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La vida como arte

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En mi artículo anterior (La barbarie de lo útil) hablaba sobre el prejuicio social que nos hace ver la belleza y el arte como lujos prescindibles. Y a este motivo achacaba muchos de los desequilibrios democráticos vividos en los últimos tiempos en forma de fanatismos e ideologías intolerantes.

Ética y estética, porque de eso se trata casi siempre. Los hombres y las mujeres de la Institución Libre de Enseñanza lo llamaban la educación del carácter. Quien es sensible a la belleza, lo es también a la bondad. Consistía en trabajar en la escuela la emoción estética como elemento educativo en su función ennoblecedora de la vida intelectual y moral. El arte queda elevado así a una verdadera ley de conducta que nos obliga a “producir la vida bellamente y cooperar para que, hasta donde depende de nosotros, se manifieste doquiera con ritmo y medida, con unidad orgánica, con transparente vitalidad, con suave encanto e inefable poesía…” (Giner de los Ríos, Estudios de literatura y arte).

Ética y estética, porque de eso se trata casi siempre. Los hombres y las mujeres de la Institución Libre de Enseñanza lo llamaban la educación del carácter

Llevar una vida circunscrita por claros horizontes éticos es siempre bello y admirable. “La libertad y la dignidad, en sí mismas, no son meramente categorías estéticas; pero adquieren este sentido, aplicadas a las maneras y unidas a la gracia, cualidad fundamental de la llamada belleza sencilla.” (Giner, Estudios sobre Educación). Un espejo desde el que mirar a quienes adquieren por sus trayectorias biográficas y profesionales, por sus buenas formas y maneras, una autoridad a la que emular y parecerse. Héroes discretos que se dan desde la humildad. Maestros de la modestia y la labor callada, de la ingenuidad aprendida de un Sócrates por ejemplo que minutos antes de morir ensayaba una melodía nueva con su flauta.

En este sentido, cabría hablar de lo que Cicerón llamaba “uniformidad de vida”; los krausitas, “armonía” y Giner, “la vida como arte”.

En su libro Sin fines de lucro. Por qué la democracia necesita de las humanidades, Martha Nussbaum nos advierte de “que si no insistimos en la importancia fundamental de las artes y las Humanidades, éstas desaparecerán, porque no sirven para ganar dinero. Sólo sirven para algo mucho más valioso: para formar un mundo donde valga la pena vivir.”

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