Tania García: “Si ellos se enfadan, nosotros no”
Por Eva R. Soler
Porque no se quieren ir del parque, porque quieren comprarse un juguete, porque no quieren ir al colegio, porque quieren ir a casa de su primo o porque quieren comer más chocolate…hay mil y un motivos por los que un niño puede enfadarse. “Sea por la razón que sea, el adulto no tiene que contagiarse de la misma emoción, sino expresar todo lo contrario: calma, cariño, comprensión… lo que todos necesitamos cuando nos enfadamos”, afirma Tania García, autora del libro ¿Qué necesito cuando me enfado? (Ed. Penguim Random House), y de Educar sin perder los nervios (de la misma editorial).
Para saber qué necesita un niño cuando se enfada, explica García, sólo hay que pararse a pensar qué es lo que necesitamos nosotros, los adultos, en la misma situación. Comprensión, tranquilidad, abrazos, que nos escuchen, que nos quieran, que nos entiendan… Sin embargo, añade, cuando los niños se enfadan, nosotros lo que solemos hacer es enfadarnos más, cuando esto no tiene ningún sentido: “Si nuestros hijos se enfadan, lo van a hacer por unos intereses diferentes a los nuestros, porque están en una etapa vital muy distinta y en un momento de desarrollo donde en su cerebro sólo cabe la emoción”.
¿Por qué los adultos solemos temer al enfado de los niños?
Porque, en realidad, no sabemos cómo funciona el enfado, las emociones o el cerebro y pensamos que los enfados de las niñas y de los niños es algo que tenemos que reprimir y que evitar. Creemos que los niños están teniendo un mal comportamiento cuando se enfadan, pero niñas y niños son seres humanos y, como tales, tienen miedos, alegrías, tristezas, intereses… y es necesario que los saquen hacia fuera.
¿Cómo debe actuar un adulto cuando un niño o niña se enfada?
Comprendiendo su enfado, aunque no compartamos sus motivos o no estemos de acuerdo. No tenemos que decir que “sí” a algo si creemos que por su seguridad, su salud o su bienestar no es posible. El “no” es completamente lícito, como no podría ser de otra manera, pero la clave está en que debe ser un “no” empático, cariñoso y que atienda en todo momento a sus necesidades. Aunque no compartamos sus motivos, debemos tener un buen comportamiento en esta situación. Sobre todo, debemos tener mucha tranquilidad y acompañarles emocionalmente poniéndonos a su altura, mirándoles a los ojos, entendiéndoles, escuchándoles, dejándoles expresarse sin reprimir, sin coartar, sin calificar, ni hacer juicio adulto sobre lo que está pasando.
¿Qué consejos recomiendas para situaciones en las que aparece el enfado?
Lo que debemos hacer con las emociones de nuestros hijos y nuestras hijas es acompañarlas. He acuñado el término “acompañamiento emocional”, que de lo que trata es precisamente eso, no centrarte sólo en ti cuando estás ante un enfado de tus hijos, sino que debes procurar centrarte en sus emociones, en saber estar, en permanecer calmados, porque, de esta forma, proyectas también calma. Debemos permanecer tranquilos, comprensivos, cariñosos, amables y en una escucha continua. Si vemos que, al enfadarse, pueden hacerse daño a ellos mismos o a los demás, frenamos ese golpe poco a poco, con calma, hablando y manteniendo mucho contacto físico. El contacto físico es esencial para el desarrollo de las niñas y los niños. Les podemos abrazar y si no quieren, les acariciamos el pelo, los brazos, la espalda… Eso sí, sin distraerles con otras cosas: debemos centrarnos en su necesidad que es la de tenemos a su lado cuando están sintiendo.
¿Y qué hay que evitar y por qué cuándo los más pequeños expresan su rabia?
Hay que evitar llenarnos nosotros mismos de esa rabia, enfado o miedo porque cuando nos sumimos en nuestras propias emociones lo que hacemos, únicamente, es centrarnos en lo que nosotros estamos sintiendo. Esto es lo que a muchas madres y a muchos padres les suele ocurrir. Los niños se enfadan y nosotros nos enfadamos más, cuando esto no tiene sentido. Si nuestros hijos se enfadan lo van a hacer por unos intereses muy diferentes a los nuestros, porque están en una etapa vital muy distinta y en un momento de desarrollo de sus vidas donde en su cerebro sólo cabe la emoción. Recientemente, hacía una serie de preguntas a mis seguidores y alumnos sobre qué necesitan cuando se enfadan. Las respuestas fueron muy similares. Todos los adultos decimos que necesitamos comprensión, tranquilidad, abrazos, que nos escuchen, que nos entiendan, que nos quieran, aunque no compartan nuestro motivo. Entonces, ¿por qué somos tan osados que pensamos que las niñas y los niños necesitan mano dura y todo lo contrario a lo que nosotros mismos sentimos cuando nos enfadamos? Lo que debemos evitar es pensar desde el ombligo adulto, llenarnos de nuestras propias emociones y enfadarnos más. Esto es totalmente incorrecto.
A veces los adultos no sabemos cómo tratar los enfados de los niños porque tampoco sabemos reaccionar bien a los nuestros.
Los adultos no tenemos ni idea del ámbito emocional, no tenemos conocimientos de educación emocional porque nos han educado en el adultismo, en el “calla y no llores”, “no grites” o “esto es así porque yo lo digo”. Al educarnos de esta forma, hemos obtenido esa educación emocional completamente errónea. Cuando nos enfadamos, necesitamos lo mismo que los niños: comprensión, apoyo, tranquilidad… Pero se supone que ya deberíamos tener una madurez emocional suficiente como para no pagar con los demás nuestras propias emociones. Tampoco con nosotros mismos. Es decir, ni boicotearnos, ni tampoco machacar a otros. Lo más importante es comprender que, como no tenemos esa madurez emocional, porque no nos la han enseñado cuando éramos niños, tenemos que aprenderla ahora y esto conllevará un acompañamiento emocional correcto en los enfados de nuestros hijos.
¿Qué van a encontrar padres e hijos en el libro ¿Qué necesito cuándo me enfado?
Con este libro, las familias saben ver cuál es la parte para los adultos y profesionales (porque ya se está usando en terapias como consulta) y, de un vistazo, también saben ver cuál es la parte para los niños. Los niños aprenderán el mecanismo cerebral del enfado y, por una vez, sentirán que su voz es escuchada y que alguien dice, realmente, lo que ellos sienten. Así, comprendiendo mejor qué sienten cuando se enfadan, las madres y los padres aprenden a acompañar estos mismos enfados. Se trata de un aprendizaje en cadena que se retroalimenta y puede tener un impacto social muy importante. Ayuda a los adultos a comprender y entender y a los niños sobre sus propias emociones y sus propios derechos como personas. En definitiva, como se afirma en la dedicatoria de la primera página, “se aprende a ver el enfado como un amigo al que comprender y no como un enemigo al que abatir”.