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Los niños del silencio

Juan Francisco Martín del Castillo
Doctor en Historia y profesor de Filosofía
31 de marzo de 2020
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© KITTIEE550

Enrique Jardiel Poncela le hace decir a don Ramón, personaje central de Las cinco advertencias de Satanás, “la vida es una broma de mal gusto” y, con el encierro forzoso declarado a consecuencia del impacto de la infección vírica, no deja de ser una afirmación que se torna más que real. Pero, no solamente lo es en lo vital y humano, sino incluso en lo educativo. La puesta en práctica del modelo virtual por todo el territorio nacional ha sacudido a las instituciones, la enseñanza y el papel que juegan los actores principales en el proceso de aprendizaje. Mi experiencia personal de estos días es la base del argumento que voy a defender y, por extraño que parezca, ha confirmado mis razonamientos previos sobre la enseñanza on line y el desconcierto al que lleva.

Tras el decreto de alarma, cada uno de los responsables docentes se puso manos a la obra para que la escolaridad del alumnado no se resintiera más allá de lo deseable. Con un grado mayor o menor de coordinación entre las instituciones y los gestores educativos, el modelo salió adelante. Hubo problemas con la saturación de los medios y recursos disponibles para hacer llegar, compartir o, directamente, distribuir las instrucciones, recomendaciones o materiales que cada profesional quería poner en conocimiento del alumnado. Singularmente, lo que más falló fue el soporte telemático, no así la voluntad de los profesores, y de eso que no quepa duda, ya que, en más de un sentido, debería ser recompensada por las autoridades y los representantes políticos. Una vez normalizada la situación, los chicos respondieron en su mayor parte, participando de las dinámicas y estrategias arbitradas por la docencia.

La conclusión principal a la que llegó este profesional es bastante elocuente y muy significativa, tanto que la pongo a disposición general para una seria reflexión sobre el modelo virtual. Es un punto de inflexión en la enseñanza, aunque, por otro lado, no manifiesta abierta discordancia con lo visto en la Educación presencial. En esta última, los alumnos díscolos, disruptivos y apáticos suelen conducirse de una forma bien conocida, que requiere de la directa implicación del docente en su atajo y contención. Hasta aquí, digámoslo así, lo normal, pero ¿y en el modelo on line? Los chicos aplicados y responsables, sea en el aula tradicional, sea en la virtual, no presentan disparidad en su perfil escolar, esto es, harán de la responsabilidad su segura compañera y, a todo lo que se les exija, responderán como si el profesor estuviera físicamente ante ellos. Sin embargo, con los alumnos disruptivos la cosa cambia, y de un modo nunca visto.

"Cuando la moderna pedagogía, la que aboga por sustituir al profesor en el aula, la que rebaja su papel al de mero acompañante, es puesta a prueba, como en este caso sobrevenido, claudica"

Por lo regular, el alumnado de excelencia es el que en clase muestra su seriedad y compromiso a través del silencio, mientras que, por su parte, el alumnado ajeno al esfuerzo y el rigor hace de la bulla y la distracción sus inseparables amigas. En la enseñanza virtual, y aquí viene lo curioso del fenómeno, se invierten los papeles. Los chicos atentos a los requerimientos del profesorado, y convenientemente acicateados por la figura paterna, envían sus inquietudes, cumplen las tareas y ejecutan las actividades, haciendo que el correo electrónico o el campo virtual, si se opta por esta herramienta, sean la expresión de su voz, que no calla en absoluto. Permítaseme esta confesión: en sólo tres días, los que corren del 13 al 16 de marzo, en la bandeja de mi dirección corporativa hubo un orden diario de 30 comunicaciones provenientes de alumnos y padres preocupados por satisfacer las nuevas condiciones académicas que les presentaba.

En cambio, los “alumnos silenciosos” eran los que hacían caso omiso a las instrucciones y recomendaciones. Es que, ni siquiera, se dieron por enterados, tanto ellos como sus progenitores. Es verdad que este desinterés es el habitual en el chico disruptivo o, tal vez, en el desmotivado, pero, en la enseñanza presencial, esta realidad se puede atajar con la oportuna autoridad del profesor. Su figura se alza como la mejor valedora, en ausencia del compromiso paterno, para que los chicos de este perfil se reconduzcan o, por lo menos, para que ellos mismos sepan que alguien se preocupa por su suerte educativa. En el modelo on line, esto es imposible, quedando la autoridad del docente relegada a lo anecdótico. No hubo manera de comunicar con estos chicos y, en su consecuencia, la respuesta fue el completo silencio.

A mi modo de ver, no por esperado, el panorama deja de ser menos inquietante. Si el alumnado silencioso equivale, en la enseñanza virtual, al perfil de la desmotivación y el desapego a la escolaridad, ¿cómo se atiende a su problemática específica? Lo que me ha demostrado esta experiencia de apenas una semana es que, por ahora, no hay una respuesta convincente a la pregunta. Pero, también me ha confirmado en algo que sabía de antemano. Cuando la moderna pedagogía, la que aboga por sustituir al profesor en el aula, la que rebaja su papel al de mero acompañante, es puesta a prueba, como en este caso sobrevenido, nuevamente claudica. Incluso, en el mundo virtual el magisterio es irreemplazable.

Un último apunte más que justificado. Como nadie lo hace, ni creo que lo hará, brindo una salva de aplausos a todos y cada uno mis compañeros de profesión que han tomado las riendas de la situación, más allá de lo que se les exigía y aun de lo que la sociedad en su conjunto esperaba. Sic fiat.

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