Ana Asensio ('La niña de la cabra'): “Estamos tan asediados por la tecnología que es casi imposible proteger a tu hijo”
¿Cuánto hay de autobiográfico, es decir de la vida de Ana Asensio en La niña de la cabra?
–La esencia de Elena es la esencia de Ana de pequeña. Una niña que a los 8 años se empezaba a preguntar cuestiones existenciales, como la muerte, Dios, el más allá. Eso es lo más autobiográfico. Y la otra parte que en que me he nutrido de mi experiencia es que yo crecí en un barrio obrero de las afueras de Madrid. Y allí, bueno, venían los gitanos con la cabra y yo los veía desde mi ventana. Todo lo demás es una construcción ficticia.
¿Qué es lo que quieres transmitir con tu película? Porque lo que se percibe es que la niña abre los ojos al mundo, digamos, y lo va mezclando todo…
–Exactamente. Quería mostrar cómo piensa y ve el mundo un niño. Desde lo sensorial, desde la realidad puramente de las dimensiones, cómo las cosas se ven diferentes y se perciben diferentes. Por eso hemos utilizado la cámara buscando esas perspectivas de la mirada de la niña, literalmente. O sea, quería mostrar ese mundo desde lo sensorial hasta lo psicológico. Los niños a veces no están tan seguro de si algo es verdad, de si algo es real o es de su imaginación. Porque creo que en la infancia, hasta cierta edad, se mezcla la imaginación y la realidad. De ahí que los niños tengan tantos miedos. Todo se lo creen, piensan que las cosas están pasando realmente. Los monstruos y todo eso. A lo mejor durante el día no piensan tanto en ellos, pero por la noche los monstruos vienen a la habitación y están por ahí. Hasta cierta edad es así.
Al hilo de lo que dices, los padres tienen otros miedos. ¿Piensas que hacen bien los padres de la película prohibiéndole a la niña ciertas amistades?
–Como creadora de la historia, prefiero no dar opiniones. Pero lo que he querido plasmar es cómo la intolerancia de los adultos se transmite a los niños que están empezando a crear sus propios valores. Y que ellos a lo mejor no ven las diferencias. Se guían por un instinto de atracción hacia otros porque ven algo, sienten algo especial entre ellos. Y creo que somos los adultos los que apuntamos las diferencias y empezamos a marcar a nuestros hijos desde demasiado pequeños.
Una amistad a los 10 años ¿puede durar para toda la vida?
–A veces sí, a veces no. Yo, por ejemplo, tengo una amiga desde los 8 años. Y sigue siendo mi amiga del alma, a nuestra edad. Pero de las demás, no sé nada, no las he vuelto a ver, ni me acuerdo de ellas.
Lo que he querido plasmar es cómo la intolerancia de los adultos se transmite a los niños que están empezando a crear sus propios valores
Mi percepción de la película es que da una visión de los 80, no diría triste, pero sí un poco plana, un poco opresiva.
–Es lo que recuerdo. Recuerdo que la televisión transmitía noticias que a mí me agobiaban. Ahora seleccionamos qué ven los niños. De hecho, hasta tienen su propia pantalla. Pero antes el mundo de los adultos estaba mezclado con el de los niños. Y esas noticias de la televisión las estaban escuchando los padres, pero también los niños. Yo me acuerdo que a mí me agobiaba muchísimo el tema de ETA. También me agobiaba muchísimo, aunque no lo he sacado en la película, que sacaran siempre los niños de Etiopía muertos de hambre a la hora del mediodía. Yo me tenía que acabar las lentejas, y ¿cómo no te vas a acabar las lentejas si estás viendo a esos niños con esas tripitas?
