Baci-yelmo
A lo largo de la historia han emergido diferentes disciplinas que analizan la realidad y aportan explicaciones complementarias a las ya existentes aunque en ocasiones tal fenómeno obedezca a la tendencia de modas y reescrituras pasajeras. Lo cierto es que esta especie de evolución darwinista orilla teorías válidas en el pasado aptas hoy sólo para nostálgicos o publicaciones académicas. Por referirnos al ámbito educativo, el psicoanálisis –también la pedagogía o la psicología cognitiva– van siendo arrinconados por la neurociencia y la estadística. Admitamos que no siempre la belleza de una tesis es criterio de fiabilidad y garantía: una tabla de números y porcentajes, por tediosos e interpretables que sean, arroja información basada en evidencias sobre las cuales tomar decisiones contrastadas. De continuo transitamos desencantados entre el mito y el logos, entre la razón y los instintos.
Ahora que Freud ha quedado reducido a cita twitera, el párrafo anterior viene a cuento del complejo de Edipo y la diatriba irresoluta observada entre los partidarios de una escuela donde la enseñanza de conocimientos se erige en eje vertebrador y quienes prefieren ampliar el foco y atender aspectos educativos de carácter más procedimental y actitudinal. Irredentos roussonianos –diríamos– frente a escolásticos de nuevo cuño. Y mientras se discute si son galgos o podencos, la liebre de la tecnología corre desbocada.
En realidad de lo que se trata es de matar al padre. Porque igual que nos da la vida también nos la arrebata. Inconscientemente abjuramos de lo que nos precede como mecanismo de defensa. Aunque quizás todo se resuma en cuitas de narcisos cascarrabias. Tiene lugar en muchos campos y entre generaciones sucesivas. En el terreno literario, a Pérez Galdós los modernistas le bautizaron despectivamente como Benito el Garbancero. La llamada generación del 50 –escritores de la talla literaria de Eduardo Zúñiga, Caballero Bonald o Ana María Matute– fueron renombrados más tarde por sus novísimos discípulos como la “generación de la berza”. Es una constate, un movimiento pendular que bascula entre la emoción y la razón, entre Don Quijote y Sancho Panza.
Pero de poco sirve ridiculizar posturas o polarizar debates. Si algo caracteriza precisamente la novela cervantina es el dialogo entre los personajes y el robustecimiento del héroe con cada derrota infligida por quienes sólo ofrecen escarnio y risotadas. Cervantes, por cierto, escribió su obra con la intención de ridiculizar la moda de los libros de caballería. Leyendo la suficiencia de quienes se creen en posesión de la verdad –sentimentales traicionados por el subconsciente– dan ganas de abrazar de nuevo el paradigma emocional, una cuestión edípica con sentimiento de culpa siempre en vías de superación, nunca de extinción. Ni yelmo de Mambrino entonces, ni bacía de barbero: baciyelmo.