La puerta del destino
Imaginarse por lo que tuvo que pasar Belén Cortés, la joven educadora asesinada hace escasos días en Extremadura, antes de la muerte no es tarea fácil, y todo por una maldita puerta, el umbral por el que habrían de escapar sus homicidas en busca de una libertad que, en realidad, sólo los llevará a una segura condena. La cuidadora del piso tutelado de Badajoz, particular mártir de la desidia de la administración, guardaba una puerta y, consiguientemente, una llave que se convirtieron en el principal móvil para propiciar una tortura que llegó a su fin con el vil estrangulamiento de la mujer. Confieso que me recordó las palabras de Franz Kafka, depositadas en una de las historias (“Ante la ley”) contenidas en Un médico rural, aquellas en la que se expresaba así: “Nadie más podría entrar por aquí, porque esta puerta sólo estaba destinada a ti”. La execrable pérdida de la tutora de los chicos con medidas judiciales apunta a muchas responsabilidades. Si la víctima volviera a la vida, acaso por un breve instante, y tomara la palabra, seguramente, lo haría para denunciar una serie de hechos. Lo que sigue sería la hipotética transcripción de ese pliego de cargos.
Acuso a la administración autónoma de Extremadura de dejarme en la completa soledad frente al peligro, el que proviene de unos adolescentes sin control, obedientes únicamente al imperio de sus deseos. En su momento, hicieron oídos sordos a mis quejas sobre el comportamiento de unos chicos que rozaban la delincuencia casi a diario. Que no busquen mi perdón, porque jamás lo encontrarán. Yo acuso a unos políticos que, por más señales que se les dan para cambiar la funesta Ley del Menor, hacen caso omiso. Si estos presuntos asesinos hubieran permanecido bajo custodia en un centro de régimen cerrado, hoy no escribiría estas líneas. Acuso a una sociedad que mira para otro lado, si es que mira, cuando se habla de niños que cometen delitos graves, tanto que se hace necesario una reflexión profunda acerca de qué hacer con ellos, pero no sólo en el plano educativo, sino especialmente en el penal. La impunidad no es una opción. La dignidad de la víctima no atiende a edades como tampoco lo debería la deseable reparación moral. Ya va siendo urgente redefinir el marco jurídico en el que se mueven los niños homicidas.
Acuso a unos jueces que dictan igual sentencia en un hurto que en una muerte si el protagonista es un menor de edad. El principio de proporcionalidad de la pena se trunca o desaparece cuando el delincuente no alcanza unos determinados años. Se piensa que un niño no mata y, si lo hace, es porque probablemente esté enfermo, antes que plantearnos la idea de un acto premeditado, libremente ejecutado y con un fin evidentemente doloso. Acuso a un sistema educativo que no enseña valores ni los premia o reconoce, sino que practica el disimulo frente a las conductas conflictivas o predelictivas de muchos alumnos, más de los que se cree. La corrección parece proscrita de la enseñanza.
Yo acuso a un par de chicos de mi muerte, sin paliativos ni falsas justificaciones, porque fueron ellos y no las circunstancias los que me desgarraron el cuello. Nadie vino en mi ayuda y me mortificaron de la manera más cruel. Antes de concluir, sólo espero que mi pérdida no quede en la impunidad ni mi memoria caiga en el olvido. Así es cómo cerraré, por fin, la puerta de un destino que dos desalmados dejaron entreabierta.