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Eva Bach: "Si alguna pedagogía o educación emocional perjudica al saber, ni es pedagogía ni es educación"

Pedagoga, maestra, conferenciante y formadora, Eva Bach acaba de publicar 'Disparates emocionales ¡Basta Ya!'
Saray MarquésMartes, 25 de marzo de 2025
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Eva Bach acaba de presentar 'Disparates emocionales ¡Basta Ya!' (Plataforma Editorial). © J. A. SARTORIO

Eva Bach nos visita en nuestro estudio de MAGISTERIO en plena promoción de su última obra, Disparates emocionales ¡Basta ya! Siempre es un placer charlar con ella.

 

En su libro asegura que la transmisión de lo emocional no es una opción. 
–Por supuesto, porque aunque no hagamos educación emocional intencionada, formal, sistemática, consciente, estructurada, curricular, por decirlo así, estamos siempre transmitiendo una información, una vibración, una connotación emocional que va implícita en nuestras palabras, en nuestros actos, en nuestras conductas, incluso en nuestros gestos y posturas y, por supuesto, en nuestras actitudes y formas de relacionarnos y comunicarnos.

Lo emocional está hoy en la cresta de la ola.
–Hemos pasado del auge al caos. De hecho, empiezo el libro así: las emociones, del auge al caos, porque realmente ahora hay un abuso y un mal uso del término «emocional», pero a pesar de que hablamos tanto de ello las emociones siguen siendo unas grandes desconocidas. Y esto es preocupante porque son vitales, es una dimensión esencial de la persona. Por tanto, si tenemos confusión ahí, puede ir en detrimento de esa salud, de ese equilibrio, de esa madurez y bienestar tan esencial.

¿Hemos pasado de meter lo emocional debajo de la alfombra al Todo vale? 
–Sí, de «No  escuches las emociones, son peligrosas» a «Haz todo lo que te digan tus emociones y no hagas nada que vaya en contra de de tu sentir». De ocultarlas a  expresarlas todas, sin ningún tipo de cortapisa. Esto es una barbaridad, porque a veces tenemos que hacer lo contrario de lo que nos dicen nuestras emociones, sobre todo cuando están en peligro los valores esenciales, o cuando podemos herir a otras personas. A veces tenemos que disimularlas precisamente para protegernos o para proteger a esas personas de nuestro entorno. Por tanto, cuidado, porque hay que matizar mucho, es muy complejo. Lo estamos simplificando hasta un punto que nos perjudica.

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A veces tenemos que hacer lo contrario de lo que nos dicen nuestras emociones, sobre todo cuando están en peligro los valores esenciales

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Quienes lo simplifican son los llamados charlatanes emocionales, esos que nos dicen que no es una crisis, que es una ventana de oportunidad.
–Claro, díselo a un niño o una niña a quien estén echando de su casa, por ejemplo. O a alguien a quien le acaban de detectar una enfermedad grave. Es muy cruel, y hay que ser muy prudentes, delicados y considerados con todas estas cuestiones. También se nos dice que si sonreímos y nos decimos mensajes positivos todo el día puede salir todo bien y vamos a estar de maravilla… En fin. O, por ejemplo, que la emoción se puede cambiar cambiando el pensamiento, cuando cuántas veces tenemos sentimientos que no querríamos tener, emociones que no queremos tener, y sin embargo cuesta muchísimo cambiarlos, por más que nuestro pensamiento intente convencernos de que deberíamos sentir otra cosa. En el libro expongo hasta una treintena de malentendidos y confusiones.

Y también malas prácticas.
–Sí, 12 formas de transmisión emocional que no son sanas. Entre ellas, la que intenta crear a través del movimiento libre y del abrazo esa neuroquímica cerebral positiva. Está claro que eso es bueno y hace falta, pero hay que llevar mucho cuidado, no puedes obligar a la gente abrazarse ni podemos estar abrazándonos todo el tiempo ni eso nos va a solucionar cualquier malestar emocional. Un abrazo, cantar, reír o saltar no va a curar una depresión, un malestar existencial o una soledad interior profunda. Tenemos que llevar cuidado con esos impactos, que son buenos a nivel cerebral, que son muy vistosos y muy intensos, pero muy efímeros si no hay una continuidad, si no hay otra forma de intervención constante, personalizada, con mayor profundidad.

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Un abrazo, cantar, reír o saltar no va a curar una depresión, un malestar existencial o una soledad interior profunda

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Es como ir de subidón emocional en subidón emocional, pero en medio de ellos está el vacío.
–Realmente si en lugar de hacer poquitas cosas más personalizadas, más en profundidad, más matizadas, hacemos muchas cosas de mucho impacto, muy vistosas y llamativas, como esto produce estos impactos efímeros, vamos a necesitarlo constantemente. Con lo cual, en nombre de la salud emocional o del equilibrio emocional, vamos a estar en una huida constante de todo aquello que es ingrato, de todo aquello que late por dentro y que no es para saltar, cantar y bailar. Y por tanto vamos a hacer una educación emocional que en muchas ocasiones va a contravenir el sentir y la estructura intrapsíquica de la persona, donde va a haber cosas que van a quedar tapadas y que van a acabar saliendo de alguna forma, seguramente.

Para usted no hay «emociones negativas».
–Prefiero llamarlas difíciles, perturbadoras, complejas, desagradables… Llamarlas negativas hace que queramos huir de ellas todo el tiempo. Y a veces ante la emoción ingrata hay que pararse, hay que escucharla, hay que estar un tiempo con ellas, hay que interpelarnos a través de ellas e interpretarlas para ver qué nos están diciendo, qué necesidades vitales puede haber detrás que no estén satisfechas, qué patrones que a lo mejor no nos resulten funcionales de relación, de comunicación, de vida. Detrás de esa emoción que llamamos negativa puede haber un crecimiento, una comprensión, un conocimiento de uno mismo, una humanización. Es una oportunidad de reconocer nuestra vulnerabilidad, nuestras sombras, nuestras heridas. Por eso se suele decir que lo que es negativo no es la emoción, no es lo que sentimos, sino lo que hacemos con lo que sentimos.

