dada, del mismo modo que a un policía se le reconoce la autoridad. La autoridad no es negociable, es uno de los requisitos del proceso educativo.

2) La ausencia de Pruebas Externas –cada dos años, por ejemplo– para asegurar que los alumnos no aprueben sus ciclos o etapas sin adquirir los conocimientos esenciales que determinan los Planes de Estudio.

3) Necesitamos un pacto educativo que otorgue estabilidad al sistema, al menos al sistema público, puesto que la escuela privada ya dispone de sus propios mecanismos para autorregularse. Este pacto educativo tendría que traducirse en una Ley aprobada con el máximo consenso político y redactada a partir de datos científicos y contrastados. Esta Ley tendría que estar pensada para durar muchos años, y no cambiarla con el siguiente cambio de gobierno.

4) Una educación deshumanizada fruto del modelo tecnocrático. La irrupción masiva de las pantallas en las aulas (la gamificación, por ejemplo), junto con el hecho de tratar al alumno como un cliente y no como un alumno, imposibilita el principal cometido de la escuela: transmitir el legado cultural, humanístico, científico y técnico de nuestra civilización. Actualmente, los alumnos son clientes de plataformas privadas como Google, regalando cada día todos sus datos a estas empresas. Esto es grave, porque estos dispositivos móviles están diseñados para generar adicción y no para aprender.

5) El papel de las familias. Las familias deben respetar la labor de los docentes y no poner en tela de juicio todo lo que viene de la escuela y afecta negativamente a sus hijos. Las familias tienen que entender que no es la escuela la que se debe adaptar al alumno sino el alumno que debe adaptarse a la escuela. Esto es muy importante. No tiene ningún sentido que un profesor con 30 alumnos se tenga que adaptar a todos y cada uno de ellos. Tiene que ser al revés. La escuela es un lugar de aprendizaje y socialización, no es el lugar para reforzar dinámicas narcisistas y/o emotivistas del alumnado.

¿Se puede revertir esta situación o ya es tarde?

–No, no es demasiado tarde, siempre se está a tiempo de mejorar las cosas. Es más sencillo de lo que parece. Pero falta valentía y lucidez para tomar medidas que vayan en esta línea:

1) Un currículum bien estructurado y secuenciado a partir de los conocimientos, de tal manera que los conocimientos se puedan deducir unos de otros y que todo tenga sentido para los estudiantes (y también para los docentes).

2) Evaluación externa periódica y sistemática (cada dos años). Si esto se hace bien, entonces la educación mejora rápidamente.

3) Apuesta por los libros de texto, que pasen unos controles de calidad rigurosos. Los docentes no tenemos que perder el tiempo generando nuestro propio material. Nuestra tarea es enseñar, atender al alumno.

4) Prohibición de los móviles y uso restringido de las pantallas. La idea de que los niños necesitan la escuela para dominar la tecnología es una falacia.

5) Soporte especial a los alumnos con más dificultades, pero dicho soporte no tiene que ser una falso soporte socioemocional (no digo que no sea importante, pero el aula ordinaria no es el lugar adecuado), sino soporte cognitivo para que los alumnos aprendan y puedan mejorar.

6) No es la institución educativa la que se tiene que adaptar al alumno, sino el alumno que se tiene que adaptar a la escuela. No tiene ningún sentido que el docente se tenga que adaptar a 30 alumnos. Tiene que ser al revés.

7) Disponer de un Colegio Profesional (como el que tienen abogados o médicos, por ejemplo) al que se pueda acudir para disponer de una orientación pedagógica fiable, basada en datos y estudios científicos, y no en metodologías no contrastadas. (En Cataluña existe el Colegio Oficial de Doctores y Licenciados, que en cierta manera tendría que asumir este rol. Pero dicho Colegio Oficial no está por la labor. En este sentido, no está ni se le espera).

Actualmente tenemos la LOMLOE, una ley partidista e ideologizada, como viene siendo tradición en España. Es totalmente necesario –no digo que sea suficiente, pero sí necesario– una Ley de Educación consensuada que brinde estabilidad al sistema. La ciencia avanza porque los científicos están de acuerdo en un paradigma y trabajan a partir de ese paradigma. Por paradigma entiéndase un marco de referencia común cuyas bases nadie cuestiona en su trabajo diario. En Educación, se requiere un paradigma o marco común de este tipo, aceptado por la mayoría, que se base en datos y evidencias científicas, que las hay.

Es de vital importancia que se haga un seguimiento de las consecuencias y resultados de la implementación de dicha ley. Es inaceptable que se aprueben leyes de Educación y nadie se preocupe de evaluar su impacto y recorrido.

