La cultura no importa
Madurar quizás no sea otra cosa que sobrevivir a nuestras propias contradicciones. Más si cabe en los tiempos caóticos que corren donde la mentira y su manipulación adquieren fácilmente rango de verdad.
Hasta tal punto andan las cosas confundidas que hablar hoy de conocimientos en la escuela –de su necesaria prioridad frente a cuestiones más subalternas como las emociones, la moral o la ética– te convierte en reaccionario, un ser obsoleto de cuyo desvarío se comienza a sospechar.
Reseñando una reciente antología de textos escritos por la pensadora Hannah Arendt, el periodista Javier Rodríguez Marcos llamaba la atención sobre un artículo en el que la exalumna de Heidegger se pregunta si la sensación que causó Ser y tiempo en 1927 hubiera sido posible sin el éxito que precedía a su autor como “rebelde” ante una enseñanza de la filosofía que hasta entonces solo tenía un efecto: el aburrimiento. Fue Heidegger, quien ante la pregunta de Jasper (director de la tesis doctoral de Arendt) sobre la posibilidad de que Hitler (alguien “tan poco preparado”) pudiera gobernar Alemania, contestó: “La cultura no importa, mira sus maravillosas manos.”
Hasta tal punto andan las cosas confundidas que hablar hoy de conocimientos en la escuela –de su necesaria prioridad frente a cuestiones más subalternas como las emociones, la moral o la ética– te convierte en reaccionario
Para Sánchez Tortosa tres son los ejes que caracterizan a lo largo de la Historia lo que denomina totalitarismo pedagógico: antiintelectualismo, igualitarismo y efebolatría. Los tres se dan por igual en la pedagogía soviética, en la fascista y en la nacionalsocialista (ver su libro El culto pedagógico). Esta categoría –totalitarismo pedagógico– “ha de aplicarse –según el autor– exclusivamente a sistemas educativos masivos (no selectivos) que no se detienen en los márgenes de la instrucción, que la subordinan al adoctrinamiento y que, en consecuencia, pretenden construir totalmente (plenamente) la conciencia (la mentalidad, la personalidad etc..) del sujeto en formación …”.
Desazona en este sentido ver cómo puede establecerse una posible ligazón –una deriva en principio paradójicamente imprevista– entre el surgimiento de los regímenes totalitarios y los sistemas educativos que intentaron liberar y democratizar los sistemas pedagógicos en las primeras décadas del siglo XX. Recordemos a este respecto movimientos pedagógicos como el llamado Escuela Nueva donde los sentimientos del niño imperan y dominan el relato educativo en detrimento de los conocimientos académicos. Götz Aly, en ¿Por qué los alemanes? ¿Por qué los judíos?, sostiene por ejemplo que el éxito educativo de la República de Weimar hizo posible la victoria del nazismo.
Adolf Hitlet en Mein Kampf: “El estado racista no particulariza su misión educadora a la de insuflar conocimientos del saber humano”.
Desazona en este sentido ver cómo puede establecerse una posible ligazón –una deriva en principio paradójicamente imprevista– entre el surgimiento de los regímenes totalitarios y los sistemas educativos que intentaron liberar y democratizar los sistemas pedagógicos
Decreto sobre Educación popular en la Unión Soviética tras el triunfo de la Revolución bolchevique: “La instrucción será, en esta obra, un elemento importante, pero no decisivo».
Mussolini en La Scuola Fascista: “Se entiende que la escuela, toda la escuela, sea sobre todo educativa, formativa y moral. No es necesario empapar a los cerebros con la erudición pasada y presente”.
En el terreno patrio encontramos aquel muera la inteligencia pronunciado por Milán Astray el Día de la Raza de 1936 en el paraninfo de la Universidad de Salamanca. Su rector entonces, Miguel de Unamuno, presente en la ocasión, había publicado en 1902 su visionaria novela Amor y pedagogía, un admirable anticipo revelador de la nefasta influencia social que habría de tener la Pedagogía durante todo el siglo XX…