El hecho de considerarlas negativas nos puede llevar a querer anestesiarnos.
–Sí, es una de esas formas de transmisión también, la que quiere adormecer todas aquellas emociones que pueden ser perturbadoras, que nos pueden incomodar. Y también está la forma de transmisión antiemocional, que parece que acoge las emociones, pero en el fondo es antiemocional, porque intenta cambiar rápidamente con pensamientos, con lo que sea, con saltos, cualquier emoción que sea desagradable.

Cuando te dicen ante la rabia, calma; ante la tristeza, alegría; ante el miedo, relájate, está muy bien, porque es cierto que para transformar una emoción necesitamos generar otro tipo de sentimiento que vaya en una línea distinta, que tenga un trasfondo de ver lo que no vemos en primera instancia. Pero, claro, eso no es automático, uno no cambia la rabia por calma, por gratitud, en un momento. Muchas veces se requiere un proceso, un tiempo y una serie de preguntas y de comprensiones que tenemos que hacer.

La IA no le da miedo. 
–A mí me inquieta mucho más nuestra falta de inteligencia emocional que la inteligencia artificial que tanto nos inquieta. La artificial se puede resolver bien con otra IA, que es la inteligencia afectiva.

¿Hay en las empresas y centros educativos mucho emotional washing?
–Sí, son muchos años y tengo una especie de sensor que me ayuda a identificar todo esto, el lavado de cara emocional para que parezca que nos preocupamos por el bienestar emocional de las personas. Muchas veces detrás hay intenciones encubiertas de aumentar el rendimiento, de competitividad, incluso de extraer información confidencial. Otras no hay mala fe, pero sí un malentendido de que con un curso, con unas horas, con una conferencia… «Uy, nosotros en emociones estamos muy concienciados, hicimos una vez un curso».

Los centros escolares no son el lugar para la psicoterapia.
–De esto se quejan los y las docentes. Y con toda razón, porque con la entrada del tema emocional en la educación parece como que tienen que ser terapeutas, y no tienen que serlo, pero sí tienen que cuidar su salud emocional, porque repercute en la de los niños y jóvenes, y, por otra parte, tienen que saber ver su influencia emocional en estos niños y jóvenes: ¿les estoy transmitiendo sobre sí mismos desconfianza, heridas o les estoy empoderando? ¿Les ayudo a tener esperanza o les estoy encaminando al desaliento? Todo esto tengo que preguntármelo como docente y observar qué me están transmitiendo emocionalmente mis alumnos y alumnas.

Como pedagoga con muchos años de ejercicio, ¿qué opina de la reciente ola de antipedagogismo? 
–Hay quien achaca los problemas de bajo rendimiento, pruebas PISA, malos resultados, etcétera, al pedagogismo, se dice, y también a que ahora solo nos preocupan las emociones del alumnado. Yo lo tengo muy claro, si hay alguna pedagogía o alguna educación emocional que perjudica el saber, que perjudica al conocimiento, que perjudica los valores esenciales de la vida y del aprendizaje, que va en contra de una implicación en la mejora propia, en la mejora del entorno, ni es pedagogía, ni es educación, ni educativa, ni tampoco es emocionalmente sana. Son malos usos, malas prácticas pedagógicas y emocionales. Porque la pedagogía, la educación emocional, tiene que estar siempre al servicio de los fines inmanentes y trascendentes de la educación, es decir, que la persona se construya a sí misma, que sea fecunda, que dé fruto, para luego esto poderlo poner al servicio del entorno y de un buen futuro, tanto personal como colectivo. Si hay algo que va en contra o en detrimento de esto, está totalmente desenfocado. Y esto es un poco lo que señalo en el libro, e intento contribuir a a mejorar, en el sentido de que no me dedico a criticar lo que está desencaminado, las malas prácticas, sino que luego le doy la vuelta y también formulo lo que sería lo correcto en este caso o lo deseable.

Y habla de resiliencia, un término que dice que a veces no entendemos del todo bien.
–Se pone mucho la metáfora del huevo, la zanahoria y el café con la resiliencia, comparando qué les ocurre a estos tres elementos cuando sufren una fuerte presión, como es estar dentro de una olla de agua hirviendo. El huevo se endurece, si lo hierves más de la cuenta explota, la zanahoria se ablanda y puede deshacerse y en cambio el café deja ir su aroma, su sustancia, su esencia, tiñe el agua, la transforma. Se nos dice que tenemos que ser café. Sí, es cierto, ojalá las cosas, las presiones y las circunstancias adversas de nuestra vida nos lleven a humanizarnos y a sacar nuestra mejor esencia y potencial. Pero, claro, no nos engañemos, esto no es siempre así, ni es de buenas a primeras o de entrada. Requiere un proceso. Vamos a tener que pasar por momentos zanahoria en nuestra vida y por momentos huevo. Siempre teniendo en mente el café. Pero si no tenemos en cuenta esta vulnerabilidad que representa la zanahoria y esta coraza que a veces tenemos que ponernos para seguir adelante, que es el huevo, vamos a hacer café absolutamente descafeinado o aguachirri.

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Comentarios

  1. José María
    25 de marzo de 2025 18:07

    Excelente entrevista. Por fin, alguien habla de las emociones sin caer en el emotivismo…