Carlos Magro: “Educar es cambiar a las personas y cambiarnos a nosotros mismos”
«Cuando a la Educación le metemos presión desde la norma, desde lo reglamentario, vemos que fracasa. El buen maestro es el que es capaz de decir a los alumnos: hoy salimos del aula, vamos fuera, vamos a romper con lo que estaba previsto, vamos a improvisar». Esta declaración de intenciones podría clasificar a Carlos Magro dentro de esa corriente de pensadores que anhela una transformación y un cambio educativo simplemente porque sí. Pero no es así. Magro apuesta por una innovación con propósito, por una transformación con objetivos, porque «educar es esencialmente cambiar a las personas, cambiarnos a nosotros mismos». Buscando un entorno adecuado donde grabar la entrevista, quedamos –después de tres intentos– una mañana soleada en la elegante y recientemente reformada sede del British Council en pleno barrio de Chamberí.
Pregunta. Insistes en la idea del cambio. ¿No crees que el cambio por el cambio puede ser un mito? Hay centros que dicen que no lo necesitan porque les va bien…
Respuesta. —En efecto, no hay que cambiar por cambiar. El cambio en sí mismo no es ni bueno ni malo. Es más, probablemente, si no está pensado o no responde a nada, será negativo. Lo primero que debemos hacer es plantearnos porqué debemos de cambiar. Personalmente no imagino la Educación sin cambio en su sentido más filosófico. Educar es cambiar a las personas, es cambiarnos a nosotros. En ese sentido creo que la Educación tiene esa tensión.
Una tensión entre una actitud conformista con la realidad y otra más transformadora, más utópica. ¿La utopía es necesaria en la Educación?
—Sí. Creo que sin utopía no hay sueño y sin sueños no caminamos. La utopía es necesaria en la vida y en la escuela. Necesitamos soñar siempre hacia dónde queremos ir. Y me parece que no estamos formando personas como deberíamos. Personas integrales, capaces de impactar en la sociedad.
La Educación está llena de dilemas.
—Sí, hay muchos dilemas. Por ejemplo lo individual y lo colectivo. El humano esencialmente es alguien que se da cuenta de que aprende, de que razona, pero lo hace socialmente.
A la escuela le ha faltado un punto de responsabilidad colectiva. Porque todos educamos a los alumnos de la escuela
Reivindicas lo individual, pero también el grupo. ¿Educar es una resposabilidad del maestro o del grupo?
—A la escuela creo que le ha faltado un punto de responsabilidad colectiva, porque todos educamos a los niños que tenemos en la escuela. Hemos pecado de individualismo. La individualidad es una fuente de creatividad y es necesaria, pero no queremos que nuestros profesores sean individualistas. Ahora necesitamos más la idea de equipo docente. Es la única manera que tenemos de atender la diversidad.
¿Esta dinámica no podría diluir la responsabilidad del profesor con sus alumnos, en el Claustro, en el sistema…?
—No son excluyentes. El capital profesional de los docentes tiene tres componentes: el capital humano, conocer muy bien la materia y las metodologías, y el capital social que se activa cuando los docentes tienen interacciones entre ellos y son capaces de trabajar de manera colaborativa, compartir sus prácticas. Pero en ningún caso yo trasladaría la responsabilidad al sistema.
Las metodologías activas están de moda, ¿no pueden ser un gran suflé?
—Yo no voy a defender unas más que otras. En primer lugar, hay que recordar que no son nuevas. Lo que hay detrás de las metodologías activas son más de cien años de práctica educativa. Dicho esto, creo y defiendo que el docente lo que necesita es tener un rango de metodologías amplio y diverso.
La consultora McKinsey en un informe de hace un par de años expuso que la fórmula mágica del aprendizaje debía tener el ingrediente básico de una enseñanza expositiva, salpicada en momentos concretos de metodologías basada en la indagación.
—Bueno, si apunta la idea de que es el criterio profesional del docente el que decide cuándo tengo que utilizar una metodología u otra pues me parece que es correcta. Nuestro sistema educativo está orientado desde hace unos años a trabajar competencias. Y las competencias son un constructo muy complejo que tiene contenidos tradicionales, maneras de hacer, procedimientos y una serie de valores y actitudes. La única manera de trabajarlas probablemente sea combinando metodologías.
Sin utopía no hay sueño y sin sueños no caminamos. La utopía es necesaria en la escuela
¿Se está denostando el conocimiento en pro de las competencias? Se escuchan cosas como que ya no hay que saber contenidos porque todo está a un clic…
—Claro, pero no es verdad. Las cosas están a un clic, pero debo tener el mapa mental de lo que está a un clic y una serie de habilidades, que son criterios sofisticados para saber si algo es correcto o no, si es veraz o no, cómo busco más, cómo profundizo más, cómo mezclo esa información. El conocimiento es mezclar información.
Recientemente se han presentado un par estudios auspiciados por la industria que tratan de vincular el uso de la tecnología con los buenos resultados. Pero realmente parece que no hay evidencia empírica que lo demuestre…
—Efectivamente, no hay evidencia o hay tanta evidencia en un sentido como en el contrario. Estamos en un territorio donde las evidencias no están bien definidas. No es lo mismo la evidencia educativa que la médica. Los tecnólogos educativos ya dijeron en los 70 que el potencial real de la tecnología no era reproducir lo que hacíamos de una manera más eficiente, más rápida, más bonita, sino cambiar el rol del alumno que utilizará las TIC para crear, construir, investigar, explorar… En definitiva, es cuando se las vincula con esas pedagogías activas cuando tienen un uso eficiente.
Terminemos hablando de Educación. He escuchado a algún profesor decir que educar no es difícil sino que es arduo. ¿Qué opinas?
—Si a la escuela le pedimos que eduque, la realidad es que no es tan sencillo. Se ha ido convirtiendo cada vez en una tarea más compleja porque la homogeneidad del alumnado se ha roto.
¿Cómo educa un profesor en un aula del siglo XXI?
—Un profesor educa desde el mismo momento que entra en el aula. El profesor es esencialmente un educador. No es un enseñante.
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Vivo en Uruguay, y desde aquí siempre estoy pendiente con sus aportes. Soy Ingeniero, soy Docente pero esencialmente soy un «eterno aprendiz». Trabajo en un proyecto que reivindica el valor institucional, histórico, cultural, educativo de las escuelas rurales. Me gustaría mostrarlo. Me gustaría que lo conocieran. Cuando se abran las fronteras me tomo un avión y me voy a visitarlos. Abrazo y felicitaciones por la magnífica tarea que están realizando.