fbpx

Educar las emociones

Manuel Carmona
Profesor universitario
8 de junio de 2020
0

Desde que defendí mi tesis doctoral en la primavera de 2006, la inteligencia emocional que investigué y observé para uno de sus capítulos y para el capítulo final, ha sido una de las realidades que más he tenido presente. De hecho su práctica la desarrollé a lo largo de mi novela Love again (Total Recall Press, 2016). Antes de que lleguen las vacaciones de verano os ofreceré mis últimas reflexiones sobre la misma en mi ensayo Ortega y Marías, la filosofía del siglo XXI, que estamos terminando de editar con la ayuda de mi editora Laura de la Cruz y la editorial Dykinson.

Desde que se declaró el estado de alarma en España y en el conjunto del mundo, la gestión de la inteligencia emocional se ha convertido en una prioridad para todas las personas de cualquier generación. Si antes y a lo largo de la historia ser capaces de crear y desarrollar relaciones interpersonales y colectivas sanas tenía que ser una razón de vida e histórica capital, tengo la esperanza de que este drama colectivo mundial nos sirva a todas las personas para darnos cuenta de que su cultivo diario es imprescindible. Es tan importante como comer y descansar bien, tener una buena formación a lo largo de la vida, poder vivir una carrera laboral plena y con unos ingresos holgados, y convivir en una sociedad responsable y en paz.

No siempre el cultivo de la inteligencia emocional ha sido una prioridad, es más tenemos pruebas históricas irrefutables que nos demuestran que para determinados seres deshumanizados fue algo que rechazaron. Sirvan estos ejemplos de muestra: las luchas encarnizadas entre Carlos IV y su hijo Fernando VII por el trono de España (botón de muestra de relación interpersonal paterno filial tóxica). El enfrentamiento fratricida y loco de dos bandos militares, políticos y sociales que provocó la Guerra Civil, para dolor y tragedia del resto de españoles que se vieron arrastrados por esos dos grupos de dementes, irresponsables y demagogos (ejemplo de locura colectiva). O las pugnas entre familias como nos refleja el clásico Romeo y Julieta, caso evidente de nula inteligencia emocional que acaba intoxicando e hiriendo de muerte al amor puro y sano nacido entre los dos jóvenes, y que se verá atacado por las generaciones enfermas que les precedieron.

No siempre el cultivo de la inteligencia emocional ha sido una prioridad, es más tenemos pruebas históricas irrefutables que nos demuestran que para determinados seres deshumanizados fue algo que rechazaronhttps://www.magisnet.com/wp-admin/post-new.php#

Desde que Covid-19 viene marcando nuestras vidas y nuestras formas cotidianas de vivir y de relacionarnos, vemos a diario gestos y comportamientos solidarios y comprometidos. Se nos vienen a cualquiera a la cabeza los aplausos ovaciones a las ocho de la tarde dirigidos a equipos sanitarios, agricultores, ganaderos, camioneros, empresas de logística, fuerzas y cuerpos de seguridad, o a seres queridos que se nos han ido. Un día de esos, María, mi pareja, rompió a ovacionar al gobierno de Portugal por su humana reacción a las palabras repugnantes del político holandés sobre los países del sur de Europa y su gestión, mientras nuestros vecinos secundaban su iniciativa entre ellos José Luis –de raíces portuguesas, alma iberoamericana y vida europea–.

En el tomo I de Una vida presente (p. 354), Julián Marías dedica estas palabras que sintetizan cómo reaccionaron buena parte de los países implicados tras la Segunda Guerra Mundial. Nos dice Marías: “Pero la vida no se detiene nunca. Muy pronto se inició la reconstrucción física, urbana, industrial fue relativamente fácil; la moral y la intelectual fueron más difíciles y problemáticas”.

Siguiendo al maestro Marías, tenemos en los próximos días, semanas y años, la tarea interpersonal, intergeneracional e internacional de acabar con usos y costumbres errados, como por ejemplo la vida organizada por horarios injustos y autoritarios. Me estoy refiriendo al que se implantó en la mayor parte del mundo entre finales del siglo XVIII y el primer tercio del siglo XIX, y que todavía padecemos. Lo implantaron Francisco I de Prusia por decisión política dictatorial, y lo concibió intelectualmente Fichte por encargo de aquél. Lo recoge Andrés Oppenheimer en su magnífico ensayo de entrevistas ¡Crear o morir! (Debate, 2014). En ese libro lo trae a colación el Premio Princesa de Asturias a la Cooperación Internacional, Salman Khan, cuando explica las tres motivaciones que le llevaron a crear las Escuelas al revés: una, su vocación por la enseñanza. Dos, acabar con ese modelo cancerígeno denunciado. Tres, poner su grano de arena junto a su mujer, compañeros y mecenas por acabar con esa lacra mundial.

Si lo logramos, seremos capaces todos de conciliar la vida personal y profesional.

 

0
Comentarios