Santos Solano y las redes sociales: "Los 'likes' alimentan la necesidad de ser validados"
Las redes sociales ofrecen grandes posibilidades para la comunicación, ya sea para adultos como para jóvenes. Sin embargo, su uso (o abuso) puede generar adicciones y problemas de salud mental, sobre todo entre niños y adolescentes. Su vida, en gran medida, transcurre en el plano online, y su personalidad se construye y desarrolla muy condicionada por los contenidos y relaciones que establecen a través de estas vías.
La tarea de educar a los más pequeños en un uso sano de las redes sociales es todo un reto para padres y docentes. A ellos será quienes se dirija Santos Solano -Doctor en Psicología Clínica y de la Salud, director del Hospital de día de adolescentes con trastornos del comportamiento alimentario del Centro ITEM, docente en posgrado de diversas facultades e investigador asociado a la Universidad Autónoma de Madrid- en el I Congreso Nacional de Responsabilidad Digital, que tendrá lugar los próximos 23 y 24 de mayo en el Museo Elder de Las Palmas de Gran Canaria.
¿Por qué participas en el I Congreso Nacional de Responsabilidad Digital?
– Quiero ayudar a familias y profesionales a entender y guiar un uso saludable de las redes sociales, con una ponencia en la que quiero unir la información clínica y los avances en investigación.
«Redes sociales y autoestima: ¿una relación tóxica?». ¿Por qué elegiste este tema? ¿Qué puedes aportar?
–Mi objetivo es ayudar a desarrollar una actitud crítica con el contenido que consumimos en redes sociales. Desarrollar esa actitud y hacer un consumo consciente de las redes es fundamental, sobre todo en etapas como la adolescencia.
A través de la experiencia clínica y la evidencia, pretendo hablar de redes sociales, autoestima e imagen corporal en adolescentes, ya que las redes son su principal entorno social, están construyendo su identidad y son especialmente vulnerables a la comparación social y los ideales de belleza.
¿Tienen algún poder real los padres a la hora de impedir o frenar los efectos nocivos de las redes sociales en la salud mental de sus hijos? ¿Prohibirles utilizar Instagram es una solución?
–Sí, los padres tienen un poder real para reducir los efectos nocivos de las redes sociales en la salud mental de sus hijos, pero prohibir su uso (eliminar Instagram) no es la solución más eficaz. La supervisión activa, el diálogo abierto y la educación en el uso crítico de redes sociales son estrategias mucho más protectoras.
Prohibir sin acompañar puede generar más curiosidad, uso oculto y conflictos familiares. Lo más efectivo es combinar límites claros, educación digital y una relación cercana que fomente la confianza y la autoestima.
¿Están los padres educando bien a sus hijos o se abusa del “toma el móvil y déjame tranquilo”? ¿Y de los fármacos?
–En muchos casos, los padres se ven desbordados y, sin querer, delegan en las pantallas funciones que deberían ocupar la presencia, el vínculo y los límites. El «toma el móvil y déjame tranquilo» se ha vuelto una estrategia común para calmar, entretener o distraer, especialmente en edades tempranas. Esto puede dificultar el desarrollo de la autorregulación emocional.
Respecto a los fármacos, también se observa una tendencia preocupante: en lugar de abordar el malestar emocional desde la raíz (relaciones, contexto, emociones), se recurre con frecuencia a medicaciones como solución rápida.
Esto no significa que el uso de pantallas o fármacos sea negativo en sí, pero sí que su abuso o mal uso refleja una falta de acompañamiento emocional y educativo más profundo. Educar en la era digital y del bienestar fácil requiere tiempo, límites y presencia activa.
¿Por qué afecta tanto un like o un comentario a la salud mental de los más jóvenes… y no tan jóvenes?
–Porque los likes y comentarios funcionan como validación social inmediata, y el cerebro —especialmente en adolescentes— está programado para buscar aprobación externa.
Desde la neurociencia, se sabe que recibir un like activa el sistema de recompensa (dopamina), lo que genera placer y refuerza el comportamiento. En jóvenes, cuyo cerebro aún está en desarrollo (especialmente la corteza prefrontal, encargada del autocontrol), esto les hace más vulnerables a la búsqueda compulsiva de aprobación.
Además, vivimos en una cultura donde el “me gusta” se ha convertido en sinónimo de valor personal: un comentario negativo puede sentirse como un ataque a la identidad, y la ausencia de likes, como un rechazo. Y esto no afecta solo a los adolescentes: adultos también asocian su autoestima con la visibilidad y aprobación digital, especialmente si su identidad o valor profesional pasa por la exposición pública.
En resumen, los likes impactan porque alimentan la necesidad humana de pertenecer, ser vistos y validados, pero en formato instantáneo y adictivo.
¿Están educando bien los padres a sus hijos a nivel emocional? Muchos carecen de este tipo de inteligencia por cuestiones meramente generacionales…
–En general, muchos padres no han recibido educación emocional en su infancia y, por tanto, carecen de herramientas para transmitirla. No por falta de interés, sino por carencias generacionales. Esto se traduce en dificultades para validar emociones, poner límites con afecto o enseñar habilidades como la gestión del miedo, la frustración o la tristeza. A menudo se recurre a frases como “no llores” o “eso no es para tanto”, que deslegitiman el sentir del niño.
Esto está empezando a cambiar: cada vez más familias buscan orientación y hay mayor conciencia sobre la importancia de la inteligencia emocional como base del bienestar mental. Aun así, la educación emocional no es innata ni intuitiva: requiere formación, práctica y revisión personal.
Hablas de la promoción de la diversidad corporal. ¿Realmente es una posibilidad alcanzar una sociedad en la que se respeten todo tipo de cuerpos, o es más bien una corriente o una moda?
–La promoción de la diversidad corporal es más que una moda: es una necesidad social y de salud pública, pero su consolidación como realidad aún enfrenta muchas resistencias. Aunque el discurso ha avanzado —con más representación de cuerpos diversos en medios, campañas y redes—, seguimos inmersos en una cultura donde prevalece un ideal estético estrecho, fuertemente asociado al valor personal, el éxito y la salud.
Cambiar esto requiere de mucho más que visibilidad: implica educar en pensamiento crítico, combatir la gordofobia estructural y transformar los mensajes que se transmiten desde la infancia. Las modas son pasajeras, pero los movimientos sociales dejan huella cuando se sostienen con políticas, educación y activismo.
Es posible avanzar hacia una sociedad que respete todo tipo de cuerpos, pero no ocurrirá de forma espontánea ni rápida. Requiere un cambio profundo y colectivo en cómo entendemos el cuerpo, el valor y la salud.
No todo el mundo puede permitirse un psicólogo para tratar estos temas… ¿Es un servicio de lujo, es demasiado caro? ¿Qué otras opciones hay?
–Sí, para muchas personas acceder a un psicólogo sigue siendo un lujo, especialmente en contextos donde la salud mental no está suficientemente cubierta por el sistema público. Los tratamientos psicológicos son eficaces, pero su coste sostenido puede resultar inaccesible sin apoyo institucional.
Sin embargo, existen alternativas que pueden ser útiles cuando no es posible acceder a terapia privada: servicios públicos de salud mental (aunque tienen listas de espera largas), centros de salud o universidades que ofrecen atención gratuita o de bajo coste, asociaciones especializadas (como en TCA u otras problemáticas) con programas de apoyo, recursos de psicoeducación fiables, como libros, podcasts, vídeos, o redes con profesionales acreditados, y grupos de apoyo comunitarios o guiados por profesionales.
La salud mental no debería ser un privilegio, pero, mientras se logra una mayor equidad, es clave difundir recursos accesibles y fiables para que más personas puedan recibir apoyo psicológico de calidad.