Cinco recetas de Google para rendirse ante la distracción
En Think with Google se ofrecen cinco consejos para triunfar en YouTube en tiempos de atención fragmentada. Pero al leerlos, uno no puede evitar preguntarse si no estamos confundiendo combatir un problema con rendirse a él. Porque lo que se plantea no es una solución, sino una adaptación resignada a la distracción generalizada. En lugar de educar para prestar atención, preferimos fabricar contenidos que no la exijan.
Veamos uno por uno estos cinco consejos y por qué, tal vez, habría que empezar a pensar justo lo contrario.
1. Céntrate en el valor.
¿Y quién puede estar en contra del valor? Nadie. El problema es cómo lo define Google: valor como utilidad, como practicidad inmediata. Es decir, contenidos que “sirvan para algo”, que tengan una aplicación directa, visible y rápida. El conocimiento se convierte así en producto y el aprendizaje en resultado. Lo que no se puede monetizar o aplicar al instante, no merece atención. Pero la educación no vive solo de lo útil. También necesita de lo inútil en apariencia: de lo contemplativo, lo gratuito, lo que no se mide por resultados sino por profundidad.
2. Apuesta por la brevedad.
Se nos informa de que la capacidad de atención ha pasado de 75 segundos en 2012 a 47 segundos ahora. ¿La propuesta? Contar más cosas en menos tiempo. Aceptar que ya no se puede esperar más del espectador. Pero, ¿y si justo por eso hay que hacer lo contrario? ¿Y si hay que enseñar a esperar, a sostener la atención, a recuperar el relato largo y la paciencia intelectual? Educar no puede significar asumir las carencias, sino trabajar para superarlas.
3. Fomenta la interactividad.
Aquí se celebra que el espectador participe, que interactúe, que intervenga. Suena democrático, incluso pedagógico. Pero también puede ser el síntoma de una dificultad creciente: la de simplemente escuchar. No interrumpir. No reaccionar. No opinar en tiempo real. Solo escuchar, procesar, comprender. ¿Cuántos alumnos (y adultos) pueden ya hacerlo durante más de cinco minutos seguidos? Quizás antes de fomentar la respuesta inmediata habría que volver a enseñar la escucha paciente.
4. Usa mensajes visuales.
Se dice que el 65 % de lo visual se recuerda frente al 10 % de lo escrito. Y con ese dato, se promueve el reinado absoluto de la imagen. Pero la imagen, por sí sola, no estructura el pensamiento. No lo ordena. No obliga a hilar ideas, a matizar, a distinguir. Si la lectura pierde terreno frente al vídeo, no es solo una cuestión de formato: es una renuncia a la complejidad. Luego nos escandalizamos de que los jóvenes escriban mal, lean poco o no comprendan un texto.
5. Personaliza el contenido.
Y, finalmente, el triunfo del algoritmo: que cada cual reciba solo aquello que le interesa. La idea es seductora. Pero también inquietante. Porque si solo veo lo que me gusta, si solo leo lo que ya pienso, ¿cuándo me voy a encontrar con lo distinto, con lo que me cuestiona, con lo que me incomoda? El pensamiento crítico nace del contraste, no del refuerzo.
En definitiva, no estamos hablando de estrategias para combatir la crisis de atención. Estamos hablando de estrategias para convivir con ella. Para asumirla, para normalizarla. Y eso, sinceramente, no es combatir un problema. Es dejar de creer que se puede resolver, colocarse detrás de la tendencia, no delante. Es claudicar. Y si la educación tiene aún alguna misión en este mundo ruidoso y acelerado, es precisamente no claudicar.