En Cataluña existe un manifiesto en change.org para la mejora de la secundaria en el que se proponen 50 medidas concretas (faltaría otro que hablase de la enseñanza primaria). Está pensado para Cataluña y redactado en catalán, pero seguro que muchas de sus propuestas se podría hacer extensibles a todo el territorio estatal. Estoy de acuerdo con la mayoría de las propuestas, creo que van en la dirección correcta.

Necesitamos un pacto educativo que otorgue estabilidad al sistema, al menos al sistema público, puesto que la escuela privada ya dispone de sus propios mecanismos para autorregularse

¿Cree que el profesorado está desmotivado debido a las constantes injerencias del poder político –del signo que sea– en su tarea?

–Creo que a la inmensa mayoría de profesores les gustaría que, cuando se quiera plantear un cambio educativo, como mínimo se les consultase antes de tomar decisiones. En este país, nadie cuenta con la experiencia de los profesores, que son los que realmente saben qué pasa en las aulas.

Además, el profesorado es el blanco fácil a la hora de buscar culpables. Los docentes son el eslabón más débil en el engranaje educativo. Por delante del profesorado pasan los alumnos, las familias, la dirección del centro, la inspección, los pedagogos que no han pisado nunca un aula… Y con esto no estoy haciendo corporativismo, puesto que hay muchos docentes que no dan la talla. Es imposible que un docente transmita el gusto y la pasión por la lectura a sus alumnos si él mismo es incapaz de leer ni siquiera el periódico. Quizá con la instauración de pruebas externas a lo largo de la escolarización, estos docentes se pondrían las pilas.

La desmotivación también viene por una situación de anomia generalizada, de caos, de desorden. Bajo rendimiento académico (muy por debajo de las posibilidades de la mayoría del alumnado) sumado a un clima de indisciplina e impunidad, cosa que perjudica a todo el mundo: profesores, alumnos, familias…

Si me preguntasen: «¿Estás de acuerdo en que un severo castigo a tiempo puede evitar muchos problemas graves posteriores?», yo respondería que sí, aunque en la mayoría de los casos ni siquiera hace falta que el castigo sea severo. Lo que sin ninguna duda es necesario es que los alumnos vean y entiendan que sus malas acciones conllevan consecuencias. Es totalmente inadmisible la impunidad que hay ahora. La impunidad es deseducativa y es el caldo de cultivo para el acoso escolar y los malos comportamientos. Porque alumnos con comportamientos intolerables, los hay, aunque las autoridades políticas y educativas quieran mirar hacia otro lado. Estos alumnos son una inmensa minoría, alrededor de un 5%, pero imposibilitan el normal desarrollo de la actividad docente.

En ese aspecto, cabe destacar la propuesta del profesor canario Emilio de Fez Marrero. La resumo: de cada diez centros de Primaria y/o Secundaria, por ejemplo, se puede destinar uno a atender a este tipo de alumnado. Es importante remarcar que esta medida tiene que ser con carácter reversible, es decir, el alumnado disruptivo tiene que ir a esos centros de manera temporal, al menos hasta que aprendan las normas de convivencia básicas. En cuanto al profesorado, y al personal de seguridad que estos centros requerirían, serían, todos, voluntarios, seleccionados, incentivados y especializados. El profesor Emilio de Fez está seguro que la mayoría de los alumnos de esos centros cambiará de actitud en cuestión de días, porque además no tendrán alternativa. Recibirán estima, pero en el marco de un respeto, disciplina y laboriosidad inapelables.

Por lo que a las injerencias políticas se refiere, la educación debe venir antes de la política, precederla. La educación es el requisito previo y necesario para hablar después de opciones políticas. Una enseñanza pública eficaz es de interés general para las familias y personas de cualquier ideología y de cualquier país. El hecho de reclamar una educación de calidad no es de derechas ni de izquierdas, es una cuestión de derechos fundamentales.

Mi perspectiva es coincidente, en este asunto, con lo que dice la Constitución respecto al derecho a la educación, y coincide con el sentido común que impera en el funcionamiento educativo de los países que encabezan los informes PISA.

¿Que le parece la retirada de los móviles de nuestras aulas? ¿Servirá para algo?

–Me parece muy bien. También haría falta la reducción al mínimo de las pantallas. No digo que las nuevas tecnologías –y especialmente los móviles– no tengan algunas ventajas, pero a mi parecer son muchos más los inconvenientes que generan: distracción, ciberbullying, adicción, problemas oculares… Sinceramente, no veo qué aportan de relevante en el proceso educativo. Por eso me reafirmo en lo que ya he dicho en la tercera pregunta.

