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La lectura

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Como el amor, la tolerancia o el respeto, ninguna convicción profunda puede imponerse. Ningún placer se adquiere por obligación. De ahí quizás las dificultades inherentes a cualquier plan de fomento de la lectura. ¿Se puede legislar y programar sobre el contacto, la imitación o la seducción?

En este sentido, la cuestión no es tanto recomendar encarecidamente las bondades de la lectura –para el caso casi sería mejor prohibirla– como de despertar una pasión latente, una llama que sólo se consigue avivar con el ejemplo: “Si nos preocupáramos menos por la lectura de los otros y más y con más rigor por nuestras propias lecturas, seguro que nuestro entusiasmo nos desbordaría y los más cercanos a nosotros advertirían esa plenitud”. (Estrategias del deseo o trucos para leer, E. Teixidor, La Vanguardia. 2004).

Una plenitud a la que se llega tras esfuerzos previos, cuestión ésta que suele soslayarse y sobre la que no conviene llevarse a engaños. No en vano, probar el fruto del conocimiento acarreó nuestra condición de exiliados. A partir de entonces, en las afueras, trabajo y placer, carga y sentido, vendrían a ser como las dos caras de una misma condena.

Steiner decía que sólo se comprende bien un texto cuando se lee en voz alta. Se necesita cierta disciplina para releer cuantas veces se precisen. Surge así el deseo como consecuencia del ejercicio constante y el esfuerzo rutinario, la necesidad de liberar las energías y potencialidades descubiertas durante el entrenamiento. Rutina deriva de ruta, de camino. Y sin disciplina no hay deseo. “El deseo anárquico y voluble no es deseo, es capricho”. (Teixidor).

Steiner decía que sólo se comprende bien un texto cuando se lee en voz alta. Se necesita cierta disciplina para releer cuantas veces se precisen

El estímulo, pues, la motivación por desentrañar y entender el significado de un texto, ha de suponer cierto grado de dificultad, de desciframiento, un reto al que nos enfrentamos en solitario y del que no siempre salimos satisfechos ni indemnes: «Te ganarás el pan con el sudor de tu frente» (Génesis, 3:19).

Cuenta Vila Matas que su amigo Bolaño diferenciaba entre libros que se venden mucho porque narran historias que se entienden (pero que escasamente nos influyen), y libros que no se venden porque su trama, de existir, es enrevesada y dificultosa (son libros para reflexionar). Unos sirven para pasar el tiempo y otros para atraparlo.

Entre las páginas de un buen libro se establece esa distancia justa para comprender el mundo y separar lo necesario de lo contingente, un diálogo tejido por una red de palabras que atrapan el tiempo sin sucumbir a su capricho tal como hizo Ulises frente a los cantos de sirena. En todo caso, la vida es larga y el arte es un juguete.

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