Lo ojos de Moncho
La escuela de los últimos tiempos ha venido convirtiéndose –básicamente– en el lugar al que los niños van con alegría al encuentro con sus iguales, razón por la cual la mayoría de ellos acude sin queja, con ganas e ilusión inusitada. Hemos pasado del juego en la escuela –mantra recurrente en la Logse–, a la escuela como juego y lugar exclusivo para el juego, entendido éste en su más amplia gama de matices.
Son, en definitiva, niños felices, aunque tal vez sólo se trate del sabio no-entender del que hablaba Rilke. Los maestros aprovechamos la coyuntura –con dificultad en algunos casos– para intentar enseñar ciertas cosas.
Uno suele pasearse por las tardes por la ciudad y con extrañeza menguante advierte la escasez de niños en derredor. Deben de estar en sus casas haciendo deberes o en las academias. Por inercia aprendida, en verano ocurre lo mismo. Algunos tienen la suerte de hacer deporte. La calle –dicen– no está pensada para ellos. Escasean las plazas, los jardines y las zonas de recreo diseñadas para que puedan quedar con sus amigos o conocer otros y jugar. Y esto, jugar, charlar con sus compañeros, es justo lo que la pandemia principalmente les ha arrebatado. Hay quien viene hablando hace tiempo de la idoneidad de una “escuela invertida” (flipped classroom).
No, no creo que lo más dañino en esta crisis sea la pérdida de conocimientos académicos, sobre todo en el caso de Primaria donde los currículos tienen estructura en espiral. Habrá tiempo para remontar y oportunidades para alcanzar lo que cada uno se proponga. Eso sí, se torna acuciante trabajar para hacer posible una fidedigna igualdad de oportunidades y evitar así las nefastas consecuencias que para la convivencia democrática acarrea esa especie de darwinismo social tan nihilista y estéril.
Se torna acuciante trabajar para hacer posible una fidedigna igualdad de oportunidades y evitar así las nefastas consecuencias que para la convivencia democrática acarrea esa especie de darwinismo social tan nihilista y estéril
Porque aprendemos en solitario, con los libros, encerrados en nuestros cuartos de estudio. Todo aprendizaje es siempre un largo período de retiro y clausura (Rilke). El ejemplo del buen maestro, claro, es el acicate imprescindible. Por eso son tan importantes cuando se habla de mejorar la calidad educativa. De vez en cuando tenemos la suerte de dar con alguien al que nos gustaría parecernos, al que admiramos y tendemos a imitar. Son aquellos que suscitan el deseo de aprender y el afán de superación. Nos hacemos mejores merced al esfuerzo constante e ininterrumpido por aminorar nuestra vasta ignorancia.
El aprobado general, la evaluación, la enseñanza online etc… Todo eso queda atrás al lado de un niño arrobado por el saber que transmite su maestro. Recuerdo al respecto los ojos de Moncho, el niño de La lengua de las mariposas.
Decía Saramago que en una carta puede todavía caer una lágrima, pero el correo electrónico nunca puede ir acompañado de emociones…