Ahora bien, para que la retirada de móviles sirva para algo, se tienen que adoptar otras medidas. Insisto en la evaluación externa. Pensar que la evaluación externa puede ser traumatizante para los alumnos es fruto del buenismo imperante, que tanto daño ha hecho en la educación. En todo caso, dichas evaluaciones externas o reválidas podrían ser “traumatizantes” para algunos docentes, pero solo al principio, puesto que los beneficios de la evaluación externa son mucho mayores que las contrapartidas. La contrapartida es lo que tenemos ahora, un sistema en el que los profesores no saben qué papel tienen que jugar en la educación. Además, la evaluación externa nos permitiría obtener datos fiables, eso es, una radiografía de cómo está el nivel del alumnado. Disponer de datos objetivos es crucial para poder detectar los problemas a tiempo y rectificar lo que no va bien.

Dicho esto, los detractores de las evaluaciones externas suelen decir que las reválidas son una cuestión franquista. Eso es totalmente falso, porque si bien es verdad que en el franquismo se mantuvieron las reválidas hasta la Ley General de Educación de 1970, dichas evaluaciones externas ya existían en la época de la Segunda República y desde mucho antes. Concretamente, se remontan al siglo XIX, con la «Ley Moyano» de 1857, que fue la primera en instaurar estas reválidas, cuya superación era una condición obligatoria para pasar de ciclo.

Cualquier sistema educativo serio dispone de evaluaciones externas. Una buena manera sería pruebas externas cada dos años: 2º, 4º y 6º de Primaria y 2º y 4º de la ESO.

En este país, nadie cuenta con la experiencia de los profesores, que son los que realmente saben qué pasa en las aulas

La situación parece ser especialmente mala en las aulas de Cataluña ¿a qué cree que se debe el bajo rendimiento de su modelo escolar?

–En Cataluña (como en el resto de comunidades autónomas), la Ley de Educación propia cuelga de Madrid, nos guste más o menos a los catalanes, si bien hay cierto margen de maniobra. El drama de Cataluña, a mi parecer, es que no ha usado este margen de maniobra para mejorar las cosas, sino todo lo contrario. Hemos actuado como alumnos aventajados de un modelo educativo fallido, basado en el buenismo, el discurso competencial vacío, los experimentos sin base científica y la digitalización acrítica.

Un ejemplo de buenismo: en Cataluña existen las aulas UEC (Unidad de Escolarización Compartida). Esto es un eufemismo para tratar con aquellos alumnos con comportamientos intolerables, alumnos que acosan, agreden, insultan… Este tipo de alumnado es un problema real. Son una minoría, claro está, pero existen. En vez de tratar el problema con seguridad y aplomo, se opta por una “solución” a medias tintas, de manera acomplejada y sin los recursos necesarios. Resultado: como las cosas no mejoran, entonces la culpa siempre es del profesorado.

Otro ejemplo, a mi parecer más dañino que el anterior: Cataluña es el único territorio del Estado español en el que existe el llamado “Decreto de plantillas”, que básicamente permite al director de un centro público (un director que no ha sido escogido por el Claustro) escoger a dedo buena parte de su plantilla y que muchas de estas plazas no salgan a concurso público (un profesor de Navarra o de Sevilla, por ejemplo, no puede optar a una plaza de este tipo en el concurso de traslados). Teóricamente, esto está hecho para que cada centro pueda diseñar su propio proyecto educativo, “autonomía de centro” lo llaman. En realidad, lo que ha acabado siento el “Decreto de plantillas” es una vergüenza: nepotismo, arbitrariedad e injusticias por doquier. Una especie de sistema feudal o cortijo educativo. Ni siquiera ha servido para obtener mejores resultados académicos, más bien todo lo contrario, puesto que los resultados académicos (véase PISA) caen en picado desde su implementación en el año 2012.

En este desastre también han tenido mucho que ver determinadas asociaciones y fundaciones que han actuado como lobbies educativos, aunque se presenten como asociaciones sin ánimo de lucro. Hablo de la Fundación Bofill y, en menor medida, la Asociació de Mestres Rosa Sensat, mal que les pese. Las relaciones entre la Fundació Bofill y el Departament d’Educació son complejas, para decirlo de un modo suave. Esta Fundación vive de subvenciones públicas y ha recibido muchísimo dinero los últimos 15 años. Además, existen las denominadas “puertas giratorias” entre esta Fundación y el Departament d’Educació. Estamos hablando de personas que cobran un mínimo de 80.000 euros al año. Hay mucha opacidad en todo este asunto. Sería muy conveniente que algún periodista lo investigase, cosa que de momento no se ha hecho. No me extrañaría que si se hiciera esta investigación, apareciera algún escándalo.

Resumiendo: en Cataluña, resulta que los supuestos expertos en educación, gurús de la innovación y la digitalización, gente que cobra tres veces más que un profesor, no han pisado nunca un aula. Resultado: en materia educativa estamos peor que en cualquier otro sitio de España. Somos una vergüenza, aunque me duela reconocerlo, puesto que soy un escritor, docente y ciudadano comprometido con la lengua y la cultura catalanas.

Dicho esto, también hay que tener en cuenta que Cataluña ha aumentado más de un 20% su población desde el año 2000. Este aumento de la población no ha ido respaldado por unas políticas de servicio público que estuvieran a la altura. El resultado ha sido que la educación, la sanidad, las infraestructuras… no dan abasto. Con esto no estoy culpando a la inmigración, ni mucho menos. Es un problema de pobreza, no de inmigración (también hay inmigrantes ricos). Uno de cada tres niños catalanes se encuentra en riesgo de pobreza o exclusión social. Esto es una aberración. Los inmigrantes son necesarios por diversos motivos, y merecen ser tratados con dignidad y respeto. El problema ha sido la falta de previsión y de inversión por parte de las personas que han tenido responsabilidades políticas. Este es un tema del cual se tendría que hablar, sin demagogia y sin buenismo. No hacerlo conlleva el auge de la ultraderecha, como ya se está viendo.   

¿Cómo cree que ha influido la política lingüística en estos malos resultados?

–No creo que tenga demasiado que ver, la verdad. Puedo aportar algunas reflexiones al respecto: si se trata de escolarizar a los alumnos en su lengua materna para mejorar resultados, entonces hay centros en Cataluña en los que se tendrían que atender a los alumnos en más de 20 lenguas distintas.

Es cierto que los alumnos catalanohablantes tienen menos fracaso educativo que los castellanohablantes, pero en muchos casos se debe a las condiciones económicas y sociales de las familias. Por un alumno que encuentras al finalizar la Secundaria que domina el catalán y no domina el castellano, te encuentras 100 que es exactamente al revés.

La inmersión lingüística en catalán está garantizada por ley, pero a la práctica muchas veces no se aplica, hace muchos años que eso es así. En Secundaria es muy descarado, en Primaria quizá se aplica más la inmersión.

En Cataluña (como en el resto de comunidades autónomas), la Ley de Educación propia cuelga de Madrid, nos guste más o menos a los catalanes, si bien hay cierto margen de maniobra. El drama de Cataluña, a mi parecer, es que no ha usado este margen de maniobra para mejorar las cosas, sino todo lo contrario

¿Qué opinión le merecen las directrices de la OCDE en PISA respecto a nuestro país?

–Son muchas las directrices y se tendrían que comentar una por una. En cualquier caso, estoy a favor de aquellas directrices que apuesten por un modelo educativo como el que se ha expuesto a lo largo de la entrevista. No estoy de acuerdo con aquellas directrices que consideran que el principal cometido de la educación tiene que ser formar a futuros trabajadores –una especie de tecnoproletariado, que es lo que tenemos hoy–. El sistema educativo está para formar ciudadanos con criterio y conocimientos, educados en los valores de la convivencia, el civismo, el respeto, la responsabilidad y el esfuerzo, entre otros. Son los valores de la Ilustración, que recogen el legado de nuestra tradición humanística, técnica y científica. Una educación subordinada al mercado nunca podrá cuajar con estos valores.

Qué conclusiones se puede extraer de su último libro Incompetencias básicas?

–El lector es soberano para sacar las conclusiones que considere oportunas. Con el libro, me propuse expresar mi malestar hacia un sistema educativo degradado, muy degradado, y hasta cierto punto perverso, puesto que se basa en una mentira. El libro sirve para que la gente (especialmente las familias) sepa cuál es la realidad que vivimos los docentes (o, al menos, los docentes que lo viven como yo, que no son pocos).

Las familias son, educativamente, emocionalmente, y en todos los sentidos, fundamentales, pero, aunque por diversas razones, fallen algunas familias, los que no pueden fallar nunca son los colegios ni los institutos.

La escuela está para dar y ofrecer al alumnado lo que muchas veces no puede ofrecer la familia. No puede ser que las familias tengan que contratar clases particulares para sus hijos porque la escuela ha abdicado de su deber de enseñar. Tampoco puede ser que unos padres, después de una jornada laboral agotadora, tengan que enseñar matemáticas, lengua o geografía a sus hijos porque en la escuela no aprenden.

Esto está pasando actualmente, y la cosa irá a más si no se aborda el problema. Creo firmemente que, para arreglar un problema (y la situación educativa actual es un problema, y grave), primero hay que aceptar que tenemos un problema. La publicación de mi libro puede servir, pues, para aceptar que tenemos dicho problema y no mirar hacia otro lado.

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