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La sociedad que vive "como si Dios existiera" hace compatibles laicidad, paz y libertad

En 'El sentido del cristianismo', Rafael Domingo Oslé asegura que una sociedad que vive "como si Dios existiera" logra una laicidad con libertad y paz social. Un modelo al que contribuye la clase de Religión.
Santiago MataMartes, 22 de abril de 2025
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Rafael Domingo Oslé es el autor de 'El sentido del cristianismo' (Esfera de los Libros).

La propuesta de Domingo en pro de una sociedad que viva una laicidad respetuosa con la religión, confluye con la del papa Francisco en su bendición del Domingo de Pascua: «Allí donde no hay libertad religiosa o libertad de pensamiento y de palabra, ni respeto de las opiniones ajenas, la paz no es posible».

Papa Francisco: "

Allí donde no hay libertad religiosa o libertad de pensamiento y de palabra, ni respeto de las opiniones ajenas, la paz no es posible

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Catedrático de Derecho romano, Rafael Domingo Oslé (Logroño, 1963) trabajó de 2011 a 2023 en el programa sobre cristianismo y derecho del Centro de Estudios sobre Ley y Religión de la Universidad Emory en Atlanta (Estados Unidos). Fruto de esos estudios, pero también del reto que le planteó en su despedida un magnate neoyorkino para el cual la religión parecía condenada a la irrelevancia, es El sentido del cristianismo (Esfera de los Libros, 296 páginas, desde 18,90 euros), donde expone su visión sobre las ventajas de una sociedad que valora la religión y, por tanto, su enseñanza. Le pedimos precisamente que valore esta conexión.

laicidad

¿Qué ventajas tiene para una sociedad y un sistema educativo que exista una asignatura como la de Religión católica?
–Occidente no puede entenderse sin el cristianismo, así como tampoco sin la filosofía griega y el Derecho romano. La Iglesia Católica ha sido fundamental en la vida social, política y cultural de Europa durante siglos. Ignorar esta realidad es desconocer la esencia de nuestra cultura. Además, valores como la dignidad, la solidaridad, el respeto, la misericordia y la justicia se comprenden con una mayor profundidad dentro de un marco trascendente que en uno exclusivamente secular. La asignatura de Religión católica puede ofrecer a los estudiantes una comprensión más profunda de nuestra cultura y de los valores más genuinos que la impregnan, pero sobre todo la comprensión de un mundo con un Dios que es Amor.

Una sociedad configurada como si Dios existiese fomenta un fuerte sentido de pertenencia a sus miembros, de esperanza y propósito, incluso en momentos de dificultad protege la libertad religiosa, tanto de los creyentes como de los no creyentes, promueve la unidad y la solidaridad fundada en los valores del amor, la compasión y el perdón, y facilita que sus miembros trabajen por causas altruistas y participen en acciones comunitarias. Con Dios, una sociedad se hace más libre, más justa, más solidaria, más amable. Y, sobre todo, más humana. Y es que, sin Dios, lo queramos o no, no se entiende plenamente el hombre, ni su circunstancia. Con Dios, en cambio, nos divinizamos al ser capaces de amar con un amor digno de un Dios que es Amor.

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La asignatura de Religión católica puede ofrecer una comprensión de nuestra cultura, pero sobre todo la comprensión de un mundo con un Dios que es Amor

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Cuando la secularización no comprende de esta forma la Religión, ¿tiene aspectos que se puede aspirar a corregir?
–Cuando una sociedad como la nuestra margina a un Dios que es Amor, se sumerge en la oscuridad y se enfría espiritualmente. Entonces comienza a dividirse y polarizarse, como sucede en nuestros días. Las relaciones entre la política y la religión se tensan, los conocimientos y saberes se fragmentan, se obstaculiza la conexión entre lo público y lo privado, y el poder político, por muy democrático que sea en apariencia, se transforma en una tiranía asfixiante que desemboca en un moralismo vulgar. El profesor de religión tiene la responsabilidad de convertirse en un educador que promueva la unidad, en un formador en valores, por lo que desempeña un papel social que va mucho más allá de lo que comúnmente se le reconoce.

Hace usted referencia al poder de la belleza divina para evangelizar, ¿en qué se parece y en qué se diferencia de una asignatura como puede ser historia del arte?
–La historia del arte narra las diversas manifestaciones culturales de la belleza a través de las formas artísticas, mientras que la religión y la liturgia representan la experiencia plena de esa belleza, tanto creada como increada. La religión opera en una dimensión trascendente; no así la historia del arte, por más que refleje esa trascendencia en su relato histórico. La contemplación de la belleza constituye un poderoso imán para conectar a las personas con lo trascendente. Por otra parte, a través de la apreciación del arte religioso, los estudiantes pueden acercarse a experiencias espirituales más profundas.

El cristianismo aporta a la sociedad un marco, que incluye la contemplación como modo de conocimiento; un itinerario, que permite captar la belleza increada y creada, y un paradigma, que funde la belleza objetiva como trascendental del ser con la subjetiva como apariencia estética. Pero el cristianismo no ofrece un programa educativo ni un método de aprendizaje, ni un estilo artístico concreto.

¿Cómo hablar de mística en un contexto que invita a la satisfacción inmediata, donde parece imposible concentrar la atención?
–Precisamente por ello, la mística es más necesaria que nunca. Quizás el primer paso sea enseñar a no ser esclavo de las pantallas, a utilizarlas como medio, no como fin. Para ello puede ser útil mantener un silencio fecundo o a fijar la atención en una forma bella (una obra de arte, por ejemplo) unos minutos al día. Poco a poco se va adquiriendo el hábito de atención y contemplación, que es fuente de libertad. También es necesario crear un nuevo marco de comprensión que analice por qué es mucho más lo que se puede aprender desde el silencio que desde la palabra; que explique que la palabra nace del silencio y no al revés, y que, sin silencio, la palabra se corrompe. La palabra acertada solo surge después de un largo silencio. Algo parecido sucede con la música.

¿Cuál es la respuesta cristiana a un mundo donde la tolerancia puede degenerar en cancelación, donde se justifican las guerras y se levantan aranceles para no compartir?
–Todo está interconectado. Una persona que ama, comparte, y quienes comparten son inherentemente más tolerantes que quienes no lo hacen. Cuando un cristiano vive su fe con autenticidad, irradia un atractivo natural que puede transformar el entorno. Es fundamental que el cristiano no busque la confrontación, sino que se abra a un diálogo enriquecedor, con una disposición a aprender y compartir. Esta actitud refleja la más genuina expresión del cristianismo en el mundo contemporáneo. Esto nada tiene que ver con el buenismo, que a menudo implica una actitud superficial hacia los problemas sociales y morales. El amor, el respeto y la tolerancia verdaderos no son sinónimo de una aceptación acrítica de nuestro entorno; más bien, se basan en un compromiso honesto con la verdad, la justicia y el bien común. Así, el cristiano auténtico actúa desde una base firme de principios y valores y se convierte en un agente social de desarrollo y florecimiento humano.

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La disposición de aprender y compartir no es buenismo, el respeto y la tolerancia se basan en un compromiso con la verdad, la justicia y el bien común

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