Juan Manuel Burgos: "Falta sinceridad, respeto y exigencia en la ética juvenil"
Juan Manuel Burgos Velasco, vallisoletano de 1961, se doctoró en Astrofísica en 1988 y en Filosofía en 1992 con una tesis sobre la moral de Jacques Maritain. Profesor en la Universidad Villanueva y visitante de otras muchas universidades, entre otros reconocimientos cuenta con la Medalla de la Universidad Anahuac de México en Humanidades y el Premio en Investigación en Humanidades Ánel Herrera de la Universidad CEU-San Pablo (ambos en 2015). Su último libro, Ética de la persona (2025, Eunsa), presenta un interés indudable no solo para reflexionar sobre la moral en clase de Religión (y Moral) católicas, sino también en la de Valores Éticos. Pero antes parece importante conocer la trayectoria que le ha llevado a escribirlo.
–Este libro es una reflexión sobre ética construida desde la noción de persona, algo que, aunque pueda sorprender, muy pocas veces se ha realizado. Inicié este proyecto hace casi 30 años y ahora ve la luz gracias a la compañía y apoyo de otras investigaciones, en particular, Antropología: una guía para la existencia (Editorial Palabra, 2009) y La fuente originaria. Una teoría del conocimiento (Comares, 2023)¸ pues una ética sin una antropología es inviable. Y una epistemología la refuerza. El texto, de todos modos, se comprende por sí mismo.

–La ética se percibe muchas veces como algo externo que nos impone la Iglesia, el Estado o el pensamiento woke. Pero esto es incorrecto. La ética surge desde nuestra tendencia hacia el bien. Sabemos que podemos (y debemos) ser mejores, y ese es el núcleo de la obligación moral, del deber: la conciencia de que hay un camino que nos conduce hacia la plenitud personal, pero que podemos seguirlo o no porque somos libres. Plantear la ética desde esta perspectiva tiene un gran atractivo pedagógico porque permite comprender a los jóvenes (y a los adultos) que no se trata de someterse a un sistema de normas, sino de recorrer la senda que nos construye como seres humanos.
–En el contexto actual español, hay un déficit enorme de ética que conduce, entre otras cosas, a la corrupción. Pero si nos centramos en el ámbito docente creo, partiendo de mi experiencia, que los alumnos deben mejorar en sinceridad. Hay una cierta generalización de la mentira sin remordimiento ni autocrítica: digo lo que me conviene ahora y punto. También deberían valorar más el trabajo ajeno: a veces confunden la atención del profesor con unas prestaciones de servicio obligadas, así como escuchar a los otros, empezando por los compañeros; la autoexigencia, por último, también es un gran reto: esta acaba imponiéndose en los niveles universitarios, pero los alumnos tienden a pensar que el mundo debe adaptarse a sus deseos y poseen poca capacidad de superar la frustración. Mejorar en estos valores les ayudaría, sin duda, a crecer como personas.

Entre los valores éticos que faltan en el ámbito educativo destacaría: la sinceridad, valorar el trabajo ajeno, escuchar y la autoexigencia
"–Es muy importante que los estudiantes tengan una carga lectiva de ética significativa, porque no basta con la intuición o “el sentido común”; es importante la formación ya que muchas cuestiones éticas son complejas y suscitan perplejidades. Pero también hay que preguntarse por la ética que se enseña y, en consecuencia, los valores que se transmiten. En una sociedad pluralista no pueden marcarse reglas rígidas, pero no todas las éticas son equivalentes. Un término de referencia adecuado puede ser el que yo propongo: una ética de la persona humana y su dignidad. Por eso, espero que el libro pueda contribuir a la formación de los estudiantes.
–El proceso de formación ética, lo que yo llamo el camino ético, es largo y complejo. Y, además, tiene una peculiaridad, el entrelazamiento entre lo que pensamos y lo que hacemos: ambos tienden a confluir porque resulta arduo ir contra la propia conciencia. Por eso el camino ético requiere formación en valores y ejercitación en valores de modo simultáneo. Y ese camino comienza en la familia, donde se proporciona la identidad ética fundamental. Si el contexto familiar no proporciona una identidad adecuada, luego será muy difícil corregir esa carencia, si bien siempre tenemos a mano nuestra libertad para orientar nuestra vida en la dirección que queremos.
–La moral es un rasgo esencial de cualquier ser humano. Por eso, todos buscamos comprenderla. En este nivel, la religión no juega un papel fundamental. Todos experimentamos el bien y el mal, independientemente de nuestras creencias. Hay que tener en cuenta, además, que no existe una religión, sino muchas, muchos modos de entender a Dios, y muchas moralidades religiosas. ¿Cuál es la correcta? La ética nos ayuda a valorarlas. Si una religión promueve la violencia será probablemente falsa y si promueve el amor, verdadera, pero solo puedo hacer estas valoraciones si poseo mis propios criterios morales. En definitiva, la religión no es ningún sustituto de la inteligencia, ni del análisis moral, aunque la religión adecuada me puede ayudar a mejorar mi comprensión moral.
–No quedarnos tan solo en nuestras obligaciones personales o con nuestra familia. ¿Qué podemos y debemos hacer para que nuestra sociedad mejore? Esta es una pregunta urgente y necesaria en nuestro país. También una comprensión profunda de los valores democráticos, que están en peligro. La democracia no consiste tan solo en votar, sino en escuchar, respetar, dialogar, comprender, intentar llegar a consensos. Por último, las nuevas generaciones están necesitadas de trascendencia. Los suicidios entre jóvenes aumentan porque su horizonte vital se limita a triunfar en Instagram mediante la exhibición de un mundo superficial. Pero para que la vida valga la pena hace falta mucho más: aspirar a un amor duradero, valores por lo que luchar, un más allá que dé sentido a los dramas de nuestra existencia, etc. Solo así tiene sentido un proyecto de vida ilusionante con un horizonte más amplio que el de cuidar a tu mascota y bailar reggaeton.

Los suicidios entre los jóvenes aumentan porque su horizonte vital es superficial. Para que la vida valga la pena hace falta aspirar a un amor duradero, un más allá que dé sentido a los dramas
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