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Reforma universitaria (II)

Manuel Carmona
Profesor universitario
3 de diciembre de 2019
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Me he citado con el compañero Rúas. Desde hace décadas es un hombre preocupado por la vida de la universidad. Es de esa generación de personas que valoró positivamente desde su adolescencia tener la oportunidad de hacer estudios universitarios. Entre los miembros de su generación, los hubo quienes optaron por estudios de Formación Profesional, otros cursaron hasta el Bachillerato, y había los que estudiaron hasta la enseñanza básica de la época.

En los cuatro grupos que os acabo de presentar, hay profesionales por cuenta ajena o propia. Los hay que continuaron el pequeño negocio de sus familias. Podemos afirmar, haciendo la matización pertinente, que el modelo formativo y laboral predominante fue acceder a un buen puesto para ganarse la vida. Toda persona tiene que tener la vía de ganarse la vida dignamente. El matiz es que dentro de aquel grupo de hombres y mujeres también nos encontramos con aquellos que se formaron por una vocación que descubrieron, que se les presentó delante de sí mismos, y que fueron interiorizando.

Dedicarse a cualquier profesión exige algo muy básico: esfuerzo. Cualquiera que asume con honestidad y coherencia un puesto laboral, realiza cada jornada un tremendo esfuerzo. Recordemos la labor silenciosa y valiosísima de generaciones de mujeres como amas de casa. Si además, esa dedicación va unida a una sincera vocación, quien a diario realiza su tarea aporta una serie de valores añadidos: ilusión y cariño.

Dedicarse a cualquier profesión exige algo muy básico: esfuerzo. Cualquiera que asume con honestidad y coherencia un puesto laboral, realiza cada jornada un tremendo esfuerzo

Esa ilusión y ese cariño no han de obcecar a quien trabaja con vocación a sentir y pensar que es lo único en el mundo. En este camino que es el vivir, hay otras circunstancias cotidianas de cualquiera que también nos invitan y piden que actuemos con compromiso. Hasta el descanso hemos de vivirlo como necesario y saborearlo.

Y llegado a este punto, os planteo abiertamente la cuestión que nos hace llegar Rúas. Él estuvo charlando con cercanía con una serie de personas tras una ponencia sobre Filosofía. Entre quienes participaban de la improvisada tertulia posterior, había una profesora de esa disciplina trimilenaria que imparte con vocación sus clases, su actividad investigadora y sus escritos en la Universidad de Viena. En uno de los momentos de esa conversación le preguntó a aquella docente por cuál era el ambiente laboral en aquella universidad. Qué espacio y oportunidad tenían los profesionales de cualquier área. Para qué estaban allí.

Ella con conocimiento de causa y haciendo un sincero ejercicio de la libertad de pensamiento y de expresión, apuntó a sus contertulios que desde hace tiempo en Austria se ha establecido la carrera laboral universitaria como una vía que ofrece un buen trabajo y un buen sueldo. Quienes ejercen cualquier disciplina por vocación son minoría.

En uno de los momentos de esa conversación le preguntó a aquella docente por cuál era el ambiente laboral en aquella universidad

Aquella reflexión hizo meditar a Rúas. Él intuía que lo que viene ocurriendo en centros universitarios españoles, por otras informaciones contrastadas que él disponía, también está sucediendo en la vida diaria de muchas universidades de otros lugares del mundo. El profesionalismo se ha convertido en una epidemia. Tengamos presente qué implica: Cultivo o utilización de ciertas disciplinas, artes o deportes, como medio de lucro. Esta definición es del Diccionario de la Lengua Española (DEL).

El principal reclamo y atracción de ser profesor universitario para muchos ha sido o es ese medio de lucro y tener un trabajo bien visto socialmente.

Tras escuchar atentamente a Rúas, le hice a este maestro un par de cuestiones, –Rúas, ¿crees que es un error viciado solamente del mundo universitario? O, ¿consideras que es una manera de ir por la vida que se ha apoderado de cualquier campo profesional?

Rúas, suspiró, expulsó el aire de su boca y respiró profundamente. Me miró a los ojos y afirmó convencido: –Es una lacra de nuestro tiempo.

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