En mi infancia, temblaba con las pesadillas de por la noche, las películas que se ponían en la tele, los ruidos del vecino de arriba. Las vidas se filtraban en esos apartamentos y yo era sensible a estas cosas. Y luego estaba la religión, la iglesia, el Cristo crucificado. Es que una imagen muy fuerte, pero que la normalizábamos de pequeños. Pero es una imagen fuerte ver a un Cristo. Yo me acuerdo que mi catequista era un señor con el pelo teñido muy negro. Es decir, ahora entiendo que se lo teñía, pero entonces pensaba que tenía 100 años y el pelo tan negro, tan negro… Y la sotana siempre tan impoluta, y ese olor a colonia… Los olores no los he podido transmitir. Y las habitaciones con ese papel que absorbía toda la luz de las casas. En fin, que para mí, sí, pienso que viví una infancia que tenía un punto de opresión.
También se percibe en la película una gran distancia entre padres e hijos. ¿Piensas que algo ha cambiado ahora?
–Creo que ahora tenemos más conciencia de que los niños son sensibles a cierta información. Sobre todo cuando son muy pequeños. Pienso que estamos muy centrados en que la primera etapa de la infancia estén muy protegidos. Y creo que a cierta edad les echamos a los perros con los teléfonos móviles. Por un lado tenemos más conciencia y por otro lado estamos tan asediados por la tecnología que es casi imposible proteger a tu hijo de ciertas cosas que están ahí. Somos conscientes. Sufrimos mucho más que los padres de entonces.
Los padres de antes estaban más en las cosas su vida, en sus preocupaciones, sus trabajos. No había tanta conciencia de cómo el niño se sentía. Ahora nos preocupamos mucho de cómo se siente. ¿Lo hacemos mejor o peor? Pues no lo sé. Al menos somos conscientes. Pero creo también que la sociedad asedia tanto con ciertas cosas que a veces no encuentras la manera de proteger a tu hijo. En concreto, yo lo siento con mi hijo de 9 años. Hay una invasión social de que todos tienen que ver ciertos videojuegos y, si no, excluyen al niño.
Háblame un poquito de la actriz protagonista…
–Su madre vio el anuncio, hizo una grabación y luego ya vino al casting presencial. Y bueno, solo su mirada, cómo ella recibe la información, la procesa, la entiende y reacciona, es impresionante. Tiene una inteligencia emocional que es superior a la de muchos adultos. Eso por un lado y, por otro lado, haciéndole algunas preguntas vi claro que ella era Elena, pero en la profundidad de su esencia. Cuando le pregunté si había hecho la comunión, dijo que no, que todavía tenía 7 añitos. Le pregunté, pero ¿tú la quieres hacer? Dijo que sí. ¿Y por qué?, le pregunté. Porque quiero probar la Hostia, me contestó. Ninguna otra niña de las 300 a las que pregunté había respondido eso. Todas contestaron que por el vestido, por la fiesta, porque es un día especial. Ninguna se estaba planteando qué significa eso a un nivel más espiritual, ¿no? Y ella sí, con siete años. Para mí eso fue clave.
Y el modo de narrar, ¿les dejaste algo de improvisación?
–Casi el 90% estaba escrito. Lo que sí que hicieron es decirlo a su modo. Y teníamos que evitar que se deslizaran expresiones de nuestros días, que se revelara que antes no decíamos ciertas palabras. Alguna cosilla improvisada surgió, no demasiadas por desgracia, porque el rodaje fue muy apretado, pero alguna escena surgió espontánea de ellas y gracias a Dios la pudimos capturar en cámara. De hecho, para mí los momentos más brillantes son los que han salido así, pasajes que ni siquiera eran hablados, con gestos de ellas, con acciones que aparecieron solas y ojalá hubiera habido mucho más de eso, pero no pudo ser.
¿Cuáles son tus próximos proyectos?
–Ahora estoy escribiendo otro guión para el que espero que sea mi tercer largometraje. Y también trabajo con el desarrollo de una serie que no sé si se llegará o no a puerto. Y como actriz estoy rodando otra vez después de muchos años. Es un papel en una serie española para Netflix.
