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Adiós a las bebidas azucaradas y la bollería industrial en los centros: ¿Prohibir es la solución?

La reciente medida del Ministerio de Consumo reabre el debate sobre la alimentación en los centros. Un análisis de cientos de menús escolares demuestra que prohibir no basta.
Alba BartoloméJueves, 10 de abril de 2025
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Según Luis Cañada, "comer bien no debería ser un castigo ni una obligación, sino algo que tiene sentido para todos". © PRZEMEK KLOS

“La prohibición puede tener un efecto inmediato, pero sin un plan de concienciación real en colegios y familias, será insuficiente”, dice Luis Cañada, fundador de FITstore.es, cuando es preguntado por la decisión del Ministerio de Consumo de prohibir la venta de bebidas azucaradas, energéticas y bollería industrial en colegios e institutos para combatir la obesidad infantil, que afecta al 40% de los niños en España, según la OMS.

La empresa FITstore.es, especializada en alimentación saludable y nutrición deportiva, ha realizado un estudio en el que ha analizado más de 300 menús escolares de toda España, que ha revelado datos preocupantes sobre la alimentación en los centros escolares: el 21,4% de los colegios no ofrece las tres raciones semanales de verduras recomendadas por la OMS y el 10,1% no incluye al menos cuatro raciones de fruta a la semana.

Hablamos con Luis Cañada para entender qué hay detrás de esta nueva medida del Ministerio de Consumo y qué otro tipo de medidas se pueden tomar para revertir los datos de obesidad infantil en España.

 La nueva normativa establece que los productos disponibles en centros educativos deben cumplir con límites estrictos en cuanto a azúcares y calorías. ¿Qué impacto real puede tener esta medida en la alimentación infantil?
–Puede ser una solución a corto plazo, pero un parche a largo. Prohibir casi nunca es la solución y, pese a que puede surgir efecto como terapia de choque, sin una educación nutricional que fomente esos hábitos saludables no se conseguirán grandes resultados, pues fuera del centro seguirán teniendo acceso a ese tipo de productos. Lo que hay que buscar son soluciones reales y no parches temporales.

¿Cuáles serían esas soluciones reales que menciona?
–La clave siempre está en la educación nutricional diaria, no solo en limitar el acceso. Además, no podemos ignorar la presión constante de la publicidad y las redes sociales, que siguen promoviendo este tipo de productos como si fueran elecciones normales o incluso saludables. Sin actuar también sobre esos entornos, el impacto será limitado.

El estudio pone de manifiesto importantes deficiencias en la oferta alimentaria de los colegios, ¿cuáles han sido los principales hallazgos?
–Uno de los hallazgos más preocupantes fue la falta de homogeneidad en los menús y la escasa información sobre aspectos clave como el tipo de pan, los alérgenos o el aceite utilizado en la elaboración. También detectamos que muchos menús no especifican si se cumplen las recomendaciones mínimas de verduras, frutas por la OMS o si se alternan versiones integrales, lo que dificulta una valoración real. Además, en muchas ocasiones se mezclan datos de menús, máquinas expendedoras y cafeterías sin diferenciar claramente su origen, lo que puede distorsionar las conclusiones.

¿Podría poner un ejemplo?
–Hay colegios que sirven solo agua en los menús, pero tienen máquinas con bebidas azucaradas, por ejemplo. Falta transparencia y contexto. No se puede evaluar la alimentación escolar solo con porcentajes si no sabemos qué hay detrás de cada dato.

Existe falta de transparencia…
–Sí, falta transparencia y sin información clara, es difícil mejorar lo que comen los niños en el colegio. Los informes oficiales dan una idea general, pero no siempre se ajustan a lo que realmente pasa en los colegios. En nuestro estudio vimos diferencias claras: menús que cumplen en teoría, pero que en la práctica no ofrecen la cantidad o calidad esperada. También hay poca claridad sobre cómo se recogen los datos. No se explica bien qué consideran una ración o cómo controlan lo que realmente se sirve.

Más allá de la prohibición de ciertos productos, ¿qué medidas considera necesarias para garantizar una oferta alimentaria saludable en los centros educativos?
–No es solo prohibir, sino también construir. Para garantizar una alimentación saludable en los colegios hace falta un enfoque integral: Primero, establecer criterios claros y homogéneos para todos los menús, sin dejar margen a interpretaciones. Qué es una ración de verdura, qué tipo de pan se debe ofrecer, qué aceite se usa… Todo debería estar regulado y supervisado. Segundo, más formación y educación nutricional tanto para el alumnado como para el personal del centro. Comer bien no es solo cuestión de opciones, sino de entender por qué. Y tercero, control real. Revisar los menús está bien, pero también hay que comprobar lo que realmente se sirve, lo que se come y lo que se tira. Sin implicar a las familias, sin revisar lo que pasa en cafeterías o máquinas, y sin mirar más allá del papel, no habrá cambios duraderos.

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Comer bien no es solo cuestión de opciones, sino de entender por qué

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¿Perciben una voluntad real de mejorar la calidad de los menús?
–La voluntad de mejora existe en algunos casos, pero en muchos otros pesa más la comodidad, el coste o la falta de supervisión real. No es nada nuevo que una misma empresa de catering ofrezca menús muy distintos en colegios públicos y privados. Eso deja claro que no es una cuestión de capacidad, sino de exigencia: si se pide más, se puede ofrecer más.

¿Existen barreras económicas y logísticas que dificultan el cambio?
–Por supuesto, pero muchas veces el problema es que no se prioriza la alimentación como parte clave del desarrollo infantil. Mientras no se controle ni se valore lo que se sirve, será difícil ver mejoras reales.

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Mientras no se controle ni se valore lo que se sirve, será difícil ver mejoras reales

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Comentaba el papel clave de las familias, ¿cree que deberían tener más voz en la planificación de los menús escolares?
–Sí, las familias deberían tener más voz, pero no desde la exigencia ni culpabilizándolas. Muchas veces partimos de la idea de que tienen la información, cuando en realidad han crecido en un contexto distinto, con mensajes muy diferentes sobre lo que es “comer bien”.

En un entorno lleno de marketing, donde hasta los productos ultraprocesados vienen etiquetados como saludables, es fácil confundirse. Un padre o madre sin formación específica puede pensar que está eligiendo bien para su hijo porque se guía, por ejemplo, por el Nutriscore, cuando sabemos que ese sistema no garantiza una alimentación adecuada. Por eso, más que exigir, hay que acompañar. Porque si ellas no tienen claridad, es difícil que puedan ser parte real del cambio.

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Un padre o madre sin formación específica puede pensar que está eligiendo bien para su hijo

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Si tuviera que hacer una recomendación a la comunidad educativa sobre cómo mejorar la alimentación infantil, ¿cuál sería?
–Es una tarea difícil, y no se arregla solo con prohibiciones. Muchas veces se recurre a lo rápido: quitar productos de las máquinas o limitar lo que se puede comprar. Pero eso no siempre funciona, y a ciertas edades puede incluso generar el efecto contrario.

Si un crío quiere una bebida energética y no puede comprarla en el cole, se la traerá de casa. El problema no desaparece, solo cambia de forma. Por eso, más que prohibir, hay que enseñar. Explicar por qué unas opciones son mejores que otras, y que eso se vea también en lo que se ofrece en el colegio. Comer bien no debería ser un castigo ni una obligación, sino algo que tiene sentido para todos.

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Si un crío quiere una bebida energética y no puede comprarla en el cole, se la traerá de